Francisco J. Ortiz
Aquellos que todavía menosprecien el lenguaje del cómic considerándolo un instrumento apropiado solamente para un público infantil y juvenil, más aún si confían por el contrario en las posibilidades del cine a la hora de alcanzar el culmen de la expresión artística, harían bien en replantearse su postura confrontando entre sí dos obras de título idéntico pero construidas a su vez desde sendos ámbitos a partir de un mismo y trágico suceso real: el que protagonizó el conocido como “Asesino de Green River”.
2001. 30 de noviembre. Apenas han pasado un par de meses desde los atentados del 11S, y el gobierno estadounidense de George Bush Jr. está mucho más preocupado por el enemigo exterior que por el interno. En los cines triunfa la evasión fantástica: la cinta más taquillera del momento es Harry Potter y la piedra filosofal, primera de las películas basadas en las novelas juveniles de J. K. Rowling protagonizadas por un joven mago; dos semanas después llegará a la cartelera el inicio de otra saga fantástica de origen literario: la primera entrega de El Señor de los Anillos. El día anterior, el ex beatle George Harrison fallece en Hollywood víctima de un cáncer de pulmón. Esa mañana del día 30, y cuando se disponía a abandonar la ciudad de Renton, en Washington, Gary Leon Ridgway era detenido y acusado de los asesinatos de cuatro mujeres que se atribuían al criminal que los medios de comunicación apodaban “Asesino de Green River”.
Durante los interrogatorios y el proceso judicial posterior, Gary Ridgway se confesó autor del asesinato de 48 mujeres (en 2010 se añadiría una más al cómputo), prácticamente todas prostitutas, cuyos cuerpos lanzaba al río Green o bien dejaba en las inmediaciones del mismo. En muy pocas ocasiones los enterraba; la mayoría los abandonaba a la intemperie a orillas del río.
2005. Cuatro años tras la detención de Ridgway y apenas dos después de que su juicio se diera por finalizado, el cineasta alemán Ulli Lommel rueda en formato videográfico Green River Killer, emitida por canales de televisión españoles como El asesino de Green River.
El caso de Lommel merece mención aparte por ser digno de estudio: actor de formación y habitual de la troupe de su compatriota el malogrado Rainer Werner Fassbinder (con el que colaboró en películas como El amor es más frío que la muerte, El soldado americano, Effi Briest, El asado de Satán o La ruleta china), y asimismo realizador más o menos respetado en su país gracias a filmes como La ternura de los lobos, a partir de 1979 se pasa al cine estadounidense colaborando con Andy Warhol en un par de cintas (Cocaine Cowboys y Blank Generation) y, acto seguido, se recicla como realizador especializado en el género de terror con resultados mediocres al principio (la cinta de culto Boogeyman, conocida en España como Satanás, el reflejo del mal) y deplorables sin excepción después, sobre todo en la década en la que filma su versión del caso verídico que nos concierne ahora.
Obsesionado por los casos reales protagonizados por asesinos en serie, y demostrando una fe ciega en su valía como cineasta que no parece compartir nadie, Lommel estrena a lo largo de 2005 nada menos que cuatro producciones de esta índole, una en celuloide (Zodiac Killer, muy libérrima y también muy lamentable aproximación al célebre caso del “Asesino del Zodíaco”) y tres en vídeo: B.T.K. Killer (según el caso de Dennis Rader, el “Asesino BTK”), Killer Pickton (otro tanto respecto del canadiense Robert Pickton, granjero y asesino en serie) y la que nos ocupa: Green River Killer. En los años posteriores reincidiría testarudamente en esta temática con títulos como Black Dahlia (inspirada en el macabro asesinato de Elizabeth Short, que permitió a James Ellroy escribir una de sus novelas más populares), Son of Sam (según el caso de David Berkowitz, “El Hijo de Sam”, al que Spike Lee dedicó un estupendo film a buen seguro mucho más inspirado que este) o, más recientemente, Manson Family Cult.
Centrémonos en su Green River Killer: aunque prácticamente carente de valor cinematográfico alguno, el film no está exento de interés divulgativo al ser bastante fiel a los hechos reales en que se basa. Así, el parecido físico del debutante George Kiseleff -que no volvería a participar en ninguna otra película más- con el auténtico Gary Ridgway es considerable, y su interpretación no es todo lo lamentable que cabría esperar de un film de su director. Por otra parte, el relato no realiza concesión alguna en pos del entretenimiento y la espectacularidad, y se limita a mostrar los hechos con una frialdad pasmosa a la que contribuye la ya característica insulsez de su máximo responsable. Pero lo más destacable es que se recurre a imágenes de archivo que revelan al espectador parte de los verdaderos interrogatorios a los que Ridgway fue sometido por las fuerzas de la ley; además, su conclusión revela datos auténticos de la investigación policial y el proceso judicial, destacando el papel fundamental que jugaron las nuevas técnicas científicas que permitieron la identificación del ADN del asesino.
Por lo demás, su Green River Killer no pasará a la Historia del cine. Ni siquiera a la Historia del cine protagonizado por asesinos en serie reales.
2011. Han pasado seis años más cuando la editorial independiente Dark Horse Books edita la novela gráfica Green River Killer (A True Detective Story), escrita por Jeff Jensen y dibujada por Jonathan Case. El guionista es hijo de Thomas Jensen, uno de los detectives de Policía que investigó durante décadas el caso del Asesino de Green River y que participó en su detención. Por tanto, estamos ante una obra que se gesta de igual modo a como Art Spiegelman concibió en su día su laureado Maus (esto es, a partir del testimonio de su padre, superviviente de los campos de exterminio nazis)… pero en clave de género negro.
