Teresa Suárez
“En el silencioso crepúsculo, bajo una hinchada luna de plata, llegué caminando con el viento para ver florecer a los cactus Y unas manos extrañas me hicieron detener, las sombras amenazantes bailaban, caí sobre la maleza espinosa, y noté las manos temblorosas”.
El inicio.
La cabecera es la mejor que he visto en mi vida. Un prodigio estético. Una sucesión de impresionantes imágenes superpuestas que cuentan por sí mismas la historia. Una fotografía inquietante, sórdida, atrayente, acompañada de las voces de Brett y Rennie Sparks, The Handsome Family, que parecen sacados directamente de la serie, autores de “Lejos de cualquier camino”, su inquietante y fantástica banda sonora que puedes escuchar aquí mismo.
La trama.
“No me gusta este lugar, nada crece en la dirección correcta”.
Año 2012, dos detectives interrogan, por separado, a Martin Hart y Rustin Cohle, ambos policías retirados, con motivo de un crimen cometido en la actualidad pero que guarda relación con otros perpetrados en 1995 y que ambos investigaron cuando pertenecían a la División de Investigaciones Criminales de la Policía Estatal de Louisiana.
Los detectives Martin y Rust representan dos formas opuestas de entender el oficio.
El primero, cabreado con el mundo sin saber bien por qué, se deja arrastrar por el lado lúdico y anestesiante del disfrute de los sentidos: mujeres, alcohol y una familia a la que hace desgraciada pero a la que se aferra consciente de que ese vínculo constituye la delgada línea roja que lo mantiene en los límites de la cordura. Su mejor amigo: el alcohol que mitiga los problemas.
Rust, igualmente cabreado, lo está con la existencia misma, cuya validez y necesidad cuestiona una y otra vez. Desengañado de todo y de todos, hace gala de un misticismo que desconcierta y asusta, a partes iguales, a todo aquel que lo conoce. Es un hombre que sufre y bordea la locura precisamente por la pérdida de su hija, su familia, que le proporcionaba la dosis justa de amor para desear seguir viviendo. Su mejor amigo: su inseparable cuaderno de contabilidad, el trabajo, una tabla de salvación.
Martín es putero, agresivo, alcohólico, mal padre y peor marido y un policía no muy tenaz, pero pese a todo, o tal vez por ello, goza de la simpatía de sus superiores y compañeros a quienes sus numerosos defectos tranquilizan porque, al fin y al cabo, los igualan. Rust es otra cosa. Frío, introvertido, asceta convencido, poseedor de una mente analítica y una capacidad de deducción que raya la perfección. Incansable, infatigable, insobornable. Para la sociedad, en general, es más fácil acarrear con los excesos de violencia física a los que tan propenso se muestra Martín, que con la violencia psíquica e incontinencia verbal de Rust cuyas breves y certeras frases, cuando logran comprender su significado, algo que no ocurre siempre, los dejan desarmados y sin argumentos con los que rebatirlas.
El detective Hart nunca quiere pensar demasiado; el detective Cohle no puede dejar de hacerlo. Dos hombres, aparentemente la antítesis, que un buen día convergen en un punto: son auténticos detectives.
El final.
“Creo que no has entendido lo de las estrellas. Tiempo atrás solo había oscuridad. Si me preguntas a mí, la luz gana”.
Tras ver el último capítulo, dos veces seguidas, solo puedo exclamar: “¡Joder!”.
“Mírame con desprecio, verás un idiota. Mírame con admiración, verás a tu señor. Mírame con atención, te verás a ti mismo”Charles Manson, asesino
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