De nuevo Martin Bora, protagonista fetiche de Ben Pastor.
El recorrido del protagonista nos ha llevado desde la Roma ocupada por los nazis hasta Ucrania pasando por Creta y Polonia. Faltaba, claro que faltaba, cómo no, Francia.
La Francia ocupada para ser más exactos.
En ese mundo que parece muy simple visto desde la lejanía, Ben Pastor nos introduce elementos que dan más consistencia a todo el artificio. Visto desde fuera la ocupación de Francia se nos presenta con dos protagonismos claros, los ocupantes y la heroica resistencia, pero la historia es puñetera y tiene el problema de que la multiplicidad de ángulos es enorme cuanta mayor información haya. En este caso nos muestra cómo aparte de esos dos factores están los nacionalismos que había y hay en ciertas regiones de Francia, como los bretones. También los ocupados que no ven con malos ojos la ocupación puesto que siempre hay descontentos y los ocupantes, que no todos tienen los mismos modos e intereses.
Así, con esta nueva perspectiva, la acción no es blanco y negro sino que los grises y los tonos se multiplican.
Bora -a quién no lo conozca mejor tómese la molestia pero baste decir que es un oficial aristocrático del ejército alemán- tiene la misión de descubrir el asesino de la mujer de un contraalmirante alemán con base en Bretaña, más concretamente en las cercanías de Saint Nazare, base vital de submarinos alemanes. Al mismo tiempo tendrá que vigilar/controlar al escritor Ernst Junger, oficial alemán y héroe intelectual de aquella Alemania del que los poderes desconfían. Sumémosle las “curiosas” relaciones de Bora con sus propios camaradas del ejército alemán, en especial las SS, y tendremos un cóctel a priori muy interesante.
Pero, y este es un señor pero, todo el artificio se basa en la trama criminal que siempre en la autora patina. Todo se ve desde la excesiva frialdad del protagonista, tan frío que casi roza lo gélido. La visión displicente de Bora sobre las pasiones humanas y sus consecuencias determina que la investigación siempre sea secundaria, que sólo sea la excusa para otra cosa más, que es la presentación, un tanto repetitiva tras siete entregas, del protagonista y de las relaciones que establece con el entorno, siempre lo mejor de la escritora.
La delicia de la obra es presentarnos el entorno, hecho con maestría, más aún cuando se observa desde una cierta lejanía que da el protagonista y los años que han pasado desde los hechos. Tal vez por esa impronta, la investigación criminal avanza a saltos, sin tener una línea clara y sin tener esa prontitud, rapidez y vértigo que siempre propicia un buen entramado policíaco.
Como novela es entretenida pues siempre posee esa elegancia que tiene la escritora; como novela policíaca le falta y bastante. El protagonista, muy potente, fagocita buena parte de la obra, tanto que diluye la trama y da la sensación de que la escritora tiene más interés en hablar de él que en la acción, lo cual le resta mucha frescura. También, sé que suena contradictorio, Bora es muy interesante, sobre todo por ese tono tan aristocrático que nos ofrece, por desgracia parece como un cisne en un corral de pollos, pues pocos hay, tal vez Junger, que estén a su altura tanto ética como intelectual.
Es interesante que la autora insista en esa línea, pues nos muestra buena parte de los caracteres que pueden tener lugar dentro de los mandos militares, lo cual hace de la obra algo plural e interesante, pues la autora dota a cada protagonista de una personalidad que le hace singular.
Visto así tengo que ser sincero y asegurarles que la novela me ha levantado muchas dudas, veo cosas positivas y otras no tanto. La autora es muy buena escribiendo, no hay duda, y mostrando los diferentes caracteres personales de los protagonistas, pero como ficción criminal le falta, sobre todo cercanía. Léanla y me cuentan.
Los pequeños incendios
Trad.: Pilar de Vicente Servio Alianza Editorial
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