Johnny Cash, el hombre de negro (vestía de ese color en homenaje a los olvidados por la sociedad). Casi 160 puntos de cociente intelectual. Religioso, adicto al whisky y las anfetaminas (llegó a ingerir hasta 120 pastillas diarias). Maltratador, mal padre y peor marido. Uno de los músicos más influyentes del siglo XX.
Con él nos adentramos en la Folsom State Prison, una de las primeras cárceles de máxima seguridad de los Estados Unidos, la segunda más antigua de la soleada California.
Oigo el tren llegando,
está doblando la curva
y no he visto el brillo del sol
desde no sé ni cuándo.
Estoy atrapado en la Prisión de Folsom
y el tiempo sigue pasando lentamente,
pero ese tren sigue rodando
hacia San Antone.
Cuando era solo un bebé
mi mama me dijo, “Hijo
sé siempre un buen chico,
nunca juegues con pistolas”.
Pero disparé a un hombre en Reno
sólo para verle morir.
Cuando oigo el silbido sonando
bajo la cabeza y lloro.
Apuesto a que hay tíos comiendo
en un lujoso vagón restaurante.
Probablemente estén bebiendo café
y fumando grandes puros.
Pero sé que me lo tengo merecido,
sé que no puedo ser libre.
Pero esa gente sigue libre
y eso es lo que me tortura.
Bueno, si me liberasen de esta prisión,
si el tren de la vía fuera mío,
apuesto a que me movería un poco,
alejándome por la línea
lejos de la Prisión de Folsom,
allá es donde quiero estar,
y dejaría que ese silbido solitario,
hiciera volar lejos mi tristeza.
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