Novela: «Cazadores en la nieve», de José Luis Muñoz

Manu López Marañón

Con Cazadores en la nieve obtuvo José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) el XVI Premio de Novela Corta «Diputación de Córdoba». «Se trata de una gran novela negra, que tiene como escenario uno de los paisajes más bellos de este país, como es el Valle de Arán, y como trasfondo la lucha antiterrorista», leemos en el fallo del jurado. Méritos similares, ampliables a su numerosa obra narrativa han sido suficientes –a juicio de los organizadores del VI Encuentro de Novela y Género Negro Bruma Negra– para que el escritor salmantino gane el premio Bruma Negra 2018.

He comentado en alguna otra publicación la valentía y el coraje del escritor Bernardo Atxaga a la hora de abordar el fenómeno del terrorismo en fechas en las que ETA mataba, secuestraba y extorsionaba todo lo que podía (que no era poco). En efecto, tanto El hombre solo como Esos cielos son novelas publicadas en 1993 y 1996 respectivamente, unos años en los que la banda sacudía fuerte y en los que adivinar su final resultaba algo quimérico. Siendo –dejando al margen valoraciones políticas– grandes obras literarias, estas novelas aportaron el indudable mérito de crear dos arquetipos de terrorista bien diferenciados que sentaron las bases para lo que se escribiera luego sobre nuestros «años de plomo».

A Carlos, protagonista de El hombre solo –un activista en situación de reserva– su alterada conciencia, conformada por un batiburrillo de contradictorias y esquizoides voces que hacen que se juzgue y flagele sin tregua, no impide que acepte participar en lo que sería su última acción para la banda armada.

Arrepentida y habiéndose acogido voluntariamente a las medidas de reinserción, la exetarra Irene, protagonista de Esos cielos, conjetura en un interminable viaje de autobús cómo cuando llegue a su Bilbao natal tendrá todo en su contra: a la policía (que la obligará a cooperar), a la organización (que la considera una traidora), a su familia (que siempre criticó sus elecciones vitales) e incluso a ella misma, que se reprocha obsesivamente por su pasado.

Ambientada en el otoño de 2011, con el comunicado de ETA que declara el final de la lucha armada abriendo la narración, Cazadores en la nieve tiene en Marcos Díaz Iñurrategui a su protagonista. De 55 años, alguna cana en el pelo, barba cerrada y ojos claros, este hombre que viste con camiseta y anorak de montaña acaba de aparecer en el pueblo Eth Hiru (un trasunto de Bossòst): bañado por el fragoroso río Garona, el pico Aneto y Coth de Baretges son sus principales atractivos naturales. Cuándo se le pregunta qué hace en ese villorrio de 500 almas donde apenas pasa nada, Marcos responde que «ver crecer la hierba», pero ante la insistencia general acaba por confesar que se ha trasladado allí para estudiar «vestigios del euskera en el valle» (sic). El lector, sin embargo, no tarda en conocer la verdad: Marcos ha sido etarra. En efecto, en el capítulo 9 José Luis Muñoz desvela cómo tras Díaz Iñurrategui se esconde Aitor Abasolo, un terrorista que, en compañía de Susana Herraiz Bengoechea –alias «la Rubia»– practicó con saña el tiro en la nuca hasta que fue capturado. Trasladado al cuartel de Intxaurrondo con su pareja ambos fueron salvajemente torturados durante las 72 horas preceptivas. Marcos logró salvar la vida, pero su compañera acabó reventada y su cadáver arrojado al Bidasoa.

El teniente de la Guardia Civil Antonio Muñiz Parra lleva 20 años en Eth Hiru, tras haber sobrevivido al «infierno» de Bilbao. De complexión deportiva, fumador empedernido de Ducados negro y bañado siempre en Varón Dandy, este oficial (que guarda una cicatriz en el pecho como recuerdo del atentado que sufrió en Vascongadas) no camina al ritmo jovial de los modernizadores esfuerzos que pretenden suavizar el agreste perfil de la Benemérita. Agresivo con su mujer; de permanente mal vino; machista cuartelero y de ideas políticas preconstitucionales; partidario de la mano dura con el terrorismo y de no concederle ni una migaja, el anuncio de ETA resbala sobre su curtido escepticismo… Vamos, que con Muñiz Parra hasta Lorenzo Silva arrugaría la nariz.

Más cerca de la arrepentida Irene de Esos cielos que del terrorista Carlos de El hombre solo, Marcos pertenece a aquella estirpe de activistas preparados, muchos con título universitario e interesados por la cultura (que él lea un clásico de la literatura mundial como La montaña mágica lo define), algo del todo impensable en las postreras hornadas de etarras-cheroquis. Íntimamente herido por las torturas sufridas en Intxaurrondo, acompañado de forma indeleble por la imagen del cadáver machacado y ahogado de su compañera de comando –su gran amor, Susana–, Marcos –al igual que el Carlos de Atxaga– alberga serias dudas sobre si fue o no un asesino en serie. Pero él, repasando una y otra vez su lista de víctimas, sí terminará por reconocer que esa «revolución» ya pasó y, también, cómo nada se consiguió con ella. Sin embargo su apaciguamiento, su conformidad moral, corren el riesgo de saltar en mil pedazos ante un reencuentro largo tiempo anhelado y temido.

El esperado cruce de miradas entre Marcos y Antonio tiene lugar en el capítulo 14. En el 16 se da su primera conversación. A partir de este instante Cazadores en la nieve entra en una tensa y resuelta dinámica que acaba por colocar frente a frente al protagonista y a su antagonista. El conseguido desenlace, realmente inesperado pero acorde con los tiempos que desde 2011 vivimos, es de los que mellan al lector.

Cazadores en la nieve
José Luis Muñoz
Versátil

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