Novela: «El soborno», de John Grisham

Noemí Pastor

¿Apetece un thriller?

A mí sí, siempre. Sobre todo en el cine, pero, de vez en cuando, también en novela. ¿Apetece un relato de buenos-buenos, malos-malos y otros comme ci comme ça, o sea, reguleros? ¿Apetece, para variar, que ganen los buenos, triunfe la justicia y se restablezca el orden para que los ciudadanos honrados puedan dormir tranquilos y en paz? (Bueno, El soborno no es para tanto, no voy a exagerar, más o menos) ¿Apetecen atractivas abogadas y apuestos agentes del FBI? ¿Apetece Florida, costa, sol y partidos de pelota vasca? ¿Apetecen millonarios con su punto de mal gusto, proyectos urbanísticos aberrantes e indispensable corrupción gubernamental y judicial que los bendice?

Pues todo esto y más te ofrece El soborno, librito (bueno, más bien, por el tamaño, libraco, que son 429 páginas) que llegó a mis manos empujado por el buen recuerdo que me dejó The Firm, tanto la novela como la peli, muy potables ambas.

Sin esfuerzo

No descubriré continentes a nadie si escribo que Grisham carece por completo de voluntad literaria, de la misma manera que un telefilm clásico americano carece de voluntad cinematográfica. No. Lo de Grisham es otra cosa, algo que apunta al entretenimiento puro y duro y da en el blanco.

Nula voluntad literaria, pues, en El soborno. Ninguna complejidad estilística. Bueno, ahora que lo pienso, esto en sí ya es una voluntad literaria. En fin, para no liarnos, diré que El soborno se lee rápido y fluido, sin ningún problema de comprensión, sin ningún obstáculo en el camino. Un narrador omnisciente se detiene en todo, en detalles mínimos también, y ni siquiera los personajes tienen meandros ni demasiados recovecos.

En las primeras decenas de páginas, el relato se retiene un poco, se aguanta, se hace de rogar, tarda algo en revelarnos la información pertinente. Luego, en cambio, se desborda, abre la compuerta y fluye rápido y sin trabas.

Dios bendiga América

¿Saben, señoras y señores lectores, qué es lo que más me gusta de El soborno y de Grisham en general? Aunque debo confesar que no llego ni a la tercera parte de su abundantísima bibliografía; pelis ya he visto más. Bueno, como decía, lo mejor del libro, lo que más me ha gustado, es que es taaan americano y cuenta taaantas cosas sobre aspectos de los yueséi que no son resplandecientes…

Salen en sus páginas, por ejemplo, las reservas indias, esos territorios excepcionales que, si obtienen reconocimiento federal, son verdaderas naciones y se rigen por sus propias leyes, lo cual dificulta mucho las investigaciones. Esta legislación especial permite a los “indios”, entre otras cosas, instalar casinos en estados donde está prohibido el juego. Así, hay 562 tribus indias reconocidas en Estados Unidos y unas doscientas poseen casinos por los que pagan impuestos ridículos. Los casinos reportan a las tribus beneficios desorbitados, lo cual trae consigo efectos inesperados, como que decrezca espectacularmente la tasa de nacimientos. ¿Que no veis la relación entre un hecho y otro? Pues leed la novela.

Otra especie americana que me enternece es la del abogado sanguijuela, tan cinematográfico y tan unido en mi cerebro a la costa de Florida, por culpa de Lawrence Kasdam y su gran peli Fuego en el cuerpo. Aparecen en El soborno estos bufetillos de medio pelo, con un pie en la legalidad y otro vaya usted a saber dónde, pero más cerca de la cárcel que de otro sitio. Buscan sin descanso sacar tajada de accidentes y desgracias varias y no dudan en enfangarse en asuntos turbios si ven que bajo el barro refulge el oro.

Y ya que he nombrado las cárceles, detengámonos un momento en esas prisiones norteamericanas de dimensiones monstruosas, como la que Lacy Stolz, la abogada protagonista de El soborno, visita a menudo: la cárcel estatal de Starke, con mil quinientos reclusos, cuatrocientos de ellos en la galería Q, el siniestramente célebre corredor de la muerte del estado de Florida, cuyos inquilinos pasan incomunicados veintitrés horas al día en celdas minúsculas sin aire acondicionado.

Ahora bien: que no se nos olvide que, con todas las salvedades, estamos hablando de una obra literaria. Es literatura, no la Wikipedia. No podemos creernos todos los datos que nos ofrece, por muy objetivos que nos parezcan. Y esto se me revela cuando los malos corruptos de la novela esconden su dinero en paraísos fiscales como ¡las Islas Canarias!

Otro poco de realidad

Aunque El soborno se publicó en USA en 2016, la era Trump ya se va perfilando en el horizonte. Así, en el panorama administrativo nos aparecen investigadores con presupuestos públicos recortados y agentes del FBI con escasísimos recursos para combatir a las mafias, ya que el grueso se va en luchar contra el yihadismo. ¿Un avance de lo que nos espera en los próximos tiempos?

El soborno
John Grisham
Plaza & Janés
 

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