El héroe justo
Me gustan las historias de venganza en las que los malos se enfrentan a alguien que es peor que ellos. Me gustan todavía más si el justiciero o la justiciera son héroes insospechados: un ronin ciego, una aparentemente frágil muchacha, un chupatintas, un viejo solitario.
Este último es el caso de Justo, la nueva novela de Carlos Bassas del Rey, que aparca durante un rato a Herodoto Corominas (El honor es una mortaja, Siempre pagan los mismos, Mal trago) para zambullirnos en la historia de un abuelo que recorre Barcelona como un nuevo Agente de la Continental que ya no trabaja para la Continental, como un Golem incontrolable, como un ángel de la muerte lleno de ira y sin alas que ganar o perder.
Poco más se puede decir sobre el argumento de Justo sin estropeárselo a un buen lector de novela negra. De hecho, recomendaría a quien quisiera acercarse a ese libro que no lea ni siquiera la sinopsis de contracubierta, ya que esta no es de esas novelas en las que hay un enigma que se resuelve al final, sino de las que disfrutan por las verdades que el propio lector va descubriendo capítulo a capítulo, casi página a página.
Bassas, manejando con habilidad la frase corta, nos introduce a través de la voz de su personaje en un mundo mental y espiritual que nadie adivinaría a la primera en ese viejo que come de menú en el Damián, con la silenciosa compañía de un exmarinero vasco y el propietario del bar. Pero es un mundo en el que habita una culpa enquistada, una nostalgia convertida en rabia, un fantasma que le impide permanecer impasible ante la injusticia. Y, como nadie se fija en los viejos, como nadie sospecharía de lo que es capaz este viejo concreto, Justo puede cumplir con las tareas que él mismo se ha impuesto en una Barcelona que ya no es la suya, cuyos barrios recorre constatando a cada paso cómo su paisaje familiar ha ido cambiando, cómo aquí y allá los viejos negocios familiares han perecido entre las fauces de la franquicia, la multinacional o la especulación inmobiliaria, convirtiendo la ciudad, que él conoce palmo a palmo, en un territorio nuevo, desconocido y, en ocasiones, desolador. Es en esa jungla en la que Justo despliega sus peores mañas para hacer lo que tiene que hacer, sobreponiéndose a todo y con la convicción, previa a cada lance violento, de que puede ser el último.
Además de su discurso crepuscular, Justo contiene todos los ingredientes del género, bien dosificados y equilibrados con su subtexto: organizaciones criminales en guerra, polis corruptos, políticos más corruptos aun, personajes que resultan no ser lo que parecen y personajes que son exactamente lo que parecen pero desean no serlo. También hay seguimientos, persecuciones, enfrentamientos a tiros y cuchilladas (con coreografías cuidadas y sorprendentes), traiciones y emboscadas, lo cual la convierte en una novela de acción para pasar un buen fin de semana, un viaje en avión, una tarde sin internet.
Con los ingredientes antedichos (antihéroe justiciero, venganza, nostalgia de una ciudad que ha cambiado) se han escrito algunas buenas novelas. También muchas malas. La de Carlos Bassas, en mi opinión, pasa ahora a formar parte de las primeras, porque se lee con avidez, porque la composición de su personaje es perfecta y logra hacernos creer en él y seguirlo allá donde vaya (y en ocasiones va muy lejos), porque nos deja sus palabras en la mente bastante después de haber llegado a la última página.
De Bassas había leído alguna de las novelas de Aki (destinadas al público juvenil) y varias de las de la serie de Corominas y ya sabía que acercarse a sus libros nunca es perder el tiempo. Pero con Justo da, en mi opinión, un paso muy interesante en una dirección que, espero, no abandone, dándonos de vez en cuando, entre serie y serie, novelas como esta, novelas fuera de serie en ambos sentidos.
JustoCarlos Bassas del Rey
Alrevés
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