Después de tres novelas protagonizadas por el inspector David Vázquez y ambientadas en su Navarra natal, Susana Rodríguez Lezaun toma un avión, cruza el charco y se establece nada menos que en Boston para localizar su último trabajo, Una bala con mi nombre. Acertada decisión, pues una trama como la que nos ofrece la autora chirriaría en el caso de desarrollarse en una ciudad de tamaño medio como Pamplona o incluso en cualquiera de las grandes capitales españolas. No, definitivamente, la historia está creada a medida para ser vivida en los USA.
Zoe Bennett es restauradora del Museo de Bellas Artes de Boston. Tiene cuarenta años, un matrimonio fallido a sus espaldas y una vida razonablemente acomodada dedicada al trabajo que le gusta hacer. Todo marcha de un modo rutinario hasta que, en una fiesta destinada a conseguir donaciones para el museo, un apuesto camarero que huele a peligro desde lejos -hasta el punto de que, como lector, habría querido sugerir a Zoe que pusiese tierra de por medio de inmediato- le tira los tejos con tal gracia y descaro que la fiesta termina en noche de pasión desenfrenada, iniciándose una relación que se prolongará durante varias semanas.
Pero no se crean ustedes que Zoe es una ingenua, nada de eso: desde el minuto uno sospecha que Noah Roberts -el camarero en cuestión- es un vividor como dios manda e incluso un tipo poco recomendable, pero qué coño, por qué no disfrutar de un cuerpazo como el suyo después de cinco años de sequía…
La confirmación de sus sospechas le llegará la noche en la que el camarero la convence para que le muestre su lugar de trabajo. Zoe acepta, visitan el museo tras la hora del cierre y, a partir de ahí, la vida monótona y acomodada de la restauradora salta por los aires como si le hubiera estallado la bomba bajo la butaca de la que hablaba Hitchcock cuando diferenciaba entre suspense y sorpresa.
A partir de aquí, una vertiginosa sucesión de páginas que demuestran la capacidad de la autora para arrastrar al lector a toda velocidad por una trama salpicada de puntos de giro que suponen, cada uno de ellos, una nueva trampa para Zoe, quien deberá aprender a hostias y rápidamente si quiere tener alguna opción de conservar la vida en un proceso de brutal transformación del personaje, dejando de ser la niña confiada que tanto sufrió por serlo para convertirse en la mujer de armas tomar a quien es preferible no tener como enemiga.
La novela transcurre así a un ritmo endiablado a lo largo de sus trescientas páginas -pocas me parecen, llámenme sádico pero me habría gustado que Zoe siguiera padeciendo durante unas cuantas más- con tan solo algunas breves pausas en las que la protagonista tira de introspección para aportar algunas pinceladas sobre sus sentimientos o ilustrarnos sobre cómo fue su infancia, su vida con sus padres y los periodos vacacionales con su abuela, la única persona que la hizo sentirse libre y feliz, explicaciones todas ellas nada gratuitas sino absolutamente necesarias para el desarrollo y encaje de toda la historia.
Si construir un buen thriller consiste en mantener la tensión de principio a fin y obligar al lector a permanecer durante horas pegado a las páginas del libro sin poder interrumpir la lectura para cambiar el pañal al niño, buscar la dentadura perdida del abuelo o sacar al perro a hacer sus cosas obligándole a aprender a utilizar el inodoro, Susana lo ha conseguido de sobras: suerte tienen mis niños de tener nueve años, mi abuelo de estar a dos metros bajo tierra desde hace décadas y mi último perro de haber pasado a mejor vida hace diez años.
Una bala con mi nombreSusana Rodríguez Lezaun Harper Collins