Televisión: «Banshee»

Teresa Suárez

Hace poco terminé Tin Star, serie policiaca anglo-canadiense estrenada en 2017, que narra las aventuras de Jim Worth, un antiguo detective británico (Tim Roth, como siempre, borda su papel de tarado) que, buscando una vida más tranquila, se traslada junto a su familia a un pequeño pueblo de las montañas canadienses donde ha sido nombrado jefe de policía.

Fue después de ver las dos temporadas Tin Star, historia incongruente donde las haya (abstenerse espectadores que buscan la coherencia en el guion), cuando escuché hablar por primera vez de Banshee (2013-2016), serie estadounidense en la que, después de cumplir una condena de 15 años, un ex convicto asume la identidad del sheriff Lucas Hood: varios reseñadores de la primera aseguraban que era una mala copia de la segunda.

Desde un punto de vista matemático, no podríamos catalogar estas series como conjuntos disjuntos.

Los dos protagonistas, uno como Jefe de policía y el otro como sheriff, asumen el mando en plaza de sus respectivas localidades ocultando a los vecinos su verdadera identidad.

Mientras que el Jefe Worth llega a Little Big Bear acompañado de su familia, el sheriff Hood acude a su nuevo puesto guiado, a partes iguales, por un deseo de reunificación familiar trufado con otro de venganza, ya que su ex, mientras el sufría en prisión, huyó llevándose diez millones de dólares en diamantes.

Tanto Jim como Lucas se esconden de mafiosos malísimos que, para más inri, son familia: al Jefe Worth lo persigue el cuñado de su mujer (Jim mató a su hermano), mientras que al sheriff Hood quien lo busca en su suegro por robarle a la niña de sus ojos y a los diamantes de su saca.

Ambos protagonistas tienen hijas, de edades similares, que parecen haber heredado lo peor de su progenitor por lo que no dejan de meterse en problemas una y otra vez y otra y otra.

En Little Big Bear hay una colonia menonita y en Banshee una comunidad amish (los amish, secta muy tradicional, son un subgrupo de la Iglesia Menonita).

Y, por último, entre las dos hay alcohol, puñetazos, tiros y cadáveres suficientes para nutrir, por lo menos, a otras dos o tres series.

Pero también hay diferencias.

Mientras que Tim Roth, y solo él, logra inocular en Tin Star algún que otro toque de comedia negra, en Banshee el humor brilla por su ausencia (al menos en la primera temporada).

No obstante, me quedo con Banshee y no solo por ser la primigenia sino porque tiene elementos que, por poco convencionales, resultan bastante llamativos.

Por ejemplo, el canon de belleza femenina se aleja de lo que estamos acostumbrados a ver en series y películas norteamericanas: las mujeres no son rubias platino, no caminan sobre tacones imposibles, no lucen labios amorcillados y sus senos no se escapan por escotes desbordados.

Banshee es una serie que, no sé si de manera consciente, se embarca en una misión harto difícil: combatir los estereotipos de género.

Ni dóciles, ni complacientes, ni maternales. En Banshee las “damas” son fuertes, agresivas e intrépidas. Los hombres, aunque violentos, dejan entrever sus miedos e inseguridades y, cuando la ocasión lo requiere, también lloran.

Aunque el poder lo siguen detentando dos varones (Mr.  Rabbit, gánster ucraniano visitante, y Kai Proctor, mafioso residente), las mujeres de sus respectivas familias no solo se niegan a someterse a sus dictados, sino que, además, los manipulan a su antojo.

En Banshee ni la violencia ni el sexo son territorio exclusivo masculino.

Igualitaria donde las haya, en esta serie hombres y mujeres toman la iniciativa sexual, practican sexo oral cuando les place (y, créanme, les place a menudo) y en los intentos de violación (hay más de uno) la víctima es, por turnos, un hombre y una mujer.

Puede que algunos lectores consideren que todo lo dicho hasta aquí puede considerarse más o menos habitual, pero lo que está fuera de toda normalidad es el hecho de que la escena más violenta de toda la primera temporada (puñetazos, patadas, golpes con objetos contundentes, empleo de cristales para rajar la parte del cuerpo más a mano, etc.) esté protagonizada por dos oponentes de diferente sexo. Son casi quince minutos de pelea en la que los gritos de dolor, los chorros de sangre y el crujir de huesos te hacen apartar la vista de la pantalla. Me recordó la escena en la que el matón a sueldo Virgil (James Gandolfini antes de Los Soprano) propina una brutal paliza a la prostituta Alabama Whitman (Patricia Arquette) en Amor a quemarropa de Tony Scott.

¡Banshee supera en salvajismo a Tin Star!

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