Teresa Suárez
«Es la sensación de contacto, en cualquier ciudad por la que camines, ¿comprendes?, pasas muy cerca de la gente y ésta tropieza contigo. En Los Ángeles nadie te toca. Estamos siempre tras este metal y cristal y añoramos tanto ese contacto que chocamos contra otros sólo para poder sentir algo», Crash dirigida por Paul Haggis.
Sinopsis:
«Una trágica noche, la vida de Martin Jones, un ayudante de sheriff del condado de Los Ángeles, salta por los aires y se ve obligado a entrar en un mundo clandestino y letal de soldados del cártel, asesinos yakuza y justicieros misteriosos. No tardará en verse inmerso en una odisea surrealista de asesinato, misticismo y venganza mientras le acechan sus antiguos pecados».
Con Drive primero («No sé cómo una película de coches y carreras ha podido emocionarme, pero lo ha hecho. No me gusta conducir, pero Ryan Gosling consigue que parezca algo romántico y hermoso. No entiendo cómo una historia en la que unos mafiosos crueles y sin escrúpulos, empeñados en dejar a su paso un reguero de cadáveres sanguinolentos, puede resultar poética, pero lo es. ¡Pura poesía urbana!») y Valhalla Rising después, me adentré en el universo de Nicolas Winding Refn. Un mundo donde inhalas violencia y exhalas desencanto.
Pero con originalidad.
Porque si algo destaca en el estilo de este guionista y director danés, es el protagonismo que la imagen tiene en su obra, en detrimento, muchas veces, de la palabra.
Nicolás, todo un esteta, se recrea en el símbolo. Esa inmersión en la alegoría, una de las características de su cine, suele realizarla a un ritmo tan lento que son muchos los que no pueden evitar el bostezo y, poco predispuestos a la paciencia, abandonan el visionado de esta mini serie de TV que, de un capitulo a otro (en total son diez), oscila entre lo peor y lo mejor.
Por ejemplo, el segundo episodio de Demasiado viejo para morir joven, dedicado a la familia de los narcos mejicanos, es una gozada para los amantes de lo negro y criminal. Resulta sorprendente como se puede mostrar en pantalla tanta intimidación y brutalidad con tan poco movimiento. Apenas hablan, es cierto, pero cuando lo hacen, es tan surrealista lo que dicen que, aunque estés viendo una autentica salvajada, no puedes evitar esbozar una sonrisa.
Sin embargo, en el capítulo tercero, realmente aburrido, la intención del director y la atención del espectador transitan por líneas paralelas que no llegan a encontrarse.
Pese a ello, como no soy de dejar cosas a medias, continúo viéndola porque la curiosidad que me despierta supera, con creces, a los momentos de tedio ocasionales.
Por la composición, la quietud y la fuerza del color, cada fotograma de Demasiado viejo para morir joven parece un cuadro pintado al óleo.
Ese es uno de los motivos por los que Demasiado viejo para morir joven me recuerda mucho, muchísimo, a La casa de Jack del también danés Lars von Trier, uno de los directores más controvertidos de los últimos tiempos. Eso sí, Lars se maneja mejor con el humor negro que Nicolas Winding Refn.
Unas veces elegante, otras muchas de una truculencia abrumadora, Demasiado viejo para morir joven es una serie innovadora, decadente y salvaje.
Recuerden el famoso aforismo 146 de Más allá del bien y del mal de Nietzsche: «Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».
Avisados, pues, de que la exposición a tanta violencia puede pasarles factura, ahora decidan si miran o no al abismo de Winding Refn.
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