Chris Offutt: un largo viaje literario que comenzó con una biblioteca móvil en las colinas

Jokin Ibáñez

Nota del traductor

Yo no soy un traductor profesional. Soy un lector que, de vez en cuando, encuentra relatos policíacos en inglés no editados en España. Como no se nos traduce lo que queremos y necesitamos, intenté lo que pocas veces he hecho: traducir.

El resultado puede estar bien o mal, o regular y que deje algo que desear. No me extraña, soy un novato. De hecho, tras uno de Tony Hillerman, otro de Sue Grafton y varios de Michael Connelly, vuelvo ahora con un artículo de Chris Offutt en el que cuenta cómo comenzó a escribir género negro.

En Calibre .38 no poseemos los derechos del artículo. Si nos dicen que hay que retirarlo, lo haremos y seguiremos sin leerlo hasta que algún otro medio tenga a bien traducírnoslo.

Jokin Ibáñez Errasti

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De niño, en medio del Bosque Nacional Daniel Boone, pasé en soledad gran parte del tiempo. Muchísimas horas vagando por el bosque. La mitad de lo que sé, lo aprendí allí solo. Y la mayor parte del resto lo aprendí leyendo.

Una biblioteca móvil subía, una vez a la semana, por el camino de tierra de la colina que llevaba a mi casa. En esos estantes inclinados descubrí mi amor por el género policiaco al caer rendido ante Nancy Drew (1). A continuación, leí a los Hardy Boys, las Dana Girls y los Three Investigators (2). En el pueblo más cercano había, entonces, una biblioteca pública donde di el gran salto a Sherlock Holmes y a Edgar Allan Poe. Pero tenía un límite de cuatro libros por persona. Cometí, en aquel momento, un delito menor, al obtener más tarjetas de la biblioteca a nombre de mis dos hermanos en edad preescolar y del perro de la familia. Es decir, dieciséis libros que me durarían una semana: y leí todos los libros de Agatha Christie y Mickey Spillane. Una vez en la escuela secundaria, ya tenía superado todo tipo de tramas y personajes simples (3).

Unos años más tarde, me embarqué en la lectura del canon criminal estadounidense, comenzando con Hammett y Chandler. Encontré varias maravillas, principalmente en los libros de bolsillo de la década de los 50. Poco después, me encontré con James Sallis y Shane Stevens (4), dos de mis escritores favoritos. Las novelas policiacas ambientadas en zonas rurales habían desaparecido, más o menos, con la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, las narraciones se desarrollaban en ciudades y pueblos, ninguno de los cuales guardaba mucha relación con mi experiencia vital. Intenté encontrar novelas que trataran temas que me fueran más familiares, personajes con los que pudiera identificarme.

Descubrí escritores afroamericanos como Chester Himes, Donald Goines, Iceberg Slim y Clarence Cooper Jr. Me atrajo su trabajo porque trataban personas y culturas que no conocía hasta el momento. Ubicados en lo profundo de la comunidad negra, la acción y el diálogo se representaron sin tapujos, una lección muy valiosa para mí. Estos escritores habían luchado contra obstáculos difíciles para mostrar su experiencia a los lectores blancos que no tenían en cuenta la cultura negra, a la que contemplaban desde la ignorancia y la intolerancia. Comprendí que tenía frente a mí una batalla similar, desde el punto de vista de clase, al escribir sobre la gente pobre de las colinas blancas.

En 1990 comencé a escribir en serio. Ese mismo año, Walter Mosley publicó su primer libro, El demonio vestido de azul. Estaba ambientada en Los Ángeles durante los años 40 y se desarrollaba en la comunidad en la que se movía el protagonista. Al igual que la vida en las colinas, la mayoría de la gente era pobre y pocos tenían automóviles. Si trabajaban, sus trabajos eran mano de obra servil. Los diálogos eran directos y la violencia, repentina, similar a mi vida en las colinas.

Inspirándome en Mosley, comencé a escribir historias cortas ambientadas en las colinas que presentaban una variedad de personajes marginados involucrados en actividades semiilegales o directamente ilegales. Eran amigos y vecinos, gente a la que conocía bien. Aparecían contrabandistas, cultivadores de marihuana, jugadores, ex convictos y forajidos. Por supuesto, envié mis historias a las revistas de misterio que se publicaban entonces: Ellery Queen, Alfred Hitchcock y Hardboiled. Los editores rechazaron todas y cada una de ellas. Después las envié a las revistas literarias trimestrales y logré que se publicara una historia sobre un hombre que sale de prisión, condenado por homicidio, regresa a las montañas y maltrata a su familia.

