«True Detective III», por Teresa Suárez

Teresa Suárez

“La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”, (Macbeth, Acto V, Escena V).

Año 1980. En una pequeña localidad perteneciente a la región de Los Ozarks (región montañosa situada en el Medio Oeste de los Estