Nunca hubiera pedido este libro, ni tampoco lo hubiera sacado de una biblioteca y mucho menos comprarlo: el dinero, siempre escaso, está para otros menesteres, así que para que un servidor termine leyendo este libro hubo de haber muchas coincidencias. La primera y principal es que la editora, una mujer a la que respeto, me lo enviara y que yo la tuviera en tanto respeto como para otorgarle mi tiempo a esta lectura; y la segunda, para que conociéndome tuviera a bien enviármelo considerando que se acoplaría a mis gustos literarios.
Debo decir que para mi sorpresa fue todo un acierto. Ya sé que muchos de los lectores de esta avezada publicación estarán profiriendo blasfemias y puede que alguna sonora palabrota, no les quito razón, pero como dijo aquel “Graecia capta est”, y ya no puedo decir más.
Puede que hace unos años hubiera pasado por alto la lectura, ni siquiera le hubiera dado las 17 páginas de cortesía, pero ahora, con el confinamiento, la pandemia, los raperos en la cárcel, los antidisturbios triunfando en las calles uno ya se ha hecho a todo, así que afronté la lectura con la sana intención de destrozarla cual diplodocus hambriento. Bueno, no sé si era un animal carnívoro pero imagino que será de digestión cruenta, así que ese era el propósito, algo salvaje y primario, como…mejor me callo, que de la opinión a la celda hay un camino muy estrecho.
La lectura me ha encantando, es verdad que no es una novela negra en sí, ni tampoco una de detectives, aunque haya uno, pero no es el icono en el que mirar el género. Jackson Brodie, que así se llama el protagonista, es un tontito que va tropezando con la verdad y con los delitos y con los casos y con los golpes y con las mentiras y con mujeres que sólo desean tener sus momentos de intimidad con él. Tal vez he sido muy ligero al usar el término tontito pero me lo parece, también en el sentido más softly como dirían los modernos, o puede que ya no y hayan desterrado semejante palabreja, pero creo que todo el mundo la entenderá.
Decía que el llamado “mítico” Jackson Brodie aparece en la ficción por primera vez y no lo hace con poco, con tres casos a la vez y todos rodeados de la sociedad más británica que pueda existir, la rural y la universitaria de Cambridge y aquí voy a hacer un inciso.
¿Recuerdan ustedes aquella serie de los Roper? A los más jóvenes es posible que no, pero a los de mediana edad seguro que les ha traído gratos recuerdos. Pues en la novela, al menos para quién suscribe, no le han parado de aparecer escenas de la serie. Y ya con mencionarla no puede sino aparecer una sonrisa. Los Roper eran un típico matrimonio inglés, amargados, odiosos, avaros, lujuriosos, bebedores, espectaculares y divertidísimos, vamos un típico ejemplo de la flema británica que camina tras cuatro pintas desde el pub hasta su vivienda. Pues aquí aparecen en el lado femenino y lo hacen con una gracia, un alborozo y un desparpajo que haces que pases de la sonrisa a la carcajada y todo con una simpleza, con un saber estar encomiable. Todo, por muy trágico que parezca, es primario y divertido, sexual y triste y divertido y es tan difícil de explicar que ruego a todos que lean la novela y me puedan aportar alguna explicación, porque hay escenas que de alguna forma me han entrado en el cerebro y soy incapaz de desterrarlas.
Voy resumiendo, no me parece una novela negra, ni policial ni detectivesca, ni casi nada de a lo que dedicamos el tiempo, pero hay diversión entre sus páginas y les recomendaría que no se la pierdan.
Expedientes
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