“El cuerpo desnudo, contorsionado de forma antinatural, parecía flotar un palmo por encima de las irregulares tablas del suelo (…) Cientos de hilos casi invisibles mantenían sujeta la figura (…) Una pierna de varón negro, otra blanca; una mano grande de varón a un lado, otra bronceada de mujer en el costado opuesto; una cabellera azabache y desgreñada que colgada de forma inquietante sobre un pálido y esbelto torso femenino moteado de lunares”.
El último debutante en esto de lo negro y criminal contra el que me he batido en duelo, no a la cegadora luz del sol sino bajo la de mi eficiente, poco contaminante y cálida lámpara LED, se llama Cole, Daniel Cole, y ustedes, si en algo valoran mi opinión, harán bien en no olvidar ese nombre.
Cuando el mercado se encuentra tan saturado que, a punto de estallar por las costuras, amenaza con transformar la novela policiaca en una miscelánea donde el negro se diluye en una amalgama cromática donde caben todo tipo de colores, situaciones y personajes, con el consiguiente cabreo de los puristas del género, hace falta valor para atreverse a debutar con un thriller.
Cuando, sin intentar diferenciarlos de todos aquellos colegas que los precedieron en sus respectivos oficios, eliges como antagonistas a un asesino serial y a un policía, no solo sin renegar de su condición de figuras arquetípicas (delincuente sádico y narcisista frente al héroe roto, solitario e incomprendido) sino sacando brillo a la misma, o eres un inconsciente o te sobra arrogancia.
Cuando todavía no sé quién es el asesino, aunque albergo mis sospechas (de los treinta y siete capítulos que tiene el libro me quedan diez para el final), puedo decir y digo que, al apostar de una sola vez todos los tantos que hacen falta para ganar, el señor Cole, sea cual sea su pecado, ha lanzado un órdago a los lectores y la jugada le ha salido redonda.
Un cadáver patchwork (cuerpo compuesto de restos pertenecientes a diferentes víctimas cosidos entre sí), una lista con seis nombres y la fecha prevista de su muerte y un departamento entero, Homicidios y Crímenes Graves de la Policía Metropolitana de Londres, para intentar detener el macabro anuncio.
La historia se inicia con un flashback. Conocemos al detective William Oliver Layton-Fawkes (apodado Wolf gracias a las iniciales de su rimbombante nombre), “de complexión fornida, rostro curtido y profundos ojos azules”, tratando de superar y olvidar el hecho traumático que a punto estuvo de costarle la carrera y terminó con sus huesos en una institución mental por un largo periodo de tiempo.
Acompañan a Wolf…
Sargento detective Emily Baxter, diez años menor que Wolf pero tan alta como él, con un cabello castaño que “parecía negro bajo la penumbra del austero recibidor”, un genio endiablado y una manera de conducir que le permitiría doblar sin problema a Jason Statham en cualquiera de las películas de la saga The Transporter.
Simmons, el jefe, “un policía inteligente y capaz que se preocupaba por su oficio”.
Agente en prácticas Edmunds, de solo veinticinco años, trasladado desde Anticorrupción, el nuevo, “delgado como un alfiler”, “vestido de forma impecable, salvo por su alborotado cabello de color rubio fresa” y siempre “con su libreta de apuntes en ristre”. Sagaz, inteligente y muy aplicado.
Sargento detective Finlay Shaw, el más veterano de la unidad, un hombre “apacible pero intimidante que siempre olía a humo de tabaco”.
Andrea, exmujer del pobre Wolf, la reportera más dicharachera y cabrona de la City. Con pocos escrúpulos y guapa a rabiar con su “llamativa cabellera pelirroja”.
Y un asesino, inteligente, escurridizo, que disfruta provocando al personal.
Con tensiones sexuales no resueltas, sentido del humor justo y una sucesión de crímenes tan sorprendentes que, inevitablemente, despiertan la curiosidad investigadora de cualquier aficionado o aficionada, estamos ante una novela bien escrita (“Volvió a interponerse en el camino del manifestante y se preparó para lo peor. Era el tipo de personas que Wolf imaginaba que responderían a una advertencia como esa, oculto tras una máscara, crecido gracias al anonimato, sabedor de que al amparo de la muchedumbre y de unas fuerzas de seguridad abrumadas podría aprovecharse y cometer flagrantes actos de violencia, vandalismo y robo”) y con unos personajes tan sólidos que fácilmente puedes imaginar un spin-off (arte de convertir a un secundario en protagonista absoluto de una nueva serie, película o libro) de cualquiera de ellos.
Me está gustando tanto que ya temo ese aciago momento en el que la palabra FIN cerrará este entretenido caso que tan bien ha sabido captar mi atención.
Realmente lo he disfrutado.
¡Mi más sincera felicitación señor Cole!
Ragdoll (Muñeco de trapo)
Daniel ColeTrad.: Raúl García Campos Grijalbo
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