Cine. «El Emperador de París». Vidocq y el origen de la Sûreté

Juan Mari Barasorda

“El emperador de París” es un film estrenado en Francia en 2018 y dirigido por Jean-Francois Richet, responsable hace años de un noir biográfico en dos partes tan recomendable como “Mesrine” (2008), la historia del enemigo público n.º 1 de Francia, Jacques Mesrine, tan temido como admirado –fue conocido como el Robin Hood de Francia– que resultó abatido –mas bien ejecutado– por la Gendarmerie con 42 años. Aquel Mesrine tan magníficamente ejecutado por Richet fue interpretado por Vincent Cassel en una actuación que para mí se acercó a la perfección (y que fue multigalardonada).

Richet ha contado nuevamente con Vincent Cassel en esta producción. Cassel encarna a Vidocq y lo hace con su habitual maestría. Cassel es un Vidocq creíble –aunque no comparta el físico del Vidocq original–, comedido, temible e inexpresivo… Si lo comparamos con su actuación en “El odio” (1995), claro. Es, con diferencia, lo mejor de la película. Desde luego destaca entre el elenco, aunque Denis Lavant ofrece todo su arte creando un insignificante secundario de lujo que bien podía haber encarnado a Coco Lacour –a quien pronto presentaré– si el guionista Eric Besnard hubiera investigado un poco en la vida de Vidocq (le deseo mejor acierto en su próximo guion, “Gentleman Cambrioleur”, relatando las aventuras de Arsenio Lupin en compañía de Maurice Leblanc, un crossover del que espero lo mejor).

Del resto de los actores y actrices omito juicio alguno –tampoco ha habido acusación que lo exija– por lo que me centraré en la historia. Richet elige un breve periodo de la vida de Vidoq y lo alarga hasta acomodarlo al metraje pertinente. Al principio con un Vidocq galeote donde lo mejor nos es ofrecido por el personaje interpretado por Lavant y después con su época como comerciante, de escaso relieve histórico. Ademas de Henry, jefe de la policía de París, un gendarme de distrito –al que no le falta el bastón con el que defendía su autoridad, una correcta adición de vestuario que respeta la historia– y un criminal se reparten la historia convertida en película de acción. No falta una condesa que no encuentra su sitio en el guión y las esperadas –por este espectador– apariciones de Fouche, un personaje histórico indispensable si hablamos de la creación de la policía en Europa.

Fouche aparece empequeñecido no solo en su presencia física –no tanto como Napoleón, claro– sino incluso en su perversidad. El temor que irradiaba no aparece ni de lejos recogido en el film. Fouche fue calificado por Stefan Zweig en una excelente biografía como “el genio tenebroso”. Fouche, el eterno conspirador, fue nombrado por Napoleón ministro de la policía en 1799. Es a Fouche a quien se le adjudica el título de creador de la policía moderna, una policía para defender al Estado y el orden publico, una policía basada en el espionaje y en los agentes infiltrados –agents provocateurs– más que en la investigación. Es el germen del odio hacia la policía a que se refería Caillois en su apasionante debate con Borges sobre el origen de la novela policial.

Era otra institución, la Gendarmería Nacional, creada en 1791, la que se se dedicaba a detener a ladrones y criminales. También aparece en la película un personaje histórico esencial para entender la creación de la Sûreté, y, cuando menos, este merito debe ser reconocido a los guionistas. Me refiero al comisario Henry. Sin embargo es la interpretación de un policía casi mediocre, preocupado por el trabajo pero poco o nada válido en la resolución de los casos. La realidad histórica da a Henry mayor relevancia. En 1809, Jean Henry estaba al frente de la nueva División Criminal de la Gendarmerie. Monsieur Henry era endiabladamente inteligente y había alcanzado el cargo tras su éxito al resolver un caso donde los agents provocateurs de Fouche habían fracasado: el primer atentado con coche bomba de la historia. El 24 de diciembre de 1800 un coche bomba había estallado apenas un minuto antes del paso del carruaje del cónsul Bonaparte. Fouche necesita resolver el caso y pone en marcha a su horda de agentes sin obtener resultados. Mientras, el prefecto de la Gendarmerie en París tiene a su mejor hombre dedicado al caso. Monsieur Henry fue conocido como el maestro de la deducción, un hombre que lleva la investigación al lugar donde se cometió el crimen, y es Henry quien se fija en las herraduras nuevas del caballo utilizado en el atentado, interroga a los herreros de París y descubre a los integrantes del complot. Con Henry nace realmente la investigación criminal.

¿Pretenden los párrafos anteriores minusvalorar la figura de Vidocq? En absoluto. Su mérito, ademas de saber escapar de las cárceles de Francia, fue conocer los bajos fondos y rodearse de aquellos criminales de París que supieron descubrir que tenían un líder gracias al cual podían obtener las rentas necesarias en forma de paga del Estado en lugar de hacerlo a través del crimen y del robo. Y un segundo mérito no menos importante: aprender de los métodos deductivos empleados por Henry y desarrollarlos. Aplicó la balística para resolver los crímenes, analizó las manchas de sangre, utilizo moldes de huellas de calzado en la escena del crimen e incluso puso en marcha los primeros métodos de investigación de huellas digitales, todo ello mientras recorría los bajos fondos con diferentes disfraces para infiltrarse entre los criminales.

Vidocq tuvo algo que le diferenció de Henry: sagacidad. La sagacidad de encontrar un camino a la redención –la delación de sus excompañeros los criminales de París–, la capacidad de rodearse de un conjunto de hombres que conocían los bajos fondos y la sagacidad de utilizar agents provocateurs no para proteger a la corona de atentados sino para descubrir robos y asesinatos. Y por fin, la sagacidad de encargar la redacción de unas Memorias que le hicieron famoso y popular y que evitaron relatar las denuncias por robos contra Vidocq y sus hombres.

La acción de la película se sitúa en 1811. Es en 1811 cuando Henry es Jefe del departamento Criminal de la policía de París y cuando recibe en su despacho al criminal mas escurridizo de Francia: Eugène-François Vidocq. No es la primera vez que Vidocq –contrabandista, ladrón, soldado de fortuna, corsario– intenta la redención, aunque en la película no aparecerá mas que su propuesta a Henry. Le propone crear una “brigada de seguridad” liderada por él mismo. Henry conoce las hazañas de Vidocq pero no consigue el apoyo de Fouche, En la realidad consiguió el apoyo del propio Napoleón, que había conocido la “habilidad” de Vidocq en una misión “privada” (recuperar un collar de esmeraldas propiedad de Josefina y “extrañamente desaparecido”). En octubre de 1812, Napoleón firma el decreto creando la Brigada de la Sûreté.

La película se detiene justo en ese momento. El futuro fue la historia convertida en leyenda. Pero su carrera seria fulgurante. En 1817 la Sûreté ya cuenta con doce hombres, la mayoría exconvictos, todos escogidos por Vidocq. Es el gang Vidocq, con su mano derecha, Coco LeTour, al frente. Sus resultados son espectaculares: solo en ese año resuelven quince asesinatos y más de trescientos robos. La figura del policía de distrito desaparece ya que su jurisdicción terminaba en el límite del distrito, por lo que bastaba cruzar un puente sobre el Sena para escapar de la policía. Vidocq y sus hombres, la Sûreté, visten de paisano y no conocen de distritos. En 1827 ya son 28 los miembros de la División y todo París se halla bajo su control. Es entonces cuando Vidocq se convertirá en el autentico Emperador de Paris (en la película se pronuncia la frase por boca un criminal). Es entonces cuando comienzan los ataques contra él y dejara el cargo para escribir –o encargar– sus memorias. Dejará la policía y creará la primera agencia de detectives, se enfrentara a un juicio y promocionara sus Memorias.

Vidocq de Pitof

Con todo, la película no es un proyecto fallido en absoluto, pero sí tal vez incompleto. No asistimos a ninguna de las investigaciones de Vidocq, algo de lo que disfrutamos –aunque estuviera aderezada por un clima sobrenatural– en el Vidocq de Pitof de 2001. Es una película de aventuras de correcta factura y excelente producción. El ritmo y las escenas de acción se identifican con el roman d’aventures, triunfante en la literatura popular de la época .

El consejo: vean la película como una película de aventuras sin esperar el planteamiento detectivesco de la película de Pitof. Aprovechen, si fuera posible, para acercarse al fantástico noir que fue el Mesrine de Richet, y más aún, lean las dos novelas sobre Jacques Mesrine editadas por Pepitas de Calabaza. Un lujo para los aficionados al true crime. Y si quieren conocer los procedimientos indagatorios de la Sûreté en unos relatos bien escritos que serán apreciados por los lectores de la literatura detectivesca, acérquense a los relatos de Marie -Francois Goron, jefe de la Sûreté a partir de 1886, con todo el sabor del roman policier de Emile Gaboriau o Fortune du Boisgoby.

Vidocq es, no lo olviden, una leyenda, y las leyendas crecen con el transcurso de la historia.

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