Jesús Lens Espinosa de los Monteros
Uno viaja para ver. Pero también para saber. Por eso, al volver de nuestra Ruta Transamericana, que ahí va quedando, arrumbada en el recuerdo de las fotos sin repasar y los textos sin escribir, quise leer algo que me mantuviera ligado a la Argentina de la que acababa de regresar.
Y para eso, nada mejor que el libro de uno de mis autores de cabecera, con el que llevo evolucionando (o no) durante los últimos diez años, calculo.
En este tiempo creo haberlo leído todo (o casi) de Raúl Argemí. Repaso, en orden de lectura: “Los muertos siempre pierden los zapatos”, “Penúltimo nombre de guerra”, “Patagonia Chu Chu”, “El gordo, el francés y el ratón Pérez”, “Siempre la misma música” y “Retrato de familia con muerta”.
Así las cosas, creo que no sería muy aventurado decir que Raúl es uno de los autores a los que más y mejor he leído en estos años. Un autor, además, de cuyos libros solo puedes esperar que sean buenos…o mejores.
A veces no sé por qué dejo un libro en la estantería PeDeLe-U (Pendientes De Leer con Urgencia) mucho tiempo. O, al menos, mucho más del que en buena lógica le correspondería. Pero, al final, las cosas cuadran.
Me ha gustado mucho subirme a “La última caravana” justo a la vuelta de la Transamericana, con las historias sobre el Corralito de Claudio y Verónica frescas en la memoria. Porque esta novela de Argemí habla, precisamente, de aquellos tiempos inverosímiles e increíbles que, sin embargo, ahora pueden repetirse en el mismísimo corazón de la Europa unida, comenzando por Grecia y terminando… vaya usted a saber por dónde.
Crisis. La crisis. La maldita, odiada, temida y manida crisis. ¿Habrá una palabra que nos provoque más asco y más miedo que “crisis”? Pues como las cosas vayan como en Argentina… “Entonces el gobierno hizo lo único que puede hacer un gobierno que no esté dispuesto a desempolvar la guillotina: decretó el cierre de todos los bancos. Fue como si Dios hubiera decidido irse de viaje para siempre”.
Este texto, que forma parte de la novela, está también la portada. Y marca, a la perfección, el tono de una narración que aúna al Argemí más gamberro, combativo y cachondo con el más lúcido, amargado y trágico.
Un novela protagonizada por una imposible banda de atracadores que forman parte de lo que se llamó La Calesita, o sea, un turno rotatorio de mantenimiento de un funcionariado ocioso, repartido por los cuatro puntos capitales de un país inmenso. Nadie sabía para qué lo mandaban a ocupar un puesto en cualquier pueblo remoto de la geografía argentina, donde no haría nada y cobraría una miseria hasta ser enviado a otra lejana provincia, en la que también le esperaría la nada más absoluta.
Pero hay alguien que piensa que se puede romper esta cadena improductiva y absurda. Y para eso hace falta dinero. Y el dinero está en los bancos. Y, cuando hay prisa por tener dinero, mucho dinero, ¿qué opción es la más “razonable”?
De todo ello nos habla Raúl, a través de los recuerdos de un sujeto que, recluido en una especie de asilo, tiene tan buena memoria como mala leche.
Una novela que ni es de aventuras ni tiene el humor de otras de Raúl, pero cuya esclarecedora y estremecedora lectura es igualmente necesaria e imprescindible.
La última caravana Raúl Argemí Edebé
Estoy contigo, Jesús: leer a Argemí es toda una experiencia. A veces es placentero y a veces incluso duele, pero tienes la sensación de que el texto ha sido escrito con las tripas, que, aunque es una ficción siempre remite a tu realidad.
Que bien! me has descubierto un autor que no conocía. Por cuál me recomiendas empezar y luego continuar?
Gracias!
Sí. Argemí no engaña. Es como la prueba del algodón. Interrobang, yo empezaría por «Los muertos siempre pierden los zapatos».
Pingback: La última caravana « Pateando el mundo