La anterior novela de Jorge Fernández Díaz, El puñal, fue todo un descubrimiento para quien escribe, tanto que pedía algo más, una nueva entrega o tres más, cualquier cosa por seguir leyendo sobre Remil y su mundo. Bueno, pues deseo cumplido, vuelve lo mejor del argentino y también de buena parte de los secundarios de la anterior entrega.
El cóctel de la primera novela compuesto de traición, política, suciedad, dinero y poder, sigue vigente en esta entrega, tal vez de forma algo más inconexa porque nuestro protagonista es un peón más del juego y nunca llega a saber, a ciencia cierta, si es una pieza prescindible o quién propiciará el jaque mate.
Remil, a quién es complicado calificar de héroe o villano, siempre estará a disposición de instancias superiores, más aún cuando no pasa por su mejor momento y un trabajo termina con malas elecciones por su parte. Así, todo lo que rodea a la novela y a su protagonista es voluble, etéreo y también, cómo no hablando de Argentina, deletéreo.
Ni siquiera es capaz de asegurar para quién trabaja, pues los intereses, al igual que las alianzas y su relación con el poder tienen matices incomprensibles, sólo hay una relación clara que son las alcantarillas del poder y la relación estrechísima con ese mismo poder. En ese país ambos términos son sinónimos al que se le podría añadir otro más, el de la violencia.
Remil es encargado de dos misiones: encontrar una monja desaparecida en uno de los peores suburbios de Buenos Aires y formar parte de la protección de una comitiva que intenta levantar las expectativas electorales de un gobernador de la Patagonia. Para ello no existen medias tintas: el soborno, el chantaje, la simple y llana amenaza sobre cualquiera que se interponga será parte de la propia campaña de imagen del gobernador. Como los jueces:
“La idea es ofrecerles gangas a los jueces y que estos puedan tener testaferros privados que ganen juicios fáciles, y que vayan armándoles una jubilación sustanciosa. Es un truco conocido pero siempre eficaz: los jueces devuelven esos favores durmiendo expedientes contra el oficialismo y acelerando las causas contra la oposición, y fallando en la dirección correcta. Si se suben al barco, pueden ir ascendiendo en el escalafón; si no lo hacen, sus carreras, se lentifican y se vuelven insignificantes.”
¿No es una canción muy familiar para nosotros?
Asombra que tengamos tal conciencia de esa evidencia y al mismo tiempo intentemos pensar que no estamos en el mismo nivel, que la corrupción y el poder no van de la mano en todos los niveles. En ese lodo vive y medra el protagonista, cuyo papel de héroe/villano sea lo más interesante de la ficción y nunca termina por decidir de qué lado caerá la balanza, sirva como ejemplo:
“Comparo, caprichosamente, a Nuria con la Inglesa. Fui adiestrado a vivir en el lado oscuro, y Nuria formaba parte de ese mundo, no trataba de cambiarme ni me fastidiaba con los buenos propósitos. En cambio, la Inglesa hacía esfuerzos para sacarme de la letrina, como si estuviera viendo alguna clase de virtud oculta en el héroe infame. Se equivocaba: no hay ninguna virtud, esa visión me pareció siempre ingenua y soberbia.”
Juntando todos esos elementos tenemos una novela interesantísima, tan negra como criminal, tan sucia como efectiva. Acompañada de una prosa porteña que marida de manera prodigiosa con ese mundo tan turbio. Remil, ya en nuestro imaginario colectivo, es más héroe que infame y no por sus actos sino por los villanos a los que se enfrenta, pues ante tanta cantidad de mugre es normal ensuciarse un poco. Ese es su secreto, aunque oculto, que siempre ha sido un buen hombre que hace cosas malas, aunque haya que escarbar muy hondo para asegurar el primer axioma.
Me sigue asombrando el poder de los escritores argentinos, muy en especial, para recrear unas ficciones tan intensas y negras, no puede ser sólo fruto de la imaginación sino de una parte de sus vivencias que nos muestran ese mundo interior tan aguerrido. Entre ellos hay que destacar a Jorge Fernández Díaz cuyo buen hacer es encomiable, al menos en las dos novelas que he tenido el placer.
Por mi parte sólo queda recomendarles la lectura, es una buena novela, no se la pierdan.
La herida
Planeta