Cine: «Gorrión rojo»

Teresa Suárez

Esta es la historia de una joven, Dominika Egorova, que tras sufrir un aparatoso accidente durante una representación de danza clásica en el Teatro Bolshói, no solo verá truncada su carrera artística sino que deberá buscar, urgentemente, una nueva ocupación que le permita mantener el apartamento que el teatro le pagaba y asegurar la atención médica de su madre enferma.

La solución a sus problemas vendrá de la mano del hermano de su difunto padre. Algo que sería lo habitual, se supone que la familia está para ayudar en los momentos críticos, si no fuera porque la solución que le propone su “cariñoso” tío Vanya  Egorov (siempre es un placer para los sentidos contemplar al belga Matthias Schoenaerts), agente del servicio secreto ruso, exigirá de ella un sacrificio que nadie, medianamente normal, le desearía ni a su peor enemigo.

Como, por aquello de la genética y tal, en opinión de su tíito la chica apunta maneras, se le encomienda descubrir la identidad del “garganta profunda” infiltrado en el servicio de inteligencia ruso que, sin faldas y a lo loco, lleva tiempo “cantando” por soleares a los americanos sin necesidad de palmeros.

Con el fin de determinar su  aptitud  para desempeñar de forma eficiente las labores propias del noble oficio de la soplonería (tiene potencial, pero es un potencial sin desbastar), la muchacha es enviada a un centro de entrenamiento donde una estirada supervisora, interpretada por Charlotte Rampling que aprendió mucho sobre sadomasoquismo en Portero de noche, tratará de sacar a la luz sus “habilidades” ocultas o demostrar que el Estado ha perdido tiempo y dinero con ella.

Aunque en la academia preparatoria hay alumnos de ambos sexos, la sargenta de hierro, dejando entrever una cierta homosexualidad latente, centra sus esfuerzos en las gorrionas. Primera enseñanza, desnudarse sin pudor ante la clase. Segunda enseñanza, practicarle una mamada, sin hacerle ascos, a un recluso acusado de delitos sexuales. Tercera enseñanza, dejarse follar en público por el compañero de pupitre que ha intentado violarte en la ducha, sin tirar el jabón para que te agaches, y al que has dejado la cara como un ecce homo a base de hostias bien dadas.

Tras graduarse cum laude, la gorriona roja (en la Mancha habríamos llamado al programa de entrenamiento Pichona “colorá”) está lista para volar.

Y nunca mejor dicho, porque en cuanto Dominika se sumerge de lleno en el juego del espionaje, contraespionaje y requetecontraespionaje, la vemos caminar, una y otra vez, y otra, y otra, por estaciones y aeropuertos, mientras que el director, como si de Callejeros viajeros se tratara, nos ofrece rápidas visitas guiadas por Budapest, Viena y Londres.

Basada en la novela homónima de Jason Matthews, antiguo agente de la CIA, Gorrión rojo es una película que, según he leído por ahí, parece gustar bastante a los amantes del denominado cine de espías clásico, categoría esta cuya principal característica, por lo que he podido deducir, es la ausencia de acción a la manera de los mediáticos y célebres Bond, Jason Bourne o el Agente Ethan Hunt y sus misiones imposibles, es decir, sin saltos, carreras, explosiones ni coches a toda velocidad.

En su lugar, conspiraciones, mentiras e idas y venidas. Todo ello sin despeinarse ni mover ni una ceja.

Para evitar que el conjunto resulte insulso, el director intenta sorprende al incauto espectador con altas dosis de sadismo, sobre todo en los momentos tortura, varias escenas con desnudos (incluido uno integral masculino) y prácticas sexuales que buscan elevar el voltaje de la cinta pero que, debido la falta total y absoluta de química entre los participantes, como se ve en el primer polvo entre la gorriona y el espía americano Nash (Joel Edgerton), se quedan en una serie de contorsiones ridículas y sonidos extraños que lejos de calentar al personal le dejan totalmente helado.

La cantidad de energía térmica desplegada e intercambiada en esta película es claramente insuficiente. Por más que les sobren los motivos, a los dos Lawrence, tanto a Francis dirigiendo como a Jennifer interpretando, les faltan calorías para luchar eficazmente en la Guerra Fría.

Visto lo visto, aconsejaría a Jennifer (Winter’s Bone, la primera que rodó, es la única película suya que me ha gustado) que, al igual que hacen las grullas cada año, emigre a tierras más cálidas y se deje de tanta Rusia, porque como “espía que surgió del frío” le auguro un triste futuro.

He dicho.

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