Pocos autores han llegado tan de puntillas a nuestra vida y pocos se han quedado durante tanto tiempo. Corría el año 2001 cuando en nuestro país se editaron al alimón dos novelas del escocés Ian Rankin, “Black & Blue” y “El jardín de las sombras”, ambas por el sello que le ha acompañado durante toda su trayectoria, RBA. No eran las primeras de la serie del inspector John Rebus, pero bastaron y sobraron para presentarlo en sociedad. De hecho, la poderosa “Black & Blue” hubiera sido suficiente para ponernos frente a uno de los mejores escritores de novela policíaca.
A partir de ese momento se fueron sucediendo las novelas “En la oscuridad”, “Aguas turbulentas”, “Resurrección”, “Una cuestión de sangre”, “Callejón Fleshmarket”, “Nombrar a los muertos” y “La música del adiós”, para luego editar los primeros libros de la serie que aunque tarde no es menos cierto que esperados.
Lo que comenzó como una gran aventura llegó a su fin con “La música del adiós”, editada en el Reino Unido en 2007 y en España en el 2008. Con ella John Rebus abandonaba su trabajo y se jubilaba, dejándonos un poco huérfanos.
El secreto del éxito es en este caso muy complicado, personalmente creo que por los toques clásicos de las tramas y de los personajes, pero sería imposible asegurar un extremo u otro. Pero aparte de ser novelas de éxito, que han encandilado a crítica y lectores, creando incluso un recorrido turístico por el Edimburgo reflejado en las novelas, también han sido un altavoz para el propio autor, como él mismo reconoce en alguna entrevista. Rankin ha usado las tramas, personajes y reflexiones tanto propias como ajenas para tratar y exponer sus ideas sobre temas de actualidad, aprovechando el tránsito para ironizar en algunos momentos sobre la realidad que nos rodea. Dicho empleo se enraíza en la tradición más genuina del género negro y continua siendo uno de sus mayores exponentes.
Pero si hablamos de género negro y de Ian Rankin y de su criatura Rebus tenemos que hablar de seres humanos, de barras de bar y de derrotas personales. Porque nuestro querido Rebus podrá ser un gran policía, un hombre adusto y justo, pero también -y es aquí donde comienzan sus contradicciones- un hombre bañado en alcohol, gustoso en los ambientes donde se consume grandes dosis de licor y, aunque no sepamos el motivo y sólo lo sospechemos, nunca haya una clara razón para semejante consumo.
John Rebus es un ser particular, no pretende ser el espejo de próximas generaciones, ni un virtuoso, en algunos momentos se mantiene difícilmente dentro de la normalidad, por momentos sale de ella y le cuesta regresar, es habitante de un mundo perdido en mitad del camino que lleva de un bar a otro, dejando en el camino buena parte de su vida privada, que ya cuando lo conocemos es un tren que no va a ninguna parte.
Será ese uno de los encantos de nuestro detective, pues no pretende enmendarse y no tiene una mirada cínica respecto a ello, sino que asume, con gran inteligencia que su vida es así y difícilmente será cambiada por otro modo de ver la vida.
El fracaso, el éxito, todo queda relativizado. Rebus no se plantea qué es preciso para ello, él navega en aquellas aguas mirando solo su rumbo, olvidando posar su etílica mirada en algún lugar diferente. A ello ayuda que el inspector se nos muestre ya siendo un hombre adulto, con un pasado, con algunas cicatrices que aunque parezca que en algún momento se nos van a contar y justificar así al personaje, nunca se produce semejante paso, siempre queda como flotando en el aire. A ese pasado se le suman elementos que aparecen en una novela o en otra, siendo un recurso muy bien usado por el escritor, que no precisa de mayores mimbres para enlazar ciertas tramas.
El mundo de Rebus no es el de las grandes finanzas y de los delincuentes de guante blanco. El suyo es un mundo de los bajos fondos, de chanchullos, de presencia discreta de mafias, de crímenes inconfesables y de verdades ocultas, verdades que el inspector Rebus debe deslindar, descubrir y aclarar y siempre lo ejecutará del mismo modo, con la perseverancia como principal arma, al estilo del más puro sabueso.
Y será ésta su principal virtud como policía: la persecución, pista a pista, hasta conseguir aclarar todo el asunto. El inspector Rebus no es hombre de grandes ideas, de inteligencia preclara o de instinto muy desarrollado. Para él, el oficio de policía consiste en perseguir paso a paso cada recodo de una trama hasta dar con la salida al particular laberinto que forma cada caso. Recorrerá semejante vía crucis con paciencia supina, sin querer dar un segundo paso antes del primero, porque todo en ese camino es parte de desentrañar el supuesto misterio y todo en ese viaje forma el desenlace final.
Acompaña siempre a Rebus su fiel segunda, Siobhan Clarke, una policía que poco a poco va tomando nuestro corazón y llevándolo a su terreno. Es personaje más terrenal que su jefe, más prometedora, más simpática y mucho menos arisca, pero poco a poco, como si de un río se tratara, como si fuera adentrándose en ella el agua al igual que se hace en las piedras aprovechando un pequeño poro o una pequeña oquedad, el carácter de Rebus va tomando, novela a novela, parte de Clarke y en algunos momentos llegamos a plantearnos si es el ambiente o el trabajo lo que ha hecho de Rebus lo que ahora es y si dicha influencia terminará asentándose en su segunda, tomando para ella parte de cómo es su jefe y Rankin -aquí es cruel, porque esperábamos que tomara a Clarke como seguidora del viejo Rebus- decide dar un volantazo y comenzar de nuevo desde el principio.
John Rebus nunca será considerado el mejor compañero, ni cuando se jubile las lágrimas acompañarán sus últimos pasos en la comisaría, ni la pena embargará a sus compañeros de trabajo, algunos incluso darán un suspiro de alivio al comprender que el día siguiente no tendrán necesidad de verlo. Es lobo solitario, policía de una pieza, que perseguirá sus fines cueste lo que cueste, sin importar nada de lo que ocurra alrededor, ni en sus compañeros ni en sus escasos amigos ni en su propia carrera. Es la resolución del crimen o el vacío, no deja lugar a las dudas. Acompañará su investigación recorriendo las calles de Edimburgo, frecuentando una buena cantidad de pubs y acompañado, siempre, de su música, de la que no podrá renunciar nunca. Una música que si en algún momento nos decidimos a viajar a aquellas tierras será nuestro principal compañero de viaje.
La lectura de Rankin siempre es edificante, nunca aburre ni por un momento parece pesada, aunque siempre nos deje un regusto muy particular, un aroma a pub, a desengaño, una resaca que no se curará nunca y que dejará un recuerdo perdurable a sus rendidos lectores, porque no conozco a nadie que no haya probado alguna dosis de Rankin y no haya repetido.
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