Novela: «La forastera», de Olga Merino

la-forasteraTeresa Suárez

Sinopsis:

«Tras una juventud de excesos, Angie vive retirada -casi atrincherada- en una aldea recóndita del sur. Para los vecinos es la loca que se deja ver en compañía de sus perros. Su existencia transcurre en el viejo caserón familiar, en un cruce continuado de dos tiempos: el presente y el pasado. Tan solo tiene a sus fantasmas y el recuerdo del amor vivido con un artista inglés en el Londres olvidado de Margaret Thatcher.

El hallazgo del cuerpo ahorcado del terrateniente más poderoso de la comarca lleva a Angie a desenterrar viejos secretos familiares y a descubrir el hilo fatal de muerte, incomprensión y silencio que une a todos en la comarca. ¿Es el aislamiento? ¿Son los nogales, que segregan una sustancia venenosa? ¿O acaso la melancolía de los húngaros, que llegaron hace siglos con sus baúles y violines? Angie sabe que, cuando lo has perdido todo, no hay nada que puedan arrebatarte.

La forastera es un western contemporáneo en el territorio áspero de una España olvidada. Un relato estremecedor y emocionante sobre la libertad y la capacidad de resistencia del ser humano».

Antes de empezar, ya estoy oyendo al jefe decirme aquello de: «La reseña es buena (una de cal) pero si la publico en Calibre confundiremos a nuestros lectores (otra de arena) porque, al final, no saben si somos una revista de novela-cine-series negras y policiacas u otra cosa».

¡Las etiquetas y yo siempre andamos peleadas!

En fin, veamos si le convenzo…

La forastera empieza con el descubrimiento de un cuerpo. ¿Causa de la muerte?: ahorcamiento («El hombre, porque en efecto es un hombre, debió de subirse a la rama más baja del nogal y, una vez sentado en ella, ató la cuerda al camal de encima, aseguró el nudo y se dejó caer. El peso y la altura suficientes (…) El ahorcado tiene la culera del pantalón manchada de mierda»). Tras la correspondiente denuncia en el cuartelillo («los tres guardias civiles nos interrogaron del derecho y del revés, primero juntos y después por separado, para detectar si incurríamos en contradicciones o quizá para despistar el aburrimiento»), traslado al lugar de los hechos para proceder al levantamiento del cadáver («Como el monte es impracticable en noche cerrada, hubo que esperar a que clareara para acompañarlos hasta el nogal del calvero y aguardar luego a que llegara el juez para descolgar el cadáver»).

El suicidio de don Julián, el propietario de Las Breñas, el patrón, es tan solo uno más en la larga lista de personas, pertenecientes a diferentes familias, que, a lo largo de los años, se han quitado la vida en este territorio perdido e inhóspito («La muerte merodea por aquí desde siempre. La gente de estos predios lo sabe muy bien. Tal vez es la melancolía la que invita a desaparecer. O la calima que empaña las cosas y tanto se le asemeja»).

Un lugar que estaría encuadrado entre esos municipios despoblados («en nuestra aldea no hay cuartelillo ni médico ni veterinario, y el cura viene cuando viene porque lleva siete parroquias al retortero a uno y otro lado de la sierra») que, por obra y gracia de algún presentador inspirado, y con el apoyo de una RAE tan combativa ante la implantación de ciertos términos, demandados por importantes sectores de la sociedad, como mansa ante el empleo de otros que, sin visto bueno alguno, campan a sus anchas por periódicos e informativos, forman parte de lo que hoy se conoce como la España vaciada.

«La campiña te vacía la cabeza. Si sucumbes a su dulce abrazo, te va despojando del cuerpo, tajada a tajada. La tierra hambrienta reclama lo que le pertenece, lo que nunca debió salir con la diáspora del hambre» ¡Que maravillosa manera de describir la soledad y sus efectos devastadores en el cuerpo y el alma!

Y es que, créanme, entre las muchas cosas que hacen de La forastera una obra de arte, que lo es, una de las más importantes es la maravillosa forma de narrar de Olga Merino: la riqueza de vocabulario, las hermosas metáforas, el enorme poder evocador de las descripciones de paisajes y la intensidad en la exposición de sentimientos, convierten su prosa en un auténtico placer para los sentidos. La forastera se ve, se saborea, se huele, se escucha, se palpa.

La forastera es un excelente coctel, mezclado no agitado.

