En La huella del mal, Manuel Ríos San Martín, juega con la idea de que el ser humano ha evolucionado desde la prehistoria, pero hay muchos instintos que se conservan desde entonces. El mal es uno de ellos.
Durante una visita a Atapuerca un grupo de jóvenes se separan del grupo para hacerse selfies con una reproducción de un enterramiento prehistórico. La reproducción parece terriblemente real. De pronto descubren que la mujer que va a ser enterrada en la escena no es un muñeco, es una mujer asesinada. A partir de este crimen, similar a otro asesinato ocurrido hace unos cuantos años y que quedó sin resolver, la policía despliega una investigación que intenta descubrir al asesino y si ambos asesinatos están relacionados.
Cada vez más las series de misterio triunfan. Desde la llegada de las plataformas digitales que permiten que nos demos maratones de tele en los que devoramos una serie detrás de otra, me estoy dando cuenta de que muchos thrillers reproducen fielmente los condimentos que toda buena serie debe de tener: escenarios majestuosos, personajes con historias en las que el espectador puede reconocer sus propios problemas, conflictos entre los personajes que se mezclan con las pistas del crimen, escenas rápidas y giros argumentales…
Manuel Ríos San Martín es guionista de series de televisión y eso se nota.
La investigación de La huella del mal se produce en un pueblo cercano a Atapuerca, Niebla, población ficticia en la que sus habitantes guardan secretos de los vecinos y de ellos mismos. El escenario es impresionante, los paisajes increíbles, los personajes son más oscuros.
Silvia Guzmán es la policía encargada de investigar el crimen de Eva. Como compañero tiene a Rodrigo, un joven idealista que hace de la investigación su único objetivo. Silvia investigó el primer crimen con Daniel Velarde, hombre de acción que ahora se dedica a la investigación privada pero que es reclamado para ayudar en la investigación. Entre Silvia y Daniel hay una clara tensión sexual que dificulta la investigación. Rodrigo escarba en el pasado de la víctima, Eva, para encontrar la posible causa de su muerte. Las redes sociales de la joven nos muestran a una chica complicada, obsesionada con la prehistoria, desinhibida, a la que no la importa jugar con fuego y con una familia casi más complicada que ella. Una vez más la víctima es cuestionada y es casi considerada la única culpable de su muerte.
La huella del mal se narra con capítulos muy cortos, muy rápidos. La narración es muy fluida. El lector cambia constantemente el foco de atención y pasa de escena en escena sin pausa. La última parte de la novela es verdaderamente veloz.
Me gustan las series de misterio y me gusta la literatura de misterio, pero cada cosa en su sitio. No he podido evitar pensar durante la lectura de La huella del mal (y es un libro de 600 páginas) que estaba leyéndome un guion, lo único que me han faltado son una tanda de anuncios de vez en cuando. Cada vez son más los thrillers que me provocan esa sensación y esa sensación hace que me sienta un poco estafada. Los lectores queremos literatura y no historias facilonas que no nos hagan pensar. Si queremos historias que no nos hagan pensar nos ponemos la tele y pasamos la odiosa tarde de domingo. Pero esta es sólo mi opinión. Juzguen por ustedes mismos y después me cuentan.
La huella del mal Manuel Ríos San Martín Planeta
Acabo de leerla. Me ha parecido mala, con incongruencias de todo tipo. Una novela fallida