Conocí a Alexis Ravelo en una de las ediciones de Guadalajara negra. Mis ídolos nunca han sido cantantes, ni superhéroes, mi habitación estaba llena de posters de Poe, Lorca…
Desde que tengo el blog he reseñado todas las obras de Alexis, así que cuando le escuché hablar de la última novela que había publicado en aquel entonces, La ceguera del cangrejo, me sentí como una fanática que veía de cerca a algún astro de la canción. Fui a saludarle cuando terminó y él me dijo, después de que me presentara… Almudena, ¡claro que te conozco! Y me dio un abrazo muy fuerte que para él no iba a suponer nada (ya tenía mi admiración perpetua) pero para mí fue una epifanía. En ese momento entendí que el Genio además de Dios es hombre. Un autor que escribía con la precisión de relojero era un tipo normal. Quizás no normal, disculpad, era cercano y sonreía.
Alexis siempre tenía una palabra amable, siempre ayudaba a los que le pedían algo, siempre tenía una sonrisa en la que llevaba un trocito de su isla. Y el otro día murió, así, sin más. Pero nos dejó para consolarnos a Eladio Monroy, al Rubio, a Lola, al Marqués, a Tomás y Marta. Pero algo se nos ha ido con él.
Parece que Dios está otra vez de vacaciones
Almdena Natalías
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Nadie tiene que morir a los 51 años. Y menos que nadie, un escritor. Llevamos una muy mala racha enterrando a unos cuantos de los nuestros, y muchos de ellos, además, muy queridos porque tenían que escribirnos aún muy buenos libros y habíamos compartido muchos momentos con ellos. Se nos fueron Almudena Grandes, Fernando Marías, Javier Abasolo, Domingo Villar, Javier Marías y ahora, de repente, a Alexis Ravelo le explota el corazón en ese pecho tan grande que tenía.
Coincidí con el escritor canario, el padre del buscavidas Eladio Monroy, y ya es extraño, siempre en el extranjero, en Francia, en Lisle Noir, ese festival pequeño y acogedor que organizaba Claude Mesplede en la localidad de Lisle Sur Tarn. Allí compartimos risas, abrazos y charlas nocturnas en la plaza porticada de la localidad mientras intercambiábamos las anécdotas de los alojamientos y a quien le había tocado la china de dormir en el castillo, una fortaleza medieval con fantasmas incluidos. Yo le hablaba de mi devoción por las Islas Canarias, sobre todo por las pequeñas, por esa diminuta de La Graciosa sobre la que estaba escribiendo una novela porque me parecía un territorio misterioso barrido por los vientos, un buen escenario literario. Él me habló de otra isla, la única que tengo pendiente del archipiélago, la Isla de Lobos. Pero aún botarás más que para ir a La Graciosa, me advirtió.
Me puse en contacto no hace mucho con Alexis porque quería que estuviera presente en una antología que preparamos mi amigo argentino Gustavo E. Abrevaya y yo sobre la figura de Marilyn Monroe. Algo ya debía ir mal por entonces porque declinó amablemente la invitación. He de parar un poco, me dijo, voy demasiado acelerado. La muerte lo ha parado de golpe, después de organizar, porque no podía estarse quieto, su festival en Aridane Criminal.
Escribo para no romperle la cara a nadie, decía Alexis, todo sonrisas, un tipo afable, buen escritor y mejor persona. Eladio Monroy ha perdido a su padre y nosotros a ti.
José Luis Muñoz
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Te conocí a través de tus primeras novelas, allá por el año 2010, publicadas en Anroart y siguiendo la recomendación de Jokin Ibáñez. Aprendí de ti una palabra nueva -iniquidad- y desde ese momento comencé a disfrutar del escritor, pero lo mejor estaba por llegar: disfrutar de la persona cuando coincidimos en la primera y gélida edición de Pamplona Negra, en enero de 2015, un maño acostumbrado a los rigores climáticos -los bajo cero del invierno y los cuarenta largos del verano- y un canario más habituado a las temperaturas suaves de las islas.
Tras pasar por el incomparable e inevitable trámite de tu abrazo de oso cuando nos presentamos, tras compartir mesas y manteles durante tres días, charlas y carcajadas, nos hicimos una foto que recupero ahora gracias a Juan Ramón Biedma, una foto en la que ambos, gorra y cigarrillo en mano, posamos ante el escaparate de una tienda de pelucas presumiendo de nuestras respectivas alopecias, la mía incipiente y la tuya… bueno, la tuya un poco más alopecia si cabe.
Te sumaste gustoso a la banda de Calibre .38, para la que escribiste grandes textos. Te sumaste a la lista de mis mejores amigos, esos que sabes que siempre estarán a tu disposición, para lo que haga falta y cuando haga falta, siempre con una palabra amable, una sonrisa y sí, otro abrazo de oso.
Lamentablemente, no coincidimos físicamente en muchas ocasiones. Recuerdo especialmente una en tu tierra, en un Tenerife Noir. Más charlas, más comidas, más carcajadas y sí, más abrazos.