Así, la presente novela gráfica -que por momentos puede recordar, por su temática y estructura, a otro espléndido cómic policíaco basado en hechos reales: Torso (El descuartizador de Cleveland) de Brian Michael Bendis y Marc Andreyko- se construye a partir de información policial de primera mano, y arranca con un prólogo ambientado en 1965 que relata el primer crimen de Gary Ridgway, un intento de homicidio frustrado muy alejado del que sería su modus operandi posterior: este convenció a un adolescente, casi un niño, para que lo acompañara a un parque cercano a jugar, y allí lo apuñaló porque, según sus propias palabras, quería saber qué se sentía al matar a alguien. El agresor dejó a su víctima desangrándose, pero este logró sobrevivir, y el suceso no se relacionó con el caso del Asesino de Green River hasta años después de su encarcelamiento. La crudeza de este arranque le valió ser considerado por uno de los grandes popes de la industria del horror como “la escena inicial más terrorífica que he leído en años”. Palabra de Stephen King.
Después de este pasaje los autores presentan al verdadero protagonista del relato, que no es Gary Ridgway sino Tom Jensen, el policía que se obsesionó con dar caza al Asesino de Green River. La historia se centra en relatar su devenir personal y profesional -que, como para toda persona dedicada por entero a su trabajo, acaba siendo lo mismo-, desde ese 1965 en el que termina sus estudios preuniversitarios y decide alistarse en la Marina, hasta el día de hoy en que, retirado del cuerpo de Policía como tal, prosigue trabajando como asesor y analista en la Unidad de casos abiertos del Departamento de Policía de King County. Entre un momento y otro y con saltos adelante y atrás en el tiempo, el núcleo central del relato son dos décadas de police procedural en las que no deja de incluirse el desarrollo de la ya citada tecnología de procesamiento del ADN ni tampoco la evolución de la informática.
La apuesta de su hijo Jeff a la hora de escribir la presente obra no es otra que concentrarse en el testimonio de su progenitor: así, con la salvedad del prólogo ya comentado, toda la historia acontece cuando el asesino ya ha sido detenido, y sus crímenes nunca se muestran tal y como se llevaron a cabo, ni siquiera mediante flashbacks. De este modo, el lector solo será testigo de sus consecuencias, los restos de cadáveres olvidados desde hace lustros, y del devenir de un hombre corriente que se refugiaba del Horror en mayúsculas en un hobby (el bricolaje) y un vicio que era incapaz de abandonar (el tabaco) pero cuya verdadera obsesión era atrapar a otro hombre aparentemente igual de común que él mismo. Precisamente así define Tom Jensen a Gary Ridgway ante una pregunta de su esposa sobre este último: “Soso. Solo… soso. Profundamente común y corriente. Nunca dirías que es un asesino en serie”.
De esta manera Jeff Jensen, con la inestimable complicidad de un espléndido Jonathan Case a los lápices, construye un relato aparentemente tan frío como el del film perpetrado por Lommel, pero al contrario que el realizador alemán acierta al centrarse en la figura del policía en lugar de en el criminal, porque su apuesta favorece la identificación del lector con el personaje principal de la obra ante unos actos que no se pueden alcanzar a comprender. De hecho, lo que confiere a este Green River Killer su inusual grandeza es retratar al monstruo como lo que es al menos en apariencia (un hombre profundamente común y corriente) y al hombre que hizo de su persecución y detención un objetivo vital como alguien absolutamente incapaz de entender la monstruosidad del otro. Lo mismo que le sucederá a cualquier lector.
2013. De la mano de Norma Editorial, y con el título de El asesino de Green River (Una historia de detectives real), se publica en España la novela gráfica de Jeff Jensen y Jonathan Case, premiada el año anterior con el prestigioso Premio Esiner en la categoría de “Mejor obra basada en hechos reales”. Por su parte, la película de Ulli Lommel El asesino de Green River se programa regularmente en plataformas digitales, en canales como Buzz. Como señalaba al principio de esta nota, no estaría de más darle una oportunidad a ambas: la película, pese a la ineptitud de Lommel tras las cámaras y si se es capaz de superar su deficiente acabado visual, se deja ver mejor que otros trabajos suyos (sin ir más lejos, la abominable Zodiac Killer realizada aquel mismo año) y no llega a alcanzar los 80 minutos de tortuosa duración; en cuanto al cómic de Jensen y Case, su lectura se me antoja simplemente imprescindible no ya para todo interesado en la historia que cuenta, sino para cualquier lector que quiera estar al tanto de lo que se cuece en el panorama actual de la novela gráfica.
Mientras tanto, Gary Leon Ridgway cumple una sucesión de cadenas perpetuas consecutivas, una por cada uno de los homicidios por los que fue juzgado. El reo conmutó la pena de muerte por esta serie de condenas al confesar todos sus crímenes a la Policía, incluyendo varios de los que en principio no se le acusaba: llegó a mencionar a 71 víctimas mortales, todas ellas mujeres, de las cuales de muchas ni siquiera recordaba sus nombres y cuyos cuerpos nunca se han llegado a encontrar.
El asesino de Green River (Green River Killer, 2005) Director: Ulli Lommel Intérpretes: George Kiseleff, Jaquelyn Aurora, Georgina Donovan, Shannon Leade, Naidra Dawn Thomson, Shawn G. Smith, Martin Lockhurst El asesino de Green River (Una historia de detectives real) Jeff Jensen (guion) & Jonathan Case (dibujo) Norma Editorial
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