La bestia tan feroz del título no es otro que Maxwell Dembo, el protagonista principal de la novela, un ex-convicto que acaba de salir en libertad condicional del penal de San Quintín y regresa a Los Ángeles con la firme y sincera intención de abandonar su pasado delictivo y reintegrarse en la sociedad.
Definida por James Ellroy como «la mejor novela de los bajos fondos de Los Ángeles» en el certero y preciso prólogo que acompaña a esta edición – y el señor Ellroy debe saber algo de ese asunto -, creo sin embargo que la novela de Edward Bunker es bastante más que eso. Y lo digo porque si nos quedamos únicamente en ese plano, el de los bajos fondos y sus ambientes y personajes, No hay bestia tan feroz no dejaría de ser una concatenación repetitiva de los golpes que Max Dembo – en el cual adivinamos un trasunto personal del autor, el señor Azul de Reservoir Dogs – se ve obligado a perpetrar para sobrevivir cuando se da cuenta de que nunca podrá insertarse en esa sociedad que continuamente lo rechaza. De hecho, la novela adolece de ciertos altibajos narrativos, y los picos más bajos de la misma suelen coincidir con la planificación y logística de esos golpes, algo que ya hemos leído – o visto – en múltiples ocasiones.
Pero es que el gran mérito de Bunker es otro: contarnos con aplastante lógica la imposibilidad de reinserción de determinados delincuentes. Y ello a pesar de la voluntad que esos hombres pongan de su parte. Básicamente por dos factores, nos dice el autor: uno es el consabido desprecio que el sistema social destila hacia los ex-presidiarios (y más en la época en que transcurre la novela, los años 70; muy significativo en este sentido es el personaje del supervisor de su libertad condicional, un tal Rosenthal); pero otra es la radical asunción por parte del individuo delincuente de su forma de ser, de su Naturaleza y su ethos. Y una vez asumida esa condición, obviamente lo natural es dejarse llevar por la misma; sin ponerle más impedimento a sus fechorías que asumir también el final que dicha carrera delincuencial suele llevar aparejado. Y es entonces, justo en ese momento, cuando un hombre se convierte en la bestia más feroz, en la más peligrosa alimaña, como nos demuestra la espiral de violencia, odio y asesinatos que Max Dembo protagoniza.
Entra así Edward Bunker en un terreno casi ontológico, de finalidad última de la condición humana (de una parte de la condición humana, al menos); en tanto en cuanto prefigura un determinismo absoluto del cual Max Dembo – o sea, él mismo – no puede zafarse. Nunca. Ni aunque lo intente con todas sus fuerzas. Es en este plano donde la novela se eleva y Bunker nos ofrece unas disquisiciones y análisis dignos de figurar en cualquier manual de filosofía, en especial cuando Max Dembo consigue escapar del país tras un tiroteo con varios muertos. Mientras vuela en avión, ya a salvo, maldice en su fuero interno su buena suerte, y empieza a desear con todas sus fuerzas recibir un castigo por todo el mal que ha hecho. Dado que ha conseguido burlar la justicia de los hombres, sin duda Bunker nos remite a la justicia de Dios. Es más, incluso Max Dembo llega a querer que se estrelle el avión para así redimir su conciencia.
Pero nada de eso ocurre, evidentemente, y Dembo consigue su propósito. Lo cual hace concluir al protagonista que: «no hay más justicia que la de los hombres. Ni más venganza que la humana».
Dios no tiene vela en este entierro, pues. Como en tantas otras cosas.
No desvelo la trama si digo que, en las últimas páginas – que nos presentan a un Max Dembo ya fuera de los Estados Unidos, retirado y viviendo como un ermitaño junto al mar Mediterráneo, al margen del mundanal ruido – Bunker ejecuta un maravilloso giro en la forma de pensar de tan violento maleante. Y es que ya lo hemos dicho, amigos: si naciste pa martillo, del cielo te caen los clavos, ¿no dice eso Pedro Navaja? Nosotros, ya que estamos en plan fino y metafísico, lo definiremos como determinismo.
Que os aproveche esta más que recomendable lectura.
No hay bestia tan feroz Edward Bunker Trad.: Laura Sales Gutiérrez Sajalín