Un cómic…
La novela gráfica Sordo, escrita por David Muñoz (guionista de El espinazo del Diablo, película dirigida por Guillermo del Toro), dibujada por Rayco Pulido (Premio Nacional del Cómic 2017 por Lamia, definida por El País como “una incursión en el género negro capaz de evocar a los clásicos tanto a nivel literario como gráfico”) y publicada originalmente, hace diez años, por Edicions de Ponent, fue reeditado en 2018 por Astiberri Ediciones.
1944. Mientras la Segunda Guerra Mundial continúa, en España, en plena posguerra, corren malos tiempos. El hambre, la miseria, el ensañamiento y la muerte campan a sus anchas por todo el territorio. Son los años más atroces de la durísima dictadura franquista.
Los ecos, aún lejanos, de una victoria de los aliados, convence a la guerrilla antifranquista, los últimos defensores de la república, de que aún es posible acabar con el régimen fascista.
Tras cruzar la frontera por un punto indeterminado de los Pirineos, un grupo de maquis se prepara para volar un puente. Un fallo hace que la carga explote antes de tiempo, matando a alguno de los integrantes del comando, hiriendo a otros y revelando a la patrulla de militares que los persiguen, la posición en la que se encuentran.
El miliciano Anselmo Rojas, sordo a causa de la detonación, logra escapar. En pleno invierno, herido, sin ropa ni comida, debe permanecer escondido en las montañas completamente solo y aislado. Ahí empieza su odisea…
Una revelación…
Alfonso Cortés-Cavanillas, el director, ha afirmado en diferentes medios que cuando Sordo cayó en sus manos supo de inmediato no solo que llevaría la historia a la gran pantalla sino que, como fan confeso de John Ford, Sergio Leone o Clint Eastwood, lo haría con las reglas y estética propias del western y que, como admirador de Tarantino o Sam Peckinpah, la historia debía discurrir hacia lo violento y salvaje.
Una película…
Rodada en Reinosa y en las montañas de la comarca cántabra de Campoo-Los Valles, que ponen a disposición del director unos espectaculares paisajes que no escatiman en lluvia, barro, oscuridad y frio, en este western “campurriano” no faltan ni persecuciones a caballo, ni tiroteos al galope, ni las baladronadas que abundan en el género. Tampoco faltan esas inexplicables ansias, netamente masculinas, que empujan a los hombres a partir, sin mirar atrás, en busca de aventuras, desventuras o muerte, a poder ser con honor y gloria, y condenan a las mujeres a permanecer como pilares de hogares y haciendas y a sufrir, en forma de humillaciones, las consecuencias de las acciones de esposos, padres, amigos o hermanos que no suelen regresar, pero que cuando lo hacen vuelven como muñecos rotos imposibles de recomponer.
Más allá del contexto histórico en el que transcurre la historia, lo que esta película narra es como el aislamiento en el que lo ha confinado su sordera, la persecución sin cuartel a la que es sometido y la soledad del condenado, hacen que Anselmo Rojas primero pierda la esperanza, después, poco a poco, la cordura y por último, ya devastado, cualquier resto de humanidad que pudiera quedarle.
Una lucha por la supervivencia que me trae a la memoria Las aventuras de Jeremiah Johnson ese maravilloso western ecologista, basado en las aventuras de un personaje real, que dirigió en 1972 Sydney Pollack (uno de mis directores favoritos).
Integran el bando de los perseguidores el violento capitán Bosch (Aitor Luna) y su fusil Winchester, el sargento Castillo (Imanol Arias), un viejo militar desengañado que intenta frenar tanta locura (hace poco tiempo que tuve la enorme suerte de ver a Imanol interpretando a otro viejo militar, en este caso coronel) y Darya Sergéevich (Olimpia Melinte) una francotiradora rusa con un solo ojo, sanguinaria e implacable, el elemento más netamente tarantiniano que tiene esta película.
En el lado de los perseguidos, el heroico maqui Vicente (un irreconocible Hugo Silva), detenido y torturado brutalmente, y su mujer Rosa Ribgorda (Marian Álvarez).
Aunque todo en esta película es una maravilla, hay dos cosas que destacan por encima del resto.
La primera es como el director, mezclando ruido y silencio, consigue transmitir al espectador el terror y el sufrimiento que supone para Anselmo la sordera: el tratamiento del sonido, su diseño, angustia tanto en esta película como la propia historia que cuenta.
La segunda tiene nombre y apellidos: Asier Etxeandía. Mi admiración por Asier, protagonista absoluto de esta historia, viene de lejos. Desde que lo vi sobre las tablas del Nuevo Teatro Alcalá de Madrid interpretando al histriónico y cínico maestro de ceremonias en la versión del musical Cabaret de San Mendes, quedé prendada de él.
Sea como showman, cantante o actor, Asier enamora (su monólogo en Dolor y gloria de Almodovar, recientemente seleccionada para representar a España en los Oscar, es una de las mejores escenas de la película).
Además de su soberbia interpretación de Anselmo Rojas (personaje que pasará a la historia del cine español y que espero le haga ganar un Goya), compone e interpreta la canción Simplemente perfecto, banda sonora de Sordo.
Espero y deseo que, a partir de ahora, Sordo inicie una meteórica carrera hacia el reconocimiento que se merece. ¡Que así sea!
Una orden…
Mírenme fijamente a los ojos y repitan conmigo: “Tengo que ir a verla, tengo que ir a verla, tengo que ir a verla, tengo que ir…”
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