Siempre he creído que escribía novela policíaca, aunque el mercado parece no estar de acuerdo. Mi primera novela, El buen hermano, trataba sobre un hombre que venga el asesinato de su hermano, huye hacia el oeste, vive bajo un alias y se mezcla con gente antigubernamental. Mi segunda novela, Noche cerrada, presentaba a un hombre que conduce para un contrabandista ilegal. Incluyendo robo de dinero, una temporada violenta en prisión y tres homicidios.

Durante veinticinco años quise escribir una serie policiaca. Varios proyectos me desviaron: escribir guiones para financiar la educación de mis hijos, memorias para tratar de dar sentido a mi juventud, enseñar en la universidad para pagar las facturas. Durante ese tiempo leí a Sara Paretsky, Patricia Highsmith, Megan Abbott, Attica Locke y Sara Gran. Las escritoras aportaron un nuevo enfoque a un género que con demasiada frecuencia se basaba en la violencia, el sexo y el whisky. Estas escritoras reemplazaron estos rasgos con psicología, interioridad y perspicacia humana, lecciones que traté de absorber.

Empecé a leer a escritores europeos y encontré inspiración en la obra de William McIllvanney, Jean-Claude Izzo y Friedrich Durrenmatt. Los escritores contemporáneos que disfruté incluyeron a Val McDermid, Denise Mina y mi favorito, Massimo Carlotto. Estos escritores estaban claramente influenciados por la novela policíaca americana, pero con un toque más existencialista. Al igual que los escritores afroamericanos que admiraba, los novelistas europeos se centraban en la vida comunitaria, las relaciones personales y las perspectivas sociopolíticas. Y los personajes responden desde lo más profundo de su cultura y comunidad. También aprecié el pragmatismo y el humor absurdo ocasional.

En el mejor de los casos, la ficción criminal tiene un contenido social, que a menudo está ausente en las novelas convencionales. La región de los Apalaches es única, en su mayoría difamada en las narrativas populares. Tenía esperanza en retratar a las personas como realmente son, cómo hablan, piensan y actúan, incluidos sus rasgos menos agradables. El libro no blanquearía un mundo duro y violento. Tampoco perpetuaría los clichés y estereotipos que muchas personas asocian con la región de Appalachia.

Para asegurarme de que Los cerros de la muerte fuera considerada como una novela policíaca, seguí el antiguo truco de colocar un cadáver en el primer capítulo. El libro trata de Mick Hardin, un detective de la policía del ejército, originario del este de Kentucky que está de permiso en las colinas. Aunque Mick es el teórico protagonista principal, mi estrategia de trabajo fue hacer protagonista a la cultura misma. La gente de las colinas vive en un doble aislamiento: del resto de los EE. UU. y entre sí. El resultado es el uso de formas de vida muy antiguas, como la lealtad familiar, los códigos de venganza y el comportamiento franco junto con una cortesía pasada de moda. Dentro de cuatro millas cuadradas de colinas, en su mayoría boscosas, encontré la libertad de escribir dentro del género que he amado desde que era un niño.

Actualmente, Kentucky tiene más bibliotecas móviles que cualquier otro estado. Tal vez algún niño, en casa, encuentre mis libros y se inspire para escribir uno mejor. Eso espero. Necesitamos escuchar más voces desde las colinas.

(1) Joven detective de 18 años, creada por Edward Stratemeyer, fundador del Sindicato Stratemeyer (responsable de la producción de varias series literarias de misterio para jóvenes, como los Hardy Boys y las Dana Girls).
(2) Alfred Hitchcock y los tres investigadores, serie, asimismo, de detectives juveniles, creada por Robert Arthur Jr.
(3) Literalmente personajes bidireccionales, personajes sin complejidad, sin profundidad.
(4) Acaba de publicarse Ciudad muerta, sobre la delincuencia de los años 70.

 

Chris Offutt, 15 de junio de 2021

Traducción de Jokin Ibáñez (junio de 2023)

 

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