Novela: «Aurora en la oscuridad», de Salvador Robles

Manu López Marañón

Para reseñar la cuarta novela de Salvador Robles Miras (Águilas, Murcia, 1956), Aurora en la oscuridad, a mi mente acude el nombre del literato que fundó el género negro: el genio de San Petersburgo, el simpar Fedor Dostoievski, el autor de la seminal Crimen y castigo (1866). Recurriré a esa novela y también –y en no pocas ocasiones– echaré mano del magistral estudio Crimen y castigo, un análisis criminológico de la novela redactado por nuestra admiradísima compañera en Calibre .38 Teresa Suárez, siempre entre lo más leído desde que se publicó en la revista (allá por febrero de 2015).

La obra de Salvador Robles Miras me ha gustado, y, lo que resulta más destacable a estas alturas del partido, me ha sorprendido.

Entre los abundantes logros que encuentro a Aurora en la oscuridad, sin duda aquellos que se producen durante los primeros nueve capítulos se llevan la palma. En estos el autor narra con talento el crimen de una brillante estudiante por su profesor de matemáticas (para los pesaos del spoiler: el hecho luctuoso se produce en el capítulo 1 y todos los lectores conocen, de entrada, cómo el profesor Matías Escauriaza ha asesinado a Aurora Bartra Reyes). Junto a ese sangriento suceso, al que sigue la posterior violación del cadáver, el autor presenta, en forma de testimonio anónimo en primera persona, a alguien juramentándose para acabar con el asesino de la joven. También se nos da a conocer al novio de la víctima –Daniel Navarro– y a su mejor amigo –Alex Rojo–, así como a los padres de la chica. La descripción de la vida cotidiana en el colegio donde asesino y víctima coincidían en sus aulas resulta modélica. No contento con todo esto, Salvador Robles Miras introduce fragmentos del diario de Aurora Bartra en los que nos enteramos, por ejemplo, del cansancio que la víctima sentía hacia su novio y en cómo valoraba la amistad del feúcho Alex.

Dice Teresa Suárez: «En el imaginario popular está extendida la creencia de que los crímenes más salvajes son cometidos por personas que sufren algún tipo de trastorno mental, pero las estadísticas criminológicas demuestran que no es así, y que la mayoría de los delitos violentos son cometidos por personas normales.» Desde luego que este profesor de matemáticas (una eminencia a nivel nacional) del colegio Devotos Cristianos no es un loco peligroso, pero calificarlo como «persona normal» tampoco se ajustaría a su psicología. En el capítulo 3, tras un plácido y sereno sueño, Matías Escauriaza –hombre de 50 años guapo y con planta de galán– desayuna opíparamente antes de ir a dar clase como si nada hubiera pasado la noche anterior. Luego, en el capítulo 6, recibe en su casa –donde ha matado y violado a su alumna– a los padres de Aurora y a Daniel, su novio. Delante de ellos cuenta, con imperturbabilidad, cómo su alumna le llevaba ejercicios extra para que él se los corrigiera, siendo ese el único motivo de tales visitas (hay un momento muy dostoievskiano en esta entrevista, cuando el asesino descubre –por haber quedado a la vista– la olvidada carpeta de la chica, y que nadie, excepto él, ve). Aquella sensación que dominaba a Rodia Raskolnikov tras asesinar a la vieja usurera («una sensación tenebrosa de soledad y aislamiento, infinitos y dolorosos, se manifestó de pronto con toda conciencia en su alma») es desconocida por nuestro profesor Escauriaza, al que si calificamos como trastornado es, única y exclusivamente, por una falta total de empatía que lo convierte en alguien frío e insensible hasta límites inhumanos (algo, por otra parte, habitual en puestos directivos de responsabilidad, sin que eso suponga la pérdida de valoración social de semejantes sujetos…).

A partir del hallazgo del cadáver de la estudiante (dos ancianos lo encuentran entre los matorrales de un camino forestal) Aurora en la oscuridad entra en los más trillados procedimientos de la investigación criminal. Que a mí me interesen menos (sobre todo tras esos inolvidables nueve capítulos iniciales) no significa que Salvador Robles Miras no los haya pulido con habilidad y talento, manteniendo el interés lector hasta desembocar en un desenlace al que nada falta y en el que sorpresas y evidencias se alternan con destreza.

Al cargo de las pesquisas está la eficaz subinspectora Cecilia Fresnedo, muy bien secundada por los agentes Pelayo Asensio (con quien se casará en breve), Borja Castillo y Roberto Lemos. Sobre este engrasado equipo policial planea la benefactora sombra del inspector jefe Telmo Corrales (que ha protagonizado novelas anteriores de Salvador Robles Miras y que, en esta, se recupera durante un viaje turístico de una operación a vida o muerte).

En esta investigación –que da un giro brutal y monumental en el capítulo 31– destaco la omnipresente presencia de la cadena televisiva Tele Cisco, cuya presentadora estrella (Paula Casado) no ceja en su empeño por cubrir, muchas veces en directo, los pormenores más morbosos del caso, causando perjuicios no solo a la familia de Aurora, también a la propia policía. Los interrogatorios a profesores del centro y a alumnos relacionados con Aurora vienen descritos con el rigor debido. Pero hay en Aurora en la oscuridad un personaje femenino que va cobrando fuerza hasta alcanzar evidente protagonismo. Me refiero a Matilde Leiva, bella treintañera que actualmente ejerce la prostitución en un club de Metrópolis (Metrópolis me ha parecido un trasunto de Bilbao, ciudad de adopción del autor desde que llegó a ella a los diez años, pero allá cada cual); un club de alterne llamado Resplandor en la oscuridad. Resulta que esta Matilde fue también alumna de Matías Escauriaza en un colegio público y sufrió su inevitable acoso. Convertida en Macarena «la Polvo», la mujer se la juega cubriendo a uno de los principales sospechosos y termina redimiéndose, en un proceso similar al de la Sonia de Crimen y castigo, con un amor igualmente incondicional que la hace dejar el club para entregarse en exclusiva al sospechoso –aunque en esta ocasión sin el auxilio de la religión–.

El desenlace de Aurora en la oscuridad, a diferencia del ofrecido en el epílogo de la novela de Dostoievski (algún fallo tenía que tener Fedor; al fin y al cabo no era Faulkner), no resulta edulcorado ni mucho menos sentimentaloide. Salvador Robles Miras nos avisa de que hoy las cosas terminan así. Nos gusten o no.

Aurora en la oscuridad
Salvador Robles
MAR Editor

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2 comentarios en “Novela: «Aurora en la oscuridad», de Salvador Robles

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