La importancia de las emociones, lo sensitivo («Suele sucederme en determinados lugares, cuando entro en espacios cerrados donde el tiempo ha sedimentado una pátina de angustia. Siento algo. Una energía. Una vibración. Susurros. Ruidos vagos. El desconcierto acumulado de los espíritus. El eco de la muerte. El peso de lo acontecido, como si las paredes se hubiesen impregnado de la congoja»), y la presencia de los muertos como parte cotidiana y normal de la vida de Angie, la protagonista, nos hablan de realismo mágico.

La ambientación, la dureza del entorno, la lucha de la mujer contra los elementos, tanto climáticos como humanos, los falsos rumores («Aquí las llaman las Mellizas de Las Breñas (…) y murmuran que son machorras porque no han parido hijos. Ellos hablan, hablan, hablan. Nunca sobre sí mismos, de los que los roe por dentro»), los secretos que no lo son («Tú no sabes quién es quién en tu casa. A ti te han tenido engañada») y las rencillas que carcomen, componen el fascinante universo de los pueblos pequeños, donde, aparentemente, la vida es fácil y bucólica, pero donde el ojo por ojo y el deseo de venganza ni caducan ni expiran, sino que se heredan como un pedazo de tierra baldía y maldita.

La forastera es un thriller rural que no necesita imitar al modelo americano para resultar tan potente, o más, que el propio Fargo. El asesinato de Avelino García Izquierdo y sus dos hijos en La Hoya en Salamanca (a quienes Paulino Sánchez mató a tiros por un asunto de ganado, pastos y lindes) o la masacre de Puerto Hurraco, en la provincia de Badajoz, demuestran que los habitantes de la España rural más castigada nada tienen que envidiar a los de la Minnesota profunda.

¡De episodios de pólvora, sangre y lágrimas, en España sabemos un rato!

Tanto en la contraportada del libro, como en alguna otra reseña que he leído, hablan de La forastera como un western contemporáneo.

El viaje de Angie desde Londres a la aldea de sus antepasados, para vivir aislada, repudiada casi, sin rumbo fijo y sin metas.

Una mujer sola enfrentándose a todo un pueblo cuyos vecinos esconden su cobardía tras puertas y ventanas («Llego a la plaza del Salitre, bebo un trago de agua en la fuente y grito: ¿Quién de vosotros ha envenado a mis perros? ¡Salid, salid de vuestras madrigueras! ¿Qué culpa tenían ellos?»).

Un duelo desigual entre las ricas y poderosas gemelas («dos copias rubias y amargadas de Bette Davis») y una mujer pobre y acorralada («me están echando el cerco») que clama venganza («Nos obligasteis a largarnos de aquí, habéis talado los almendros de la linde, me cortáis la luz, me queréis quitar la casa y ahora ¿mi Capitana? El agujero en el pecho se me ensancha cuando pienso en la suerte que haya podido correr la perra, y sé que ahora sería capaz de matar»).

Angela Maroto, la Marota, aferrándose a un código de honor, casi obsoleto, para no doblegarse, encarnando con ello el espíritu de quienes, antes que ella, dieron la vida por la libertad, su bien más preciado. El único que les quedaba.

¿Pueblos sin ley y sed de justicia? `

Si, puede que La forastera sea un western, pero de los buenos. De los muy buenos.

Anhelando que no terminara, confieso que, a propósito, he leído La forastera despacio, casi siempre con un nudo en la garganta y, en ocasiones, al borde de las lagrima. En sus páginas he encontrado retazos de lo que fue la dura vida de mis padres en su infancia y juventud y ha sido tal la identificación con lo leído, tal la cercanía, que en muchos de sus capítulo la emoción me ahogaba.

Sumergirte en La forastera es una experiencia tan intensa, tanto, que cuando llegas a la última página y lees «sé que vendrán más primaveras» no puedes evitar exhalar un suspiro. Y es que, si hay algo que sabes, algo de lo que estás completamente segura, es de que esta novela, su protagonista, la historia, ya nunca te abandonará.

Escribirás sobre ella, recomendarás su lectura y te hará recordar por qué leer es uno de los mayores placeres que existen.

Gracias Olga Merino por escribir La forastera.

Gracias Salva Alemany por hablarme de esta novela.

Gracias a quienes lean esta reseña y, si valoran en algo mi opinión, lean La forastera.

Me lo agradecerán.

La forastera
Olga Merino
Alfaguara

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Un comentario en “Novela: «La forastera», de Olga Merino

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