«En resumen, una notable primera novela cuya principal virtud reside en la puesta de largo de una prometedora y original pareja que puede llenar un buen número de páginas en el futuro y un buen número de horas de lectura de los aficionados a este género en el que -según dicen algunos- todo está inventado y sin embargo -como demuestra Susana Hernández- quedan muchos aspectos en los que innovar.»
Esto es lo que decía hace aproximadamente año y medio en mi blog (leer aquí) al terminar la lectura de Curvas peligrosas, la novela con la que Susana Hernández se estrenaba en el género policíaco -anteriormente había publicado otras dos novelas ajenas al mismo, La casa roja y La puta que leía a Jack Kerouac– con una peculiar pareja de policías de Barcelona. El tiempo me ha dado la razón, y si en su momento aposté por las subinspectoras Vázquez y Santana ahora he podido comprobar que, de vez en cuando -tampoco hay que tentar a la suerte a diario, para eso ya están los sorteos de la ONCE-, acierto.
Porque la segunda de la serie, esta que lleva por acertado título el de Contra las cuerdas, es, de lejos, muy superior a la novela con la que Santana y Vázquez se daban a conocer a los lectores. Y es muy superior en todos los aspectos, desde la intensidad de la trama -que no detallaré, para algo están las sinopsis de contraportada- a los diálogos, cada vez más ingeniosos, naturales y cáusticos en su justo punto; desde el tratamiento a los personajes que envuelven a las dos mujeres -especialmente en esta ocasión a Rebeca Santana- a la cuidada edición llevada a cabo por Alrevés, solventando el único «pero» que pude poner en su día a la primera novela de la serie, publicada por Odisea.
Pero el punto fuerte de la novela está, desde luego, en la elección y construcción de las protagonistas. Porque si difícil es para un escritor inventarse un personaje creíble, atractivo y con potencial suficiente como para protagonizar una saga de novelas, en este caso policíacas, Susana Hernández hace doblete y nos ofrece no una sino dos mujeres a las que la autora puede otorgar más o menos protagonismo en función de su estado de ánimo o de lo que nos quiera contar -por detrás de la trama principal, claro está- en cada momento.
Dos mujeres antagónicas pero perfectamente complementarias, fundamentalmente porque saben comprender y respetar las diferencias evidentes que existen entre ambas, con una Miriam Vázquez cuarentona, malcarada y con un encantador puntito de altivez -por algo la apodan la Marquesa- que no le impide remangarse y bajar al barro en cuanto la ocasión lo requiere y una Rebeca Santana treintañera, motera, descarada en el trabajo y mucho más vulnerable en su vida privada, que se debate entre la pasión que siente por su adorada Malena y la angustia que padece cada vez que su madre, interna en la cárcel de Wad-Ras, reaparece en su vida.
Como decía al principio que dije en su momento, sigo apostando por Rebeca, por Miriam y por Susana, pero ahora la apuesta ya no ofrece ningún riesgo, porque las policías se han convertido en solo dos novelas en una pareja consolidada con un tremendo potencial y porque la autora se muestra cada vez más segura con lo que tiene entre manos demostrando conocer cada día mejor a sus personajes, aspecto fundamental a la hora de hacerles protagonizar historias tan bien edificadas como las dos primeras a las que las ha enfrentado.
Contra las cuerdas
Susana Hernández
Alrevés
Es lo que tiene lo bueno, que sabe mejor.
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