Claudio Cerdán decide cambiar radicalmente de registro -que nadie se alarme, todavía no se pasado a la romántica- y, puestos a ello, sustituye el nombre y apellido que constan en el Registro Civil de Yecla por otros bastante más anglosajones, más acordes con la trama que nos cuenta en El Club de los Mejores, novela que, por sus características, debería estar ya en los mejores aeropuertos del mundo mundial.
Así, Cerdán se viste de Arthur Gunn, abandona esa línea más canónica del género negro característica de otras de sus novelas –El país de los ciegos o Cien años de perdón, sin ir más lejos- y nos regala un thriller de manual, uno de esos libros en los que las páginas pasan solas y que consiguen que, una vez comenzada su lectura, te arrepientas de tener perro que pasear o niños a los que alimentar cuatro veces al día.
El Club de los Mejores no da tregua al lector: arranca fuerte, con una puesta en escena muy poderosa -noche ya cerrada, típica casa americana sita en las afueras de una gran ciudad, alguien que golpea la puerta…- y mantiene el ritmo y la tensión a lo largo de las algo más de cuatrocientas páginas que transcurren en un suspiro. Que nadie espere detalladas descripciones o divagaciones cuyo objeto único es engordar la trama sin ofrecer nada a cambio salvo unos cientos de páginas más hasta llegar a esas 600 que tanto gustan a muchas editoriales. No, Arthur Gunn sabe cómo se construye una obra de estas características y se aplica a ello a conciencia, consiguiendo un resultado altamente satisfactorio en todos sus aspectos.
El propietario de la típica casa americana a las afueras de una gran ciudad es Walter, típico hombre de clase media, uno de esos self-made man que tanto gustan por aquellos lares, que salió de un pueblo sin pasado, presente ni futuro de la América profunda para convertirse en un cotizado ingeniero a punto de concluir sus investigaciones sobre un producto con el que va a pegar el pelotazo de su vida.
Quien llama a su puerta a tan intempestiva hora es Cormac, amigo de la infancia reencontrado muchos años después de salir del mismo pueblo sin pasado, presente ni futuro para convertirse en un broker codiciado y codicioso. El motivo de la llamada: el secuestro exprés de Natalie, su esposa, por cuyo rescate piden un millón de dólares.
A partir de ahí, un Walter dispuesto a ayudar a Cormac -no del todo desinteresadamente, que la amistad y el desprendimiento tienen ciertos límites- sin saber que está a punto de meterse en la boca del lobo, en una trampa urdida a conciencia que le devolverá a Crosby -sí, el típico pueblo sin pasado, presente ni futuro pero con su cantina llena de borrachos que tratan de apaciguar en alcohol el aburrimiento, su sheriff que se cree el dueño del cortijo o su motel de carretera atendido por una joven que podría ser la mismísima Norma Jennings del Double R Diner-, a su infancia, a aquellos tiempos en los que, junto a Cormac y tres niños, fundó un club, el Club de los Mejores, regido por unas rigurosas normas de conducta que, décadas más tarde, han vuelto para pasarle factura.
Trepidante, adictiva, hipnótica… Sí, lo sé, topicazos como catedrales, pero es que la última novela de Gunn/Cerdán es así: el de Yecla ha jugado a ser en El Club de los Mejores un superventas neoyorquino con un thriller perfecto y, por lo que a mí respecta, se lo ha ganado a pulso, aunque los lectores siempre tienen la última palabra.
Si son inteligentes, contribuirán a ello, sin duda.
El Club de los Mejores
Arthur Gunn
Ediciones B