La última vez que nos vimos fue el verano pasado en el Bruma Negra de Plentzia y, claro, compartimos charlas, comidas, carcajadas y abrazos.
Y ahora te vas, mi niño grande, así, sin avisar. Y contigo se va también ese M. A. West con el que me tomaste el poco pelo que me queda haciéndote pasar por un simple cotraductor junto a tu inseparable Thalía. Pero no te creas, no te vas a librar de mi último abrazo aunque, por supuesto, no podrá igualarse en calidad y calidez a los tuyos.
Buen viaje, amigo, al menos nos dejas con la compañía inestimable de tus muchos personajes.
Ricardo Bosque
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Ahora ya no me da vergüenza confesarlo; todo lo contrario. Lo digo: yo a Alexis Ravelo le tenía mucha envidia. Y de la mala.
Le tenía envidia porque había nacido y había decidido permanecer en una de mis ciudades favoritas de todo el mundo, Las Palmas de Gran Canaria, que él, además, había elevado a la categoría literaria que merece; porque gozaba a diario de sus calles, de su playa urbana, de su clima inmejorable, de sus tabernas y sus gentes.
Le tenía envidia porque había conseguido una obra literaria madura, variada, sólida, amable y excelsa, salpicada toda de esa dulcísima habla canaria que es un regalo para mis orejas norteñas.
Y, sobre todo, le tenía envidia porque era un tipo educadísimo y atentísimo que siempre contestaba a los mensajes y los correos, nada endiosado en su burbuja intelectual, generoso, simpático, reilón, conversador genial… Y eso hacía que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, lo quisiera.
Cómo no te iba a envidiar, compañero.
Y ahora ha tocado despedirse, así que hasta siempre, Alexis. Nos vemos. Y, si no nos vemos, nos leemos.
Noemí Pastor
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La mirada horizontal de Alexis
Su amplia, sincera y festiva sonrisa fue uno de sus grandes atributos. Alexis se bebía la vida y hacía más feliz la existencia del que tenía la suerte de cruzarse en su camino. En todas las fotos que se han publicado estos días da muestra de esa alegría de vivir, del beber y del escribir.
Su prosa, en la que también había espacio para el humor, cómo no; se caracterizaba por la horizontalidad de su mirada. Mientras que hay muchos autores de género negro que se elevan para mirar hacia abajo y juzgar a sus personajes, Alexis era profundamente democrático con ellos, dejándoles estamparse sin una mirada de reproche. ¡Que sea el lector el que juzgue, llegado el caso!
Sus personajes preferidos eran los maleantes de poca monta. Los vivillos que tratan de ganarse la vida en un entorno hostil. Esa gente que no es tan lista como los grandes mafiosos, que no aspira a gobernar el mundo. Se limita a sobrevivir, transitando por los resquicios.
Alexis también creía en las segundas oportunidades. En el perdón y la reconciliación. En la restauración, en la reparación de la memoria para seguir adelante y poder avanzar. Alexis fue un escritor democrático que escribía para todos los públicos desde un insobornable compromiso con los de abajo, con los que viven a ras de suelo, sin altas miras. Alexis, siempre uno de los nuestros.
Jesús Lens
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En tierras canarias se evoca la remota existencia del gigante Mahan.
Yo conocí a un gigante que vino volando de su isla a un pequeño puerto llamado Plentzia para recibir el premio Bruma Negra a su trayectoria como escritor de novela negra. Su gran corazón palpitaba con alegría entre amigas y amigos, su sonrisa hacia sonreír, su abrazo achuchante sincero, sentido, irradiaba todo el calor que traía desde su isla. Maestro de la conversación y artesano de la palabra en sus novelas negras, negras como muchos de los topónimos de su isla (de sus islas). Lecturas inigualables, en cada línea, en cada frase en la que volcaba su lengua, la que aprendió en la calle y en las gentes de las islas.
Alexis Ravelo dejó de ser el compañero de Calibre .38 que vivía en Gran Canaria, el padre de Eladio Monroy, el creador de historias cada vez mejores y por ello admirado y premiado, siempre imposible de copiar, para convertirse en un hermano con el que aprendí, reí, bebí y sentí. Prometimos nuevas risas, nuevos encuentros. Él prometió nuevas novelas y prometió volver. No podrá ser. Su gran corazón se paró. Pero Alexis es un escritor para leer y releer, y sus historias no morirán.
Alexis, chaaacho, compañero, hermano, se que estas riendo con las ironías que te cuenta nuestro Javi Abasolo, y él riéndose contigo. Como él, no te has quedado únicamente en mi biblioteca sino también en mi corazón.
Esperadnos donde estéis, ¡chaaacho!, que la parranda iremos también, y guardadnos un pisco de ron…
Juan Mari Barasorda
En memoria de Alexis, que siempre seguirá formando parte de la banda de Calibre .38