Los materiales, con el paso del tiempo, tienden al deterioro.
Para un autor los materiales suelen ser sus protagonistas, sus tramas, el ambiente que recrea y el artificio que envuelve todo, más aún se sufre desgaste desde el momento que se le dedican una buena parte de trabajo en forma de serie de novelas.
Con John Connolly y su personaje fetiche, Charlie Parker, existe una suerte de alquimia que parece supera lo habitual. En esta ocasión ha retomado un tema ya tratado por otra novela y con muy poco lo ha vuelto a actualizar.
Es verdad que Connolly ha hecho un poco de trampa, su protagonista tiene menos peso en esta obra y buena parte de los secundarios igual, a cambio nos ha ofrecido otra suerte de ventura dándole la palabra a personajes de un solo uso, de esos que entran y al poco desaparecen de la escena.
La novela tiene más presencia de esos seres que tienen una actuación corta y determinante. Gracias a la pluma de Connolly el biotipo humano que asoma en sus obras ha tomado una variedad muchísimo mayor. Aparecen los habituales, algunos para mí insoportables con su sentido del humor impostado y que nunca soy capaz de descifrar, pero mucho más mermados, más de cartón piedra a modo de atrezzo.
De nuevo la acción se sitúa en Maine y no en la capital o en algún otro típico lugar del estado, sino en los llamados “Grandes bosques del norte”. De esta forma vuelve Connolly a su idea primigenia, a esa mezcla de maldad y ventura que esconde la naturaleza más aislada y más salvaje. El bosque como fuerza primordial que esconde multitud de cosas, no todas buenas, y que alberga una maldad a escala humana, lo cual la hace más doméstica, más básica y más aterradora.
Es en mitad del bosque donde se halla un avión siniestrado que parecía absorbido por la naturaleza, como a su modo intentaba deglutir esa incongruencia en su interior. A partir de ahí el relato que entremezcla el pasado del protagonista con unos viejos conocidos de anteriores entregas.
La maldad como fruto de una mitología que desconocemos en buena parte y que nos parece incomprensible. También esa maldad que habita en los humanos y que se desarrolla de manera individual, con el lucro, la especulación, la maledicencia y mil pequeños detalles más que esconden algo maligno. La diferencia con la bondad es muy frágil, tanto que con poco el precario equilibrio se puede romper con suma facilidad. E incluso los que participan del “supuesto” bando a favor del bien muestran no pocas lagunas en ese concepto tan particular.
En la narrativa de Connolly todo es muy relativo, incluso la propia inmersión en la naturaleza del protagonista nos muestran ciertas dudas sobre su yo más profundo. Puede que por ahí existiera otra novela o puede que incluso lo veamos en próximas entregas.
Sorprende que en esta ocasión el autor irlandés miré hacia la realidad de sus compatriotas, sus ligeras críticas a la situación económica o varias reflexiones sobre la crisis y los problemas que ha traído, nos sorprende porque siempre ha sido un escritor neutral en esos aspectos.
Para mí es una obra más que interesante, que recupera al Connolly que siempre me ha parecido mejor. Es cierto que sus defectos como narrador están presentes pero también esa fuerza absoluta que destila cuando nos pone en situación y nos lleva al meollo de la cuestión que siempre tiene mucha violencia, mucha sangre y una oscuridad que es su principal encanto.
¡Qué voy a comentarles sobre el libro! ¡Si es uno de mis autores preferidos!
Léanselo, para mí, siempre que tomo un libro de este autor tengo muy claro que voy a disfrutarlo y que la lectura va a ser rápida y amena.
La ira de los ángelesJohn Connolly
Trad.: Carlos Milla Soler
Tusquets
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