Novela: «Tres cerditos», de Apostolos Doxiadis

Teresa Suárez

Benvenuto Franco, Ben Frank para los americanos, emigrante italiano y zapatero (uno que hace caso omiso del refrán que le manda dedicarse a sus zapatos), hombre débil, tras fallecer su esposa Consolata, “que tenía fuerza suficiente para los dos”, busca refugio en la bebida. Una noche aciaga y especialmente etílica, en una pelea de bar mata al único hijo de Tonio Lupo, temido capo de la mafia neoyorquina.

Condenado por el crimen, durante su estancia en la cárcel recibe la visita de Lupo quien le lanza una terrible “maledizione”: al cumplir cuarenta y dos años, la edad que tenía el suyo, sus tres hijos serán asesinados.

Para garantizar que su inapelable vendetta se lleve a cabo cuando haya abandonado este mundo miserable, encarga el trabajito a Peppe Terranova, lo más parecido a un hijo que le queda sobre la tierra. Con el fin de asegurar que ese pseudo vínculo paterno filial no se debilite con el paso del tiempo, establece un sistema de premios (en forma de generosa gratificación por cada cerdito sacrificado) pero también de castigo. Una voz anónima, con la que Peppe contacta cada vez que liquida a uno de los hermanos, es la responsable tanto del abono del precio pactado por cada muerte como, en caso de incumplimiento, procurar el “bienestar animal” del lobo mientras es conducido al matadero.

A medida que van conociendo el futuro que los espera, para intentar esquivar la maldición de Lupo los tres “cochons” adoptan diferentes estrategias que, al igual que en el cuento, reflejan la personalidad de cada uno de ellos.

Alessandro (Al), el primogénito, el más inteligente, trabajador y serio, en cuyos hombros descansa el cuidado de los otros dos, amasa una fortuna convencido de que con dinero suficiente podrá comprar el indulto familiar sea quien sea el verdugo a quien hayan encargado la ejecución. Su pecado es la avaricia.

Nicola (Nick), el mediano, guapo pero tonto, elige la fama como escudo. Su pecado es la vanidad.

Leonardo (Leo), el benjamín, el mimado, opta por cambiar de identidad y desaparecer. Envidioso, lujurioso, alcohólico…

¿Empeño o suerte? ¿Logrará alguno escapar a su destino?

De pequeña detestaba los cuentos de hadas. Me cabreaban. Pensaba que Aurora, la Bella Durmiente, era estúpida porque ni aun estando prevenida desde pequeña ni teniendo como madrinas a tres hadas con poderes sobrenaturales, logró mantener su tonto dedo alejado de las ruecas y acabó pinchándose con el huso de una de ellas. Y a dormir.

Seguimos con Blancanieves que cuando su madrastra quiso darle pasaporte para el otro mundo, gracias a que enterneció el corazón del verdugo asignado, logró escapar al bosque, aunque no le sirvió de mucho. Ejerció de criada, sin papeles, de siete enanitos abusones hasta que la Malvada Reina Grimhilde, disfrazada de vieja bruja, terminó engañándola con una manzana. Y otra a dormir.

Vamos, que mi innata curiosidad siempre quería ir más allá del “y comieron perdices”, por eso no encuentro original que alguien adapte un relato infantil a la época actual o sustituya su inocencia primigenia por esperpento, erotismo o sangre, aunque conservando, eso sí, la moraleja elemento imprescindible en todo cuento que se precie.

Cuando a la hora de reescribir una versión para adultos de este clásico infantil Apóstolos Doxiadis decidió que los “porquinhos” de la historia fueran los hijos de un emigrante italiano y el lobo un gánster feroz, estaba respetando, sin saberlo, el carácter de fábula de la historia, una composición literaria donde los protagonistas son animales (verdaderos animales en este caso, doy fe) que hablan.

Saber que es un matemático quien escribe esta trama me generó unas expectativas que, me temo, no se cumplieron. Puede que sea absurdo, no lo niego, pero al basarse en una historia que todo el mundo conoce, esperaba que la complejidad que se le supone a una mente analítica se dejara sentir en otros aspectos de la novela. No ha sido el caso.

La encuentro entretenida, sí, pero francamente simple.

Sobre todo no perdono que alguien que domina complicadas formulas aritméticas que escapan a la comprensión del común de los mortales, todo un señor de ciencias, nos regale un final tan previsible, tanto, que incluso los de letras lo adivinamos antes de llegar a la última página. ¡Tío, trabájatelo un poco más!

Allá por el año 1924, Virginia Woolf se preguntó qué hace “buena” o “mala” a una novela. Esta fue su conclusión: “El único método seguro de decidir si una novela es buena o mala es simplemente observar nuestras propias sensaciones al llegar a la última página. Si nos sentimos vivos, frescos y llenos de ideas, entonces es buena; si quedamos hartos, indiferentes y con poca vitalidad, entonces es mala”.

Por eso, sean cual sean mis sensaciones tras su lectura, no voy a recomendarles ni que lean esta novela ni que no lo hagan.

Si deciden leer los Tres cerditos hagan caso a Virginia y, cuando hayan acabado, pregúntense si les ha hecho pensar y sentir.

Así, además de desarrollar un criterio propio, como ella aconsejaba, sabrán qué adjetivo ponerle a la novela sin que el autor se pueda molestar ni ofender.

Posdata: no quiero terminar esta reseña sin felicitar a la editorial Alianza Negra, porque si bien el contenido me ha desilusionado, el libro como objeto me ha enamorado. La portada me encanta y la presentación de los capítulos, cuando fui consciente de su significado, logró arrancarme una sonrisa. ¡Buen trabajo!

 

Tres cerditos

Apostolos Doxiadis
Trad.: María del Puerto Barruetabeña Díez
Alianza de Novelas

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2 comentarios en “Novela: «Tres cerditos», de Apostolos Doxiadis

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