Para un lector apasionado por los crímenes de Jack (o de Jill, que también existe esa teoría) los libros –no pueden calificarse como novelas– publicados en los últimos tiempos no pueden sino calificarse como cada vez más prescindibles. La historia atesora todas las claves para convertir aquellos crímenes como un producto que en manos de un escritor de oficio han de servir como el entramado perfecto para urdir una buena novela. Son pocas las novelas que lo han conseguido. Ellery Queen (los primos ocultos por el seudónimo) lo consiguieron enfrentando al mismo Sherlock Holmes con Jack el Destripador en Un estudio en terror y Allan Moore en la inconmensurable novela gráfica Desde el infierno. Sin embargo es más fácil para muchos autores abordar un ensayo de investigación y proponer nuevos sospechosos, cada vez más famosos, para alcanzar el número de ventas que la editorial espera. Lewis Carroll, Oscar Wilde, el hombre elefante (Joseph Merrick) o el mismísimo Arthur Conan Doyle han desfilado en esta victoriana rueda de sospechosos a la que sospechamos –si se me permite la broma– que a no más tardar se añadirán el arzobispo de Canterbury de la época o el lacayo indio de la reina Victoria… por hablar solo de algunos con alguna probabilidad.
José Javier Abasolo (Bilbao ,1957) no necesitaba acudir con sospechosos epatantes a su editorial para obtener el merecido reconocimiento como escritor de novela negra que su trayectoria reconoce: dieciséis novelas y una saga de novela negra protagonizada por Goiko, el exertzaina convertido en detective, le han catapultado a un escritor de referencia no solo entre sus seguidores, que son muchos, sino también en las obras sobre literatura y género negro cuando destacan a los autores más reconocidos de las últimas décadas. Una decisión peligrosa fue la última de sus novelas en la que transitó por el pasado (nos llevó a una Navarra independiente en 1940), tránsitos que han sido además habituales en su literatura desde Lejos de aquel instante. Tras volver a Goiko y a recorrer las calles de Bilbao, en su nueva novela Abasolo nos lleva más lejos y muchos años atrás, al Londres del otoño del terror, 1888, cuando Jack el Destripador recorrió las malolientes calles de Withechapel asesinando entre las sombras a mujeres (cinco según el canon, un numero inferior o superior según otras fuentes que buscan atraer al lector).
Este es el enunciado básico, solo que el autor bilbaíno necesita –suponemos– conectar al Bilbao de 1888 con el otoño del terror victoriano, y para eso ha de llevarse a un bilbaíno nacido en el barrio de Abando –en 1865, concretamente– bautizada como Sabino Arana y a quien los lectores conocen como fundador, solo unos pocos años más tarde que cuando se desarrollaron los sucesos de Whitechapel, de un partido político. En ausencia de un jugador del Athletic (club del que Abasolo es aficionado pero del que no ha podido tirar de banquillo en fechas aun anteriores a la creación del club rojiblanco) el escritor toma prestado de la historia a un personaje que aún está ajeno a la política a la que llegaría en 1892. En 1888 es todavía un joven como muchos otros de aquel siglo, que acude a un Londres desconocido y fascinante a aprender inglés. El planteamiento es verosímil y todo el elenco que acompaña al bilbaíno que va a Londres –un contrapunto a aquel “ingles que vino a Bilbao”, el de la bilbainada (1) que inmortalizaron Los Chimberos– atrapa al lector y le permite sumarse a la investigación sobre la identidad oculta de Jack el Destripador. Está el inspector Frederick Abberline, uno de los policías que participó en la investigación (de hecho, el que mejor conocía el barrio de Whitechapel) al que han dado vida Michael Caine, en una espléndida serie de la BBC de 1988 (Jack the Ripper) y Johnny Deep recientemente en la película Desde el infierno, y el mismísimo Arthur Conan Doyle, quien de hecho llegó en su tiempo a formular alguna teoría sobre la identidad del criminal.
El lector no desvelará las teorías que Abasolo nos puede formular en la novela o si nos muestra con pruebas irrefutables para la comunidad de “ripperologos” (2) en la que, con modestia, confieso me incluyo. La bruma del Támesis nos permite acudir sin perjuicios al viaje que Abasolo nos propone: la pobreza reinante en el East End por contraposición a las mansiones del West End, mansiones que albergaban más secretos y “cadáveres en el armario” (3) que las estrechas callejuelas, malolientes tabernas y oscuros prostíbulos de Whitechapel. Abasolo retrata con maestría ambos ambientes y la investigación de los crímenes desde una doble perspectiva, por un lado la de la propia policía londinense, bastante desastrosa por cierto ya que estaba más preocupada por las revueltas ocasionadas en Londres por los “fenianos» (4), y por los investigadores aficionados aficionados a la criminología –el propio Sabino Arana y el hijo de su tutor en Londres–, que pretenden averiguar la verdad solicitando incluso su opinión al doctor Doyle, la apabullante personalidad de la “condesa roja”, una joven en esta historia Constance Gore-Booth, más tarde condesa Markiewitz, sufragista y revolucionaria que sería ministra de Trabajo de Irlanda y alguno de los más conocidos entre los sospechosos de ser el destripador como el polaco Aaron Kominski aparecen en las páginas de la novela. También aparecen las referencias a las novelas de Wilkie Collins y al Estudio en escarlata de Conan Doyle.
Precisamente para este lector hay en El juramento de Whitechapel una hábil utilización de los recursos de la novela de investigación criminal con la que el detective consultor Sherlock Holmes sedujo en aquellos años de fin de la era victoriana a los lectores aficionados al crimen y al misterio con los recursos de la “sensation novel” (5) representada por las obras de Wilkie Collins (La piedra lunar, La dama de blanco) donde el misterio y el crimen se enredan a su vez en una madeja de relaciones sentimentales que Abasolo teje con igual habilidad.
En Whitechapel, en 1888, se produjo un juramento, pero no es este al que se refiere la novela de Abasolo. Tampoco lo es un juramento pronunciado en 1893 por Sabino Arana, el juramento de Larrazábal. El juramento de Whitechapel es una precisa en su relato histórico y apasionante en su trama novela policiaca basado en unos hechos históricos que Abasolo respeta con pulcritud, en una investigación que sorprenderá al lector por su verosimilitud y una tensión narrativa que avanza a medida que los capítulos se suceden. Abasolo actúa con el esmero del relojero del Big Ben para conseguir que la novela funcione con la precisión que exige conjugar personajes reales (tan propicios al cliché como el propio Sabino Arana) con uno de los misterios más apasionantes de la historia como Jack el Destripador, y ello sin perder en la maniobra de ajuste la calidad narrativa y los diálogos que Abasolo nos tiene acostumbrados a resolver con la pericia que otorgan más de veinte años escribiendo novela negra.
Por cierto, si están interesados en conocer si la solución final tiene sentido… les aseguro que sí lo tiene, y son ya muchas las novelas y ensayos escritos sobre Jack el Destripador, pero no les he desvelado nada: Abasolo ya nos tiene acostumbrados a crear un magnifico final en sus novelas.
(1) Canción bilbaína que se canta por las cuadrillas en el botxo (Bilbao)
(2) Aficionados a investigar la autoría de los crímenes de Jack el Destripador
(3) Término que proviene del inglés (“skeleton in the closet”) para referirse a los secretos que ocultan las familias
(4) Término que identifica a los nacionalistas irlandeses desde mediados del siglo XIX
(5) Novelas sensacionalistas en las que se combinaba misterio y pasiones
El juramento de Whitechapel