“-A mi edad, las consecuencias de mis palabras me importan un bledo. Además, esta es la última novela que voy a escribir y ya no tendré que lidiar nunca más con los matarifes que condenan o perdonan a los escritores a través de los blogs y las páginas de los periódicos.”
Leído esto y el primer pensamiento cae como una pesa. Mal comenzamos. Por lo pronto, para cualquier matadero el matarife es el príncipe, el amo, quién administra la parte esencial de todo el proceso, es decir la muerte y el despiece. Nada más lejos de nuestras pretensiones considerarnos con ese cargo, más bien, bueno, mejor dicho, la única consideración a la que llegamos, por mucho que nos esforcemos, es a “mondongueros”. Es decir trabajamos en los mondongos, la parte más humilde y sacrificada del matadero, la panza del animal, en este caso la novela Lena, y toda parte que incluya vísceras, bofes, entresijos, cuajares en definitiva.
Hablando de vísceras, a esta novela le faltan fluidos, sobre todo sangre, porque lo que nos cuenta es el proceso que sufre un muchacho para ser algo diferente a lo normal, es decir convertirse en asesino profesional. Y uno de ese gremio debe tener una relación más estrecha con el plasma sanguíneo, sobre todo con el ajeno. Del resto de fluidos la novela va sobrada y es de destacar el buen manejo que hace el autor de esos momentos de tensión fluidal cercanos al erotismo.
La obra, una intensa historia de amor, saltea la obsesión por Lena, por parte del protagonista, con extractos de su vida y ahí entramos en lo mejor de la obra, los personajes secundarios, en especial la que da nombre a la novela y el llamado “Posibilista”, el protagonista es demasiado plano, al menos desde el punto de vista de las asaduras.
Lena, la escritora, es una delicia, tanto que atrae toda la atención del lector, un personaje bien ejecutado, mejor trabajado y muy bien conseguido. Levanta amor y también un rechazo que se acerca a la envidia de encontrar a alguien particular, sólido, ególatra, con una buena cantidad de palabras que comienzan con “ego” y ese descaro propio de los que andan por el mundo considerándolo como algo propio.
La novela me ha gustado, pese al hiriente comentario del autor. Es cierto que no es una novela negra como nos gustan, y que hay muchas zonas que podrían haberse explotado como la que detallo en la última cita, pero también entiendo que el autor ha querido contar otro tipo de historia y ya de paso exponer muchas ideas personales sobre el mundo y sobre nuestra sociedad.
Para mí, un simple mondonguero, la novela merece nuestra recomendación. Agradecería que los lectores la inicien con un guiso que por los madriles se llama “asadurilla” y que consiste en las asaduras de cordero.
Quiero dedicar esta novela a un conocido, José Carlos, el último oficial Mondonguero del Ayuntamiento de Madrid, cuyos sabios consejos han facilitado la confección de esta reseña.
“Demetrio había sido militar de élite, y con tantas insignias en la pechera no tuvo que pasar grandes percances para enrolarse en las filas de un grupo de mercenarios que disfrutó de las cortesías de los líderes de las repúblicas bananeras apuntaladas por las primeras, segundas y terceras potencias mundiales. Para los ideólogos de la exterminación democrática, el hombre de más confianza es, por defecto, el converso. Si un mercenario tiene la hechura de una cebolla y el color de las capas que van apareciendo depende de la ideología del pagador, como mercenario, Demetrio había sido una cebolla de una sola capa. Buen conocedor de las raíces que sustentaban el árbol socialista, Dimitrije se aficionó a la desestabilización de los regímenes comunistas. Más hábil que inteligente, Demetrio era el converso perfecto.”
LenaDaniel Vázquez Sallés
Alrevés