Novela: «Atrapado», de Juan Infante

Manu López Marañón

No es la primera vez que me ocupa la obra de ficción de un abogado bilbaíno. En marzo, y en esta misma revista, reseñaba la última novela de José Javier Abasolo y ahora he terminado Atrapado, la sexta del letrado-literato Juan Infante. Si Abasolo aparcaba a su personaje más carismático, el ex ertzaina Mikel Goikoetxea, para dejar protagonismo a Markel Zugasti (un picapleitos experto en finanzas), Infante convoca a su habitual pareja de ertzainas y a un «investigador» muy especial, Tomás Garrincha; por lo oído, todos ellos han intervenido decisivamente en otras entregas en lo que viene conformando una saga que yo desconocía. Pero la diferencia fundamental entre ambos escritores es que mientras Abasolo utiliza sus conocimientos jurídicos para componer a su nuevo antihéroe, Juan Infante tira de su sapiencia leguleya para armar el relato, apartando la posibilidad de que sea un abogado quien lo protagonice.

En mi discutible opinión cae el autor, en Atrapado, en dos errores de peso.

El primero es la muy abundante topografía urbana con que adorna la trama. Su detallismo, cual insaciable masa devoradora, abarca calles, restaurantes de todo tipo, bares (cada uno con su especialidad e incluyendo nombres de camareros), estaciones, gimnasios, etcétera: las ubicaciones, sin dejar una, de los variopintos escenarios con que se muestra cada itinerario de los personajes. No pocas veces el lector se pregunta si, en realidad, no habrá adquirido una guía turística de este Bilbao del Guggenheim, tan celebrado por viajeros del mundo entero. Como los cuadros de la exposición sobre hiperrealismo que visita Garrincha con su novia Teresa en el Museo de Bellas Artes, la ciudad queda «fotografiada» con un empeño tal que cualquier bilbaíno, en todo momento, sabe por dónde transcurre cada capítulo. Semejante profusión resulta agotadora y superflua. No sé qué sucederá con los lectores foráneos, pero mucho me temo que, al no darse el mismo reconocimiento, el efecto sea todavía muchísimo peor. ¿Tanto hubiera costado depurar el texto de tanto inane adorno? Cuesta comprender que ningún lector del manuscrito haya dado inmediato aviso al autor.

El segundo error, menos anecdótico y ya más de fondo, afecta de lleno a la construcción de la novela. El secuestro de Laura Gorostiola y las muertes que acarrea son investigados –utilizando una técnica de montaje en paralelo– por partida doble. La primera investigación (por orden temporal e importancia) la acomete Tomás Garrincha, un «detective» oficialmente retirado que tiene en la pesca su principal afición. Contratado por el padre de Laura, el capo de la droga Gorostiola, esta línea se nos da en primera persona, siendo Garrincha –evidentemente– su voz. Al mismo tiempo, secuestro y asesinatos tratan de ser aclarados por la Ertzaintza, concretamente por Sarah Cohen –responsable de la brigada de investigación criminal– y por Miguel Fabretti –responsable de narcóticos–, adscritos ambos a la comisaría de Deusto. En este caso es la voz del autor quien nos cuenta sus avances.

Por desgracia, las dos investigaciones, muy lejos de complementarse, se solapan. El poco espoleado lector asiste a duplicaciones de pesquisas que ya conoce por uno u otro lado, aunque casi siempre lleva ventaja Garrincha, resultando así repetido mucho de lo que esforzadamente desentrañan los inspectores de la Ertzaintza en colaboración con sus agentes. Bajo forma de periódicas –y prolijas– recapitulaciones el lector que presta un mínimo de atención (para el habituado a distraerse o pensar en sus cosas mientras lee esta novela es la suya) reza para que las apariciones de Sarah y Fabretti escaseen. En nada colabora a minimizar la plegaria esa desangelada historia de amor entre los ertazainas, los cuales deciden amancebarse en la casa de Sarah, que tiene dos hijos. Su fogosa actividad sexual, para mí, tiene el mismo interés que me despiertan otras necesidades fisiológicas ajenas: ninguno.

Lo que más atractivo me ha resultado de Atrapado, hasta hacerme ilusiones de que la novela podía levantar el vuelo, ha sido todo aquello relacionado con el gimnasio Gym Muscles. Esas veladas de boxeo aficionado, la peña futbolística Athletic Karajo y sus desplazamientos, el tráfico de anabolizantes, y, sobre todo, el cavernícola personal que pulula por el ring están referidos con auténtica gracia y buen pulso narrativo. En consecuencia, secundarios como Chino Cubano (un sobrino del mítico peso pluma José Legrá), Josu Grande Martínez, el rudo traficante de pastillas, o su novia Ainhoa, que tanto tendrán que decir –y sufrir– en el secuestro de la pija Laura Gorostiola, están francamente bien construidos.

Por desgracia, los capítulos gimnásticos pronto son absorbidos por vertiginosos escenarios internacionales que, a celérico ritmo de thriller, nos permiten pasar de Portofino a Génova, y luego a Santander, para regresar a las calles de Bilbao. Quizá sea debido a mi nula afición a este tipo de lectura lo que me ha impedido entretenerme con Atrapado. Ojalá ustedes lo consigan.

Atrapado
Juan Infante
Erein

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