Novela: «La transparencia del tiempo», de Leonardo Padura

Noemí Pastor

Precisamente el tiempo

Lo que principalmente define a La transparencia del tiempo es precisamente lo temporal; y un poco también lo espacial: es la tremenda ruptura espacio-temporal entre el relato principal, que nos sumerge en La Habana de 2014, y el secundario, que nos traslada por Cataluña y hacia atrás en el tiempo.

Con esto Padura consigue un descoloque total: se mece una plácidamente en el perezoso relato habanero y, de pronto, se planta en el rigor del pirineo gerundense varias décadas y varios siglos atrás, de la mano de Antoni Barral, catalán universal y atemporal, una especie de Aureliano Buendía que atraviesa generaciones y nos retrotrae a la convulsa década de 1930, al siglo XV y todavía unas centurias más atrás en la Edad Media. Esta ruptura no le pone precisamente las cosas fáciles al lector.

Esta estructura narrativa que ya ensayó Padura en Herejes no nos hace olvidar, por supuesto, que estamos ante una novela negra y criminal, que cuenta, además, con el macgufinn más extraño y hermoso que he conocido nunca; ríete tú del halcon maltés: nada más y nada menos que una talla religiosa, presuntamente medieval, que representa a la Virgen de la Regla. Pero es una extraña Virgen de la Regla, tan extraña que Nuestra Señora deLa Vall, advocación mariana catalana totalmente inventada por Padura. Sea como sea, lo cierto es que es una virgen milagrera que sigue extendiendo la superchería desde el medievo hasta el siglo XXI habanero, poblado de santeros y orishas. ”Cuando la gente está muy jodida, cree en cualquier cosa”, nos recuerda al respecto Bobby Roque, el santero propietario de la imagen.

La verdadera esencia y la verdadera historia de la talla mariana se nos irán revelando capítulo a capítulo; la intriga sobre tal objeto legendario se nos irá dosificando a poquitines, a medida que la rama catalana de la narración se adentra hacia atrás en el tiempo.

El Conde, Cuba y los ángeles caídos

En esta la novena entrega de su saga, encontramos al expolicía, exdetective y exlibrero Mario Conde tan melancólico o más que de costumbre, con su humor sombrío de siempre, quizás con una pizca de amargura, pero sin rabia y sin rencor.

Resignado a verse arrastrado por la historia (“si tú no vas a la guerra, tarde o temprano la guerra vendrá hasta ti”), se lamenta esta vez un poco más por su vocación frustrada de escritor y se consuela con las vidas, más miserables aún, de sus antiguos compañeros de estudios y actuales compañeros de vida. A través de estas peripecias vitales nos pone Padura en contacto con La Habana de 2014, cuando todavía faltan dos años para la histórica visita de Barack Obama que cambió tantas cosas y unos meses más para la muerte de Fidel Castro, que no cambió casi nada.

Sea como sea, esa Habana de 2014 se nos aparece más dura y más negra que nunca, con personajes del hampa verdaderamente literarios: jovencitos guapetones y musculaditos de nombres imposibles, sonoros y diabólicos, como de ángel caído (René Águila, Ramiro La Manta, Yúnior Colás, Raydel, Yamichel), traficantes glamurosos, traficantes de droga, traficantes de arte (no hay gran diferencia entre unos y otros), como salidos de una teleserie, que habitan, sin embargo, pueblos nuevos miserables, “de llega y pon”, a la manera de favelas, habitados por orientales que abandonan sus aldeas y tienden a la metrópoli; como en Brasil, como en Perú.

Y esa Cuba convive con la del lujo, con locales exclusivos de gastronomía francesa y vinos europeos.

Cuba y las reflexiones de Conde sobre sus derroteros ocupan buena parte de la novela, como de costumbre. Padura está condenado a hablar de Cuba, le guste o no. Servidora de ustedes estuvo en la multitudinaria presentación de La transparencia del tiempo en Bilbao y pongamos que, si el público hizo diez preguntas, ocho fueron sobre Cuba y dos sobre asuntos literarios. Algo parecido sucede en las entrevistas en diferentes medios. Y ¡no os lo perdáis! Como en esta novela la acción transcurre también en Cataluña, ¡le preguntan también por el procés! ¡Qué paciencia, dios! Si yo fuera Padura, a la segunda pregunta habría saltado y habría mandado a todo el mundo al cuerno. Él no. Él entra a todos los trapos y se deja torear con elegancia.

Vasos comunicantes

El relato habanero y el catalán se unen, cómo no, entre sí por finas capilaridades. Y, si el macgufinn era extraño, ¿qué adjetivo usaré para calificar a esta liana que nos transporta en continuas idas y vueltas de un plano narrativo a otro? ¿Cómo calificaré que, por ejemplo, hacia el final del relato se planten en La Habana catalanes arquetípicos como un tal Jordi Puig-no-sé-qué? ¿Acudiré a la habitual adjetivación resplandeciente de Padura y hablaré de una sutil juntura juncal, carnal, avasallante, camélida, pegajosa o escuálida? No, mejor me resigno y os cuento sin más que el verdadero hilo que recorre todos los tiempos son los pies que que son los pies; sí, unos pies maltratados como de anuncio de antes de usar crema noruega; son los pies de Antoni Barral, que recorren el sur de Francia y Cataluña y se reencarnan en abades y caballeros, se refrescan en fríos arroyos pireinaicos, se envuelven en sacos de tela y piel, cruzan el océano y acaban asfixiados en bolsas de nilón al final de las extremidades de un mísero anciano habanero que no tiene para zapatos.

La transparencia del tiempo
Leonardo Padura
Tusquets
 

Puedes seguirnos en TelegramGoogle+, Twitter y Facebook

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s