Novela: «Perro come perro», de Edward Bunker

Teresa Suárez

«Troy Cameron, criminal ampliamente respetado en los bajos fondos de Los Ángeles, embarca a dos viejos camaradas del reformatorio en un golpe de los que difícilmente rechazaría quien ha entregado su vida al crimen. Se trata de Gerald McCain, apodado “Mad Dog” por su conducta demente y violenta en extremo, y de Charles “Diésel” Carson, un grandullón que desaprueba el carácter atormentado e imprevisible de Mad Dog. A pesar de su mutua antipatía, ambos comparten una ciega idolatría hacia Troy, nacida en los años del reformatorio dada su poco común inteligencia. La sociedad está hecha y el plan es perfecto, solo falta controlar los recelos de Diésel hacia Mad Dog, y tener a raya al segundo, algo que se presume extremadamente complicado».

De esta manera resume Sajalín Editores, en la contraportada, el argumento de Perro come perro de Edward Bunker. Una manera que, visto el contenido, casi podemos catalogar de amable porque no te prepara en absoluto para lo que supone adentrarte en ella.

Por casualidad encontré un tuit en el que alguien, después de leer Perro come perro, había escrito solo esto: ¡madre del amor hermoso! Me hizo gracia, porque esta expresión, versátil donde las haya, se emplea mucho en mi tierra para referirnos a algo exageradamente sorprendente por lo inesperado o por su salvajismo.

¡Y si hay algo que define a los perros de Bunker es su brutalidad!

Puede que, como he leído en otras reseñas, Edward Bunker no vaya a pasar a la historia de la literatura por su técnica narrativa. Puede. Pero lo que nadie, ni el más experto de los expertos, puede negarle a Bunker es su autenticidad, contundencia, y ese tomar las cosas como vengan, sin quejarse, porque los excluidos y machacados por el sistema lo han mamado desde su infancia.

Bunker creció en una familia disfuncional de alcohólicos. Siendo apenas un adolescente, a un año en la cárcel del condado de Los Ángeles le siguieron dos condenas consecutivas de seis meses a diez años en San Quintín, de los que cumplió cuatro años y medio. Tras varios intentos infructuosos de volver a una sociedad que lo rechazaba (difícil sacudirse el polvo de San Quintín), regresó al mundo delictivo lo que le supuso otros catorce años (cumplió siete) nuevamente en San Quintín. Una vez fuera, encontrar un trabajo legítimo seguía siendo una misión imposible. Los robos de la caja fuerte de un bar y de un banco en Beverly Hills, este último estando en libertad bajo fianza, le proporcionaron, además de una tremenda paliza, otra condena de seis años en la penitenciaria McNeil Island en Puget Sound, Washington. Por iniciar una huelga como protesta por la masificación del centro, desde allí fue a dar con sus huesos a la prisión de máxima seguridad de Marion, Illinois.

Cuando se graduó cum laude (fue puesto en libertad en 1975) tenía casi cuarenta años.

Así que, perdonen la expresión, ¡ni imaginación ni hostias!

Como egresado del sistema penitenciario norteamericano, y con referencias de primera mano de las cárceles mexicanas, Bunker (con experiencia en extorsiones, falsificación de cheques, atraco a mano armada y tráfico de drogas) escribe de lo que sabe y sabe de lo que escribe.

Quienes, cómodamente sentados en el sofá de casa, nos acercamos a su novela envalentonados y seguros, pronto nos agitamos nerviosos y esa supuesta seguridad da paso a una creciente intranquilidad porque lo que leemos traspasa la barrera escritor/lector y no solo nos remueve por dentro, sino que, en ocasiones, nos coloca al borde de la náusea. ¡Tal es su violencia! («Lo golpearon, patearon y arrastraron por el suelo y siguieron golpeándolo al subir por las cortas escaleras (…) Después de que le registraran y certificaran el visto bueno físico, lo esposaron a una puerta de barrotes junto al pasillo principal para que quien así lo deseara pudiera patearlo y darle puñetazos hasta cansarse (…) Cuando cambiaron el turno, tenía una muñeca rota tan hinchada que la carne de color azul oscuro, casi negro, ocultaba la esposa. Escupía sangre y trozos de diente, le habían roto la mandíbula y las costillas. También tenía rota la nariz y los ojos tan hinchados que apenas veía movimientos borrosos»).

Perro come perro es acción.

Perro come perro es realismo y crudeza.

Perro come perro es un código de comportamiento que recoge las estrictas reglas («a veces, la vida del criminal requería freír a alguien, pero, joder, no a todo el mundo, o a cualquiera, sin un buen motivo») que gobiernan las relaciones entre maleantes de todo tipo.

A Bunker no le hace falta meterse en la mente del criminal: ÉL ES EL CRIMINAL.

Cuando Bunker habla, y no para, de los bajos fondos, no habla: RATIFICA.

Cuando Bunker narra los recorridos de Troy Cameron y sus colegas por calles («llegaron hacia Broadway y giraron hacia el norte (…) Troy había recorrido esta calle desde que era un niño. Entre 3rd Street y 9th Street, Broadway una vez contó con varias salas de cine (…) Algunos fines de semana, venía aquí y caminaba hasta que algún poster de película le llamaba la atención»), hoteles, licorerías, restaurantes, bares, clubes de striptease, burdeles y tugurios de todo tipo, su conocimiento y adoración por Los Ángeles, hace de Perro come perro una completa guía de los bajos fondos y el ocio nocturno, más o menos legal, en L.A.

Como ocurre con otros muchos escritores, la ciudad donde nacieron, o en la que han pasado la mayor parte de sus vidas, siempre acaba reclamándoles la parte de protagonismo que le corresponde, no solo como escenario en el que transcurre la acción sino como determinante social (mayor densidad de población, altos niveles de contaminación, elevadas tasas de delincuencia, estrés continuo, exposición a situaciones amenazantes, mayor distancia emocional, soledad, pobreza, perdida de referencias simbólicas y de identidad) que condena a sus habitantes a vagar por un mundo extraño y hostil («tres jóvenes negros se pasaban una pipa de crack, desprendía un potente olor pero este se camuflaba bajo el más nauseabundo de los hedores, el de los seres humanos») en el que resulta difícil, casi imposible, establecer y conservar redes sociales de apoyo.

Revoloteando por encima de la historia y sus personajes, el deseo de todos los criminales, tan atávico como irrealizable, de dar ese último golpe («Tal vez ganara la partida, diera el gran golpe y pasara el resto de su vida en una playa soleada de un lugar lejano jugando a ser Gauguin o Rimbaud») EL GOLPE, que te permita retirarte e iniciar una nueva vida en la tierra sin esperar al cielo porque sabes que San Pedro nunca abrirá sus puertas para ti.

¿Mejor delincuente que escritor?

Puede, pero… ¡Joder, que entretenido es leerlo!

La banda sonora de Perro come perro la pone Johnny Cash con su Folsom Prison.

Perro come perro
Edward Bunker
Trad.: Zulema Couso
Sajalín Editores

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3 comentarios en “Novela: «Perro come perro», de Edward Bunker

  1. Has descrito muy bien la novela Teresa. Y la has descrito muy bien porque la has vivido. Efectivamente es una obra gráfica, pero los dibujos los monta el lector mediante el puzzle que va suministrando el escritor. Siempre es preferible la palabra, aunque dura, que esas imágenes mostradas por los sádicos noticiarios, donde vemos, sin imaginación, a algún «segurata» golpear a un viajero en el metro, a ser posible negro o gitano, no sea que el blanco esté conectado con su jefe de alguna manera. Y no es tan fácil mostrar la realidad, como el propio Búnker admite al final: «Los imbéciles creen que la verdad es algo sencillo, pero yo he descubierto que no es así». Esa es la fortaleza del Edward Bunker, de cuya novela dijo James Ellroy que le parecía «una obra maestra del género negro». Podemos concluir sin miedo a equivocarnos, que Bunker es verdaderamente auténtico, como afirmas, pero yo añadiría, técnicamente muy bueno.
    Me ha gustado tu comentario.

  2. Pingback: Novela: “Little Boy Blue”, de Edward Bunker | Revista Calibre .38

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