Ricardo Bosque
Comienzo a leer las primeras páginas y a conocer en ellas a Jordi Viassolo, veinteañero (supongo que cercano a terminar esa década y pasar a la siguiente), pluriempleado por necesidad, compartiendo piso con otros tres amigos, detective vocacional, con una novia con la que le gustaría -o no, no está seguro- iniciar una vida en común, cierta ingenuidad y despiste en su manera de proceder… Voy a la solapa de la novela, veo la foto del autor –Eduard Palomares, periodista y escritor ya a principios de la cuarentena- y ya tengo imagen para el protagonista de Igual que ayer, segundo caso al que debe enfrentarse tras su debut en No cerramos en agosto. Como cuando lees el nombre de Marlowe y te viene a la mente la cara de Bogart, vaya.
En más de una ocasión hemos escuchado o leído que la novela negra es un reflejo de la realidad social de una época y un entorno concreto -novela realista del siglo XX, la han denominado algunos-. Por ello, si hablamos de novela negra en una gran ciudad como pueda ser Madrid o, en el caso que nos ocupa, Barcelona, es inevitable que tenga que tocar temas tan espinosos y de actualidad como la especulación urbanística, el tráfico de drogas o la gentrificación, ese proceso por el cual los nativos de un barrio céntrico son paulatinamente desplazados al extrarradio de ciudades con importante tirón turístico para ser sustituidos por otros habitantes con más recursos económicos o por residentes de fin de semana que simplemente quieren disfrutar durante un par de días de los atractivos de la ciudad.
Y eso es lo que hace Eduard Palomares en esta novela que transcurre con inteligencia, agilidad y humor, a pesar de que el asunto a tratar sea inquietante por su cotidianeidad, uniendo en una sola historia -dos, en realidad- esos tres conceptos antes citados que a diario vemos en cualquier periódico: especulación, drogas y gentrificación.
Digo dos historias porque, aunque la principal es la que transcurre en la Barcelona actual y está protagonizada por el voluntarioso e ingenuo Viassolo, el autor la interrumpe a mitad de la trama para introducir otra protagonizada por el veterano Recasens, colaborador en la agencia de detectives para la que trabaja esporádicamente Viassolo y curtido en mil batallas urbanas libradas en los años ochenta y noventa del siglo pasado, una segunda historia que justifica plenamente el título de la novela.
Igual que ayer, además de demostrarnos que hay cosas que nunca cambian, nos muestra otra cruda realidad consecuencia igualmente de esa especulación urbanística y proceso de gentrificación en torno a la que gira la novela, la de miles de jóvenes con trabajos precarios y sueldos de miseria -ay, quién fuera joven y mileurista hoy en día- para los que solo existen dos alternativas: permanecer en el nido familiar por tiempo indefinido o compartir piso con otros como si siguieran en el colegio mayor. Peor todavía: en el colegio mayor no tienes turnos para limpiar el cuarto de baño.
Igual que ayerEduard PalomaresLibros del Asteroide