Primera novela de la serie del principal protagonista de James Sallis, Lew Griffin, aunque no el más conocido y tampoco el que mayor fama le ha otorgado, ese será otro episodio de este pequeño homenaje.
Sallis es uno de esos autores de culto, al igual que su admirado Goodis, y que junto al mencionado despertará elogios al igual que incomprensiones. Su nombre será mencionado en ciertos círculos aunque nunca llegará a alcanzar esos espacios de popularidad que otros habitan con mucho menos talento. Tal vez su novela Drive fue la que casi le llevó a rozar el éxito absoluto y ahí quedó, varada en un mundo en penumbra como a él le agrada tanto.
Sallis no es un escritor al uso, no busca lo sencillo en sus novelas ni lo que vaya a agradar a una gran cantidad de público, es elitista pero desde el punto de vista de la perspectiva, busca, y según mi criterio, consigue, situar al lector en un punto indeterminado, alejado de lo previsible.
En esta ocasión nos traslada a New Orleans y lo hace de la mano de un tipo como Lew Griffin, cuya principal cualidad es su humanidad, algo que comparte junto a la ciudad, donde las vidas se entrecruzan de forma tan caprichosa como los acontecimientos de toda una vida:
“Fue, a fin de cuentas, una especie de renacimiento. Sin hogar, sin trabajo ni carrera, sólo un montón de contactos vagos: toda una vida por construir desde cero. Los términos “tabla rasa” y “palimpsesto” me vinieron a la mente de clases cursadas tiempo atrás en la universidad.”
De esta novela, cuyo argumento se basa en la facilidad con que una persona se pude perder o diluir en una ciudad, o simplemente dejarse arrastrar por la derrota, o por toda una serie de sucesión de causas que pueden ser incomprensibles para todos los demás. Entra así Sallis/Griffin en la plasmación de una realidad que tiene un profundo poso de melancolía, pues todo aquel que se pierde busca o desespera en la persecución de algo que será íntimo y personal. Se deja llevar, cae y no es capaz de levantarse, se postra así al encuentro de su destino, salvo que alguien como Griffin se cruce en su camino, haciendo así de rescatador, aunque sin pretenderlo.
Ese tono melancólico prima en toda la narración, algo así como la constatación de que existen verdades que no pueden ser observadas desde otro ángulo que no sea la constatación de la derrota y que la vida juega esa partida siendo a veces la enemiga del protagonista:
“…como decía Vicky, al mismo tiempo una persona que sabe que lo mejor de su vida ya ha pasado.
Quizá lo mejor de nuestra vida siempre está acabado. Quizá la felicidad y la satisfacción son cosas que sólo rememoramos a través de los filtros del tiempo, fantasmas eternos y escurridizos detrás de nosotros.”
De la melancolía al humor taciturno e inspirado que recuerda a otras ciudades con tanta historia como donde se ambienta la novela, sirva como ejemplo:
“Sócrates forma parte de un viejo sector de casas divididas en apartamentos y pasillos extraños que en cualquier otra ciudad sería una barriada, pero aquí no es más que donde viven los pobres. Muchos de ellos, curiosamente, son negros al parecer. Y por supuesto sólo son pobres (así reza el resto del gran cuento de hadas americano) porque por alguna razón eligen serlo.”
El tejedor es una novela diferente, lejos de un argumentario habitual, es como obra de Sallis peculiar y como tal hay que tratarla. Es un placer leer a Sallis, más aún cuando siempre nos ofrece algo diferente a lo corriente, como autor siempre se centrará en un aspecto que a todos nos pasará inadvertido, esa será su grandeza.
El tejedor
James Sallis
Trad.: Mireia Porta
Poliedro
Puedes seguirnos en Google+, Twitter y Facebook