Novela: «Las madres», de Carmen Mola

las madresTeresa Suárez

Sinopsis:

«La inspectora Elena Blanco atraviesa el depósito de la Grúa Municipal Mediodía II de Madrid hasta llegar a una vieja furgoneta que expele un olor putrefacto. Dentro está el cadáver de un hombre con un burdo costurón que asciende del pubis al abdomen. Los primeros resultados de la autopsia aclaran que a este toxicómano le arrancaron algunos órganos y en su lugar colocaron un feto. Los análisis de ADN revelan que se trata de su hijo biológico. A los pocos días, aparece en la zona portuaria de A Coruña el cuerpo de un asesor fiscal que ha sido asesinado con el mismo modus operandi. ¿Qué relación existe entre ambas víctimas? ¿Y dónde están las madres de los bebés? Se abre así la investigación del nuevo y perturbador caso de la Brigada de Análisis de Casos. Mientras la relación entre Elena y Zárate se hace cada vez más complicada, todos los indicios los acercarán a una misteriosa organización a la que nadie parece poder acercarse sin morir».

Después de ganar el cuestionado Premio Planeta 2021 por La bestia, obra que, para algunos, no estaba a la altura de la saga de la inspectora Blanco, la literaria trinidad escondida tras el rostro de esa Carmen que, cuando se reveló que eran tres Carmelos, empezó a molar menos, esto es lo que ha dicho la crítica de Las madres, última novela de Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz:

«Golpea al lector, […] no da descanso», Aurea Lorenzo, RTVE

«El lector habrá de abrocharse el cinturón, suspender algunas exigencias en según qué momentos y preparar el estómago», Juan Carlos Galindo, Babelia

«Todos caen rendidos (quien la coge no la suelta) ante la fuerza y la intensidad de una historia que no desmerece al mejor noir de Pierre Lemaitre, comparte elementos con Sandrone Dazieri y tiene como protagonista a una (sí, es una mujer) detective de las que hacen época (y series)», Inés Martín Rodrigo, ABC.

Tras los hechos acontecidos en La novia gitana, La red purpura y La Nena, la inspectora Elena Blanco y el resto de miembros de la Brigada de Análisis de Casos, los nuevos y los viejos (ni son todos los que están, ni están todos los que son), andan descarriados, casi al límite. La culpa, la pérdida, la rabia, el desencanto con un sistema que no siempre protege a los buenos y castiga a los malos, la falta de confianza, los secretos, las palabras que no se pronuncian cuando hacen falta y las que se gritan cuando hacen más daño, ponen en riesgo la continuidad de la BAC.

Así las cosas, Las Madres se inicia con la inspectora Blanco posponiendo decisiones (el trabajo en la BAC, su relación con Zarate, el piso de la plaza Mayor) que, inevitablemente, debe tomar para poder avanzar en su vida. Con la llamada de Buendía, desgranando los primeros datos de un nuevo caso, «siente que algo la empuja, algo está sacándola por fin de la rueda». «Quién eres?, es la primera pregunta que la asalta a ella (…) Los ojos tienen el velo grisáceo de la muerte, pero siguen abiertos, mirando ¿Qué? Quizá a quien le hizo esto. Debe de rondar los treinta años, puede que alguno más. Está desnudo y atado a una silla. Una metálica como la de cualquier terraza de bar, ríos de sangre seca ensucian las patas».

Ese cuerpo solo será el primero de los muchos que aparecerán a lo largo de una novela cuya extensión da para unos cuantos.

El número de páginas (más de cuatrocientas en el caso de Las madres) es, precisamente, una de las características comunes a todas las novelas de la saga de la inspectora Blanco.

La siguiente es el lenguaje. Los señores Mola, guionistas de pro, se centran en los personajes (quién es, qué quiere, qué hace, cómo acaba), la acción, los diálogos, y, cuando lo tienen todo, lo mezclan (entiendo que escribir a seis manos exige estar dispuesto a hacer concesiones, así que la proporción de los ingredientes que aporta cada miembro supongo que estará sujeta a continua negociación entre los padres de la criatura). En ese cóctel, cargadito de por sí, no hay cabida para un estilo literario que se aparte de todo lo que no sea un lenguaje neutro, claro, ordenado y preciso.

Desde La novia gitana, su primera novela, los Mola han apostado por dar todo el protagonismo al fenómeno criminal (delito, delincuente, delincuencia) y, dentro de éste, han optado por centrarse en crímenes cada vez más crueles, horripilantes y escabrosos (tortura, mutilaciones, canibalismo, violaciones múltiples y, por supuesto, asesinatos), sabedores de que la combinación de asco, miedo y sadismo, engancha, y mucho, a un público cada vez más numeroso ansioso por descubrir qué se esconde en la mente de un psicópata asesino.

La red púrpura, primera que leí de Carmen Mola, me fascinó. La novia gitana, que leí en segundo lugar, ya no me sorprendió. La Nena, tercera, me dejó indiferente.

No pensaba leer Las madres, pero fue un regalo navideño, por lo que tuve que darle una oportunidad.

Un contundente inicio, que nos introduce en la trata de mujeres, y un asesinato de lo más truculento, marca de la casa, cuyo objetivo es dejar al lector, desde las primeras páginas, con la boca abierta y sin tiempo para pensar, mezclado con conflictos familiares, amorosos y laborales de los antiguos y nuevos personajes de la BAC. No hay una trama única, sino un conjunto de tramas (corrupción policial, venta de niños, asesinatos) que, al final, confluyen en un punto donde la palabra “feto” se alza con todo el protagonismo («Pero el cadáver que ahora examina Elena (…) es el de un hombre de más de sesenta años. Un costurón vertical lo recorre desde el esternón hasta la parte superior del pubis. Mal cosido, entre los puntos asoma la mano de un feto, diminuta, sanguinolenta, como intentando abrirse paso a través de la piel»).

Todo lo que me iba encontrando en esta cuarta entrega de la serie de la inspectora Blanco me resultaba familiar.

¿Tiene ritmo? Sí, es lo menos que se les puede pedir, entiendo yo, a tres guionistas curtidos como son los señores Mercero, Martínez y Díaz.

¿Entretiene? En mi caso, por lo expuesto hasta ahora, solo logró captar mi atención cuando llegaba al desenlace y eso, tratándose de cuatrocientas páginas, es poco, muy poco.

Mi rechazo a esta novela no tiene nada que ver con que esté escrita por tres hombres que firman con nombre de mujer. Tiene que ver con mi resistencia, casi visceral, a cualquier tipo de campaña publicitaria que trata de convencerme de que necesito algo que no quiero, de que quiero algo que no necesito o de que me gusta algo que detesto.

Y no, no me refiero a la publicidad que la editorial haya gastado en promocionar Las madres, sino al estudio de mercado que percibo tras ella, ese que se hace antes de lanzar un nuevo producto para saber lo que los consumidores, en este caso lectores, desean o esperan de la marca.

No es que diga que esa investigación de mercado se ha hecho solo con esta novela (no tengo ni idea, pero supongo que esto se hace para todo tipo de productos y libros, sean del genero literario que sean, antes de su lanzamiento), lo que digo es que, leyendo Las madres, no he logrado sacudirme la impresión de que, en base al análisis de los datos recogidos en ese estudio, editorial y escritores decidieron una serie de cuestiones que se plantaron en la novela porque garantizaban un nicho de negocio. Es decir, no buscaban escribir algo bueno, buscaban venderlo.

Saber que el lector siente una especial atracción por la violencia. Dar cabida a las diferentes identidades de género y opciones sexuales. Si ya en La nena hablaban, hasta hartar, del género fluido (gender fluid), en Las madres, además de volver sobre éste, a propósito de Reyes Rentero («dan igual las mutaciones que haya [en ella], si se ha levantado más hombre o mujer, su aroma es siempre el mismo»), incluyen, parejas homosexuales, personas transgénero, etc.

Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2021, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), el porcentaje de mujeres lectoras de libros en tiempo libre es significativamente superior al de los hombres en todos los grupos de edad (excepto a partir de los 65 años).

Por tanto, dado que la novela se dirige, principalmente, a lectoras, además de algún que otro guiño a la causa («Grábate esto en la cabeza: las mujeres no necesitamos que los hombres nos digan lo buenas que somos, porque, como vosotros, a lo mejor no somos tan buenas. Tenemos derecho a ser igual de inútiles que los hombres que estáis trabajando») y pinceladas de moda («ropa de firma que convive con otra de mercadillo. Vaqueros masculinos y camisetas publicitarias baratas, vestidos largos de noche, elegantes trajes azules, negros y grises de corte clásico»), se centran en problemas sociales que preocupan especialmente a las féminas por ser ellas las que los sufren y, normalmente, quedar excluidas de su regulación y, por ende, de su solución.

Me refiero tanto a la trata con fines de explotación sexual, como, especialmente, al tema de la gestación subrogada, prohibida en España, que en la novela se expone mostrando su peor cara, la del mercado negro de vientres de alquiler (cautiverio, maltrato, muerte), sometido a una crítica feroz y rechazo total.

En suma, cuando he leído Las madres no he logrado abstraerme de la idea de que los Mola, hablando de ciertos temas y exponiendo situaciones muy estudiadas, buscaban congraciarse conmigo de tal manera que, si les negaba mi apoyo, sería etiquetada, sin remedio, de mujer desnaturalizada.

Supongo que lo soy, me temo, porque, lejos de empatizar con Las madres y lo que cuenta, mi rechazo a la novela ha sido total.

Y todo eso sin contar con que las conspiraciones (la Sección, el Clan) me aburren muchísimo.

Las madres

Carmen Mola
Alfaguara

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2 comentarios en “Novela: «Las madres», de Carmen Mola

  1. Leo tu reseña y salvo en el orden de las lecturas, yo leí primero La novia gitana que La red púrpura, en todo lo demás, incluido el que Las madres han llegado a mí estas Navidades a través de un Amigo Invisible, coincido plenamente con lo que dices. Me gustó la primera suya que leí, la otra ya me aburrió por eso de ‘más de lo mismo’. Que Carmen Mola sean tres hombres me da lo mismo, no soy de esos, más bien ésas, que pusieron el grito en el cielo al enterarse. ¡Y que más da!
    La vedad es que no me animas mucho a leer la novela. Es cierto que las 400 páginas en algo que más o menos ya se conoce echa un poquito para atrás. Pero bueno, ya te diré, Teresa.
    Un beso

    • Juan Carlos, la novela es ágil, con ritmo. A mi, como digo en la reseña, me enganchó al final. Pero…
      En fin, como siempre digo, solo es mi opinión.
      Decide lo que quieres hacer.
      Un saludo y ya me contarás.

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