Cine: «El Ángel»

Teresa Suárez

Seguro que cuando Antonio Machín cantaba aquello de “píntame angelitos negros” no se estaba refiriendo, por mucho que la prensa de la época le apodara El Ángel Negro, a uno como Carlos Eduardo Robledo Puch.

Cuando tienes los ojos azul cielo, el pelo de un querubín y el cuerpo de un modelo; cuando con apenas 20 años, has sido juzgado por 11 homicidios, 17 robos, 1 violación y 2 secuestros, y condenado a cadena perpetua (actualmente sigue cumpliendo su condena en el penal de Sierra Chica); cuando no hay ficción capaz de superar a una realidad tan escabrosa, o haces un documental donde intentas narrar con exactitud la vida y atroz “obra” de uno de los asesinos más crueles que ha padecido Argentina o ruedas una película en la que, dejando volar tu imaginación, en vez de centrarte en el horror de los crímenes, aunque sin omitirlo, rindes culto a una figura cuya belleza exterior impedía ver la fealdad interior.

La película de Luis Ortega es el retrato de un Dorian Gray que fascina y que, lejos de repelerte por sus acciones, te seduce al ritmo de la música del momento. Todo un asesino pop que, en mitad de los robos más inverosímiles, se detiene, enchufa el tocadiscos y nos regala momentos de baile impagables. ¡Es tal el atractivo de la figura que cuesta ver al monstruo!

Cesare Lombroso, médico y antropólogo, considerado el padre de la criminología, en su teoría del criminal nato, describe características físicas y biológicas de aquellos que nacen predispuestos a ser criminales: asimetría facial, excesivo desarrollo mandibular, orejas grandes, brazos más largos de lo habitual, frente hundida… Como se encargaron de propagar tanto los periódicos como la televisión en febrero de 1972, cuando fue detenido, Carlitos, el lindo efebo, el príncipe de guedejas rubias y labios de fresa, con su porte y su gracia, acababa de destrozar los planteamientos Lombrosianos.

El vestuario, los colores y especialmente la música, componen un thriller setentero en el que pasas de sorprenderte por la normalidad con que este Ángel de la Muerte, otro de sus alias, dispara a quien se cruza en su camino sin ningún tipo de apasionamiento, sin apenas pestañear, solo porque es lo que toca, a momentos surrealistas en los que mezclando realidad y fantasía el serafín pasa a sentirse esa Marilyn, a quien dicen que se parecía, y que tanto ansiaba ser.

El humor, en la línea de Relatos salvajes, a veces certero y directo y otras de efecto retardado, salpica toda la película e impide que llegues a sentir aversión hacia el sanguinario criminal y sus actos.

Carlos Eduardo Robledo Puch, «el Ángel Negro»

Luis Ortega, que en ningún momento juzga al asesino, se limita a contar su vida como si de un ídolo emergente se tratara. Y supongo que eso es lo que fue: una estrella del crimen.

Chino Darín me ha sorprendido de veras. Admiradora incondicional de Ricardo Darín, su padre, tanto de sus maravillosos ojos como de su filmografía (El secreto de sus ojos, Séptimo, El baile de la victoria), dudaba de que el vástago estuviera a la altura. Pero resulta que su interpretación de machote que hace a pelo y a pluma, su manera de andar, sus gestos y, sobre todo, su interpretación de Tengo el corazón contento (canción de Palito Ortega, padre del director, que en España popularizó Marisol) es sencillamente genial. Además la tensión sexual entre su personaje y el de Lorenzo Ferro traspasa la pantalla.

Aún tratándose de un tipo tan peligroso, la historia del asesino más hermoso de la crónica negra y criminal, les sorprenderá, les arrancara una sonrisa cuando menos se lo esperan, les horrorizará, les hará mover los pies al ritmo de El extraño de pelo largo o La casa del sol naciente y, con el final, les arrancará una sonora carcajada.

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