Reseña: «Piel de topo», de Jon Arretxe

Manu López Marañón

 

Con la publicación de Piel de topo su autor, Jon Arretxe (Basauri, 1963), ha decidido interrumpir su saga dedicada al falso vidente y detective ocasional Touré. Como somos legión los que devotamente seguimos las andanzas de nuestro burkinés favorito tranquilizo a la afición diciendo que no se trata de ningún punto final. Jon (así me lo aseguró en la presentación bilbaína de la novela, en el corazón de la pequeña África) deja en barbecho a su personaje más querido porque el cuerpo le pide salir de san Francisco y ambientar una historia, de la que nada quiso adelantarme, en Basauri, su pueblo y el de sus padres. Podemos respirar.

En su cita anual con Bruma Negra –vamos ya por la V edición– Arretxe participa en la mesa «La novela negra en euskera» (primera que se celebra íntegramente en el idioma vasco). Acompañado por sus colegas Aritza Bergara, Joseba Lozano y Begoña Navaridas, la mesa estará moderada por nuestra admirada compañera de Calibre .38 Noemí Pastor.

Como todos sabéis, Jon Arretxe publica sus novelas en Erein. Escribe en euskera (los que dominan el idioma me dicen, para envidia mía que no lo hablo, que con una riqueza inigualable); pero, agotado el circuito de lectores euskaldunes (y eso siempre tras varias ediciones), su editorial traduce las novelas de Touré (se encarga de ello Cristina Fernández con destreza y profesionalidad admirables). Podemos así leerlas no solo los vascos que no hablamos euskera, también los muchos seguidores que por el resto del Estado tiene la saga. Una medida alabable y que hoy ya es casi costumbre: el libro vasco que funciona en su idioma y que no tarda en ser traducido. Pasaron aquellos años en los que las obras en euskera tardaban años en ser traducidas o directamente no se traducían. Esta es la otra cara del bilingüismo, no menos perseguible.

En su obra más reciente (De qué hablo cuando hablo de escribir, Tusquets 2017) dice Haruki Murakami: «La originalidad es algo fresco, enérgico e inconfundiblemente propio». Nada más leer esto me vinieron a la mente las novelas de Arretxe. Con Piel de topo son cinco los títulos que recogen no solo las existenciales peripecias –a menudo detectivescas– del falso vidente de Burkina Faso: yendo más allá de un esquema policíaco tradicional, el autor ha sabido hacer latir en sus páginas a todo un barrio –el bilbaíno de san Francisco– con la intensidad y sabor que sólo consiguen los grandes narradores. Y siempre con tramas insólitas a más no poder que logran que sus lectores vivamos literalmente pegados a ellas. Asocio la literatura de Arretxe con el París de la que –para mí– es la obra maestra de Simenon: La mirada inocente (Tusquets, 2003)

Piel de topo abunda en los aciertos conocidos sin resultar repetitiva. Vuelto de Bamako (Mali) donde, aunque ha pasado infinitas penurias, logra escaparse de la mafia nigeriana, Touré, otra vez en «la pequeña África», reencuentra a sus amistades. Cristina, la farmacéutica pelirroja (Sa Kené), sigue alternando trabajo en el barrio y domicilio en Miribilla; Osmán en su locutorio y Xihab en la barra del bar Berebar (con su inconfundible parroquia entre la que destacan Isidro Zelaia –el profesor e incansable poteador–, el viejo Julián de inacabables siestas, y, en días de mucha gente, Aloiu Koiaté amenizando el local con su kora). Pisos patera, bares morunos, bibliotecas atestadas de todo tipo de especímenes refugiándose del frío, yonquis fanáticos del flamenco, gitanos jugando al dominó en la calle; la troupe, en fin, de Jon Arretxe, que la hace bailar al son que solo él sabe marcar, ofreciendo el inconfundible marco ambiental de la saga.

Dos nuevos personajes dan a esta novela sus peculiares señas de identidad.

El más importante, hasta el punto de casi coprotagonizar junto a Touré el libro, la Rata, es un agente de la Ertzaintza que prácticamente vive recluido en una sala copada de pantallas que le informan de lo que las cámaras repartidas en abundancia por el barrio recogen en directo. Sustituyendo en Piel de topo a aquellos dos ertzainas que, hasta ahora, hacían imposible la vida a Touré, la Rata (a su lado El Calvo y Etxebe parecen ahora hermanitas de la caridad) conoce el inconfesable secreto que comparten Touré y Osmán y su precio para no hablar es tenerlos a su servicio, de topos. El equipo incluye a Sa Kené y Xihab. Estos cuatro acongojados «servidores de la ley» –sobre todo Touré– llegan hasta el extremo de asesinar a presuntos yihadistas si su jefe se lo pide (aquel inocente negro al que le pasaban cosas divertidas ha acabado convirtiéndose en un matón –bien cierto que obligado por su propia supervivencia–). Los capítulos de este siniestro policía, la Rata, están narrados usando, y de modélica forma, la segunda persona.

La otra incorporación es Sergio, un ciego de Cuenca que aparece por el barrio con sus cupones de la ONCE y que pronto resulta omnipresente. Es este un homenaje de Arretxe a nuestro amigo Sergio Vera, responsable máximo del festival de novela negra Las casas ahorcadas, el cual estará, a la hora de pergeñar esta reseña, iniciando su V edición (¡quién pudiera estar allí escuchando ponencias entre morteruelo y morteruelo!). Por cierto, el ciego de Piel de topo, gran aficionado a la novela negra, escucha por sus cascos novelas leídas, siendo uno de sus autores preferidos… ¡un tal Javier Abasolo! (colega al que aprovecho para mandar un abrazo y los mejores deseos). Sigan con atención los ladinos tejemanejes del Sergio novelesco porque poco –muy poco– tendrá que ver con el Sergio real.

No pudiendo soportar las cada vez más acuciantes y crueles exigencias del Rata, sus topos urden un plan. Es en este momento cuando la novela deja de ser más o menos costumbrista y entra en una espiral vertiginosa de la que nada cuento para que salgáis corriendo a vuestra librería más próxima y os hagáis con un ejemplar de Piel de topo. Nadie va a arrepentirse.

Piel de topo
Jon Arretxe
Erein
 

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