Sergio Torrijos Martínez
Elmer Mendoza y Edgar “Zurdo” Mendieta; pronunciar estos nombres y ya comienzo a salivar. Me da igual que la acción se base en una conocida canción de los Beatles, para mí el grupo más sobrevalorado de la historia y ante esta atrevida información les aseguro que soy de los Stones con todo lo que implica, o que se trate de investigar un crimen o buscar a un antiguo narco o encontrar a alguien que se oculta. Es indiferente, aparece el Zurdo Mendieta por las páginas de una novela y ya sé, de sobra, que me lo voy a pasar bien.
Quién no conozca el personaje no sabe lo que se pierde y como buen seguidor de esas piedras rodantes les recomiendo que escuchen “Don`t stop” y acudan a toda prisa a una librería por cualquiera de sus novelas.
Sólo puedo poner una pega al Zurdo y son sus cuestionables gustos musicales, algunos perfectos y otros… mejor lo dejo ahí.
Dentro de la normalidad en la vida del detective Mendieta, en está ocasión se enfrenta a un mafioso recién excarcelado, decir mafioso y hablar de México es otro nivel, que nadie imagine al Padrino ni nada similar, para hacerles un avance les puedo hablar que en la obra hay persecuciones con helicóptero disparando, RPG o lo que es lo mismo armas anti-tanque y de ahí para arriba. La violencia tiene otro carácter diferente a cualquier otro lugar en el que situemos una novela negra, nos acercamos así más a un Kabul o en estos tiempos Mariupol, por citar algunos lugares peligrosos.
Un mafioso en México es el jefe de un cártel y ya no es una organización criminal sino un grupo fuertemente armado y que no duda en hacer uso de esa violencia tanto frente a la policía como a los civiles, tiene tal poder que incluso supera a las fuerzas del orden, que en México no son mancas.
En mitad de esa trifulca, que parece Vietnam, el detective se compromete a buscar a una mujer que fue la amante perfecta de un moribundo. Así la crueldad de la lucha contra el crimen se contrapone con una bonita historia de amor.
Que ambos mundos, tan antagónicos, casen en la ficción no es nada sencillo, pero a Elmer Mendoza le sale solo.
Una de las principales gracias de la novela, y ya un sello propio del autor, es el uso del argot. Aunque he tenido la sensación de que es más moderado en esta entrega, siempre se disfruta pese a ser algo críptico para lectores nacionales, no por algo es tan genuino como esos mejicanos que pueblan la novela. Debo decir que según se avanza en la producción del autor uno se va adaptando a esa forma de expresarse, incluso se puede tomar como propias alguna de esas palabrejas.
Esta novela, junto con casi todas del autor, es una obra de pleno disfrute. Si la comienzan no tardarán más de dos días en terminarla, se lo aseguro. El goce está asegurado. No sean chingones, ya saben que tiene mi recomendación más encendida.
Ella entró por la ventana del baño
Elmer Mendoza
Alfaguara
Puedes seguirnos en Telegram, Twitter