Teatro: «Gregor Samsa». No salgas de la cueva, monstruo enamorado

Marcelo Luján

Ninguno de nosotros sabrá nunca en cuántas personas podrá convertirse. El alma humana es indescifrable porque nadie conoce nunca su verdadero destino. Ni las fuerzas que generarán los cambios. Somos seres ignorantes: ignoramos que todo, siempre, puede cambiar. Siempre. Todo puede dejar de ser. Todo lo que tuvimos y tenemos y hasta tendremos. Algo parecido sucede con el día y la noche, con la luz y la oscuridad, con la superficie y el subsuelo. Y en ese universo de impuntualidades en el que viven nuestras almas, nada es más impuntual que el amor.

A menudo olvidamos que «mañana» es mucho más que un simple adverbio de tiempo. Ese persistente olvido condena a nuestras también persistentes y tan frágiles almas. Y tampoco sabemos nunca, porque nadie nos lo advierte o señala o recuerda nunca, que es la fragilidad de nuestras almas lo que nos convierte en seres vulnerables.

Vulnerabilidad y belleza, soledad, amor, oscuridad y frescura, persistencia, entrega, necesidad. Dolor. Estos son los ingredientes de la más que recomendable pieza teatral Gregor Samsa, que es —sin duda—, una narración devastadora, una narración que nos desnuda y nos lanza a la intemperie de la realidad, para recordarnos que nadie está nunca a salvo de prácticamente nada.

Hay, además, un curioso y acertado y por qué no intenso tratamiento de las cuestiones físicas, expuestas de modo casi grotesco y hegemonizadas, por supuesto, en el binomio fealdad-hermosura. Pero también se aborda lo estrictamente físico en la salvaje exposición de la entrega —física, carnal— de los personajes: azótame hasta la muerte porque exactamente eso es el amor.

Apuntalada por dos actuaciones sobresalientes —Sherezade Atiénzar (Misa) y Ramón Nausía (Monstruo)— y una inteligente puesta en escena, la obra relata el peligro al que nos sometemos en casi todas las interacciones humanas basadas en la variable sentimental. Y lo hace con un gran criterio estético, un texto altamente literario que se sostiene a lo largo de los sesenta y cinco minutos de obra.

Con La metamorfosis kafkiana sobrevolando las acciones, Gregor Samsa no deja ileso al espectador, quien constantemente siente la necesidad de decir «No salgas de la cueva, monstruo enamorado». No abandones tu oscuridad. No permitas que la luz de la mañana y el color de las flores te impidan estar a salvo. No lo hagas. Misa es hermosa y jura que te quiere. Misa es joven y está bañada por adolescencia, en el peor sentido de la acepción. Y tú no eres más que un hombre acabado, un hombre monstruoso que carga con la siempre pesadísima mochila del pasado. Ella apenas tiene pasado porque apenas tiene años para tenerlo. Pero ella y tú compartís la soledad. Mal asunto, monstruo enamorado. No dejes que te convenza. Dice que te quiere y no miente. Pero no dejes que te haga ver la luz, el brillo de las flores, los aromas de la mañana. No lo permitas. Lucha. Todos los que quieren dejan de querer. Querer, querer, querer. Un verbo maldito por los siglos de los siglos y tú, monstruo enamorado y adulto, deberías saberlo. No salgas de la cueva, no abandones la segura oscuridad. El amor es muy impuntual y si verdadero, asesino, puesto que contiene el inevitable veneno del dolor. Acaso Misa no lo sepa pero tú sí. Tú sí deberías saber que la soledad es el mejor y único hogar posible. Y que abandonarla sería un suicidio.

Teatro Intemperie, Madrid

Próximas funciones, en la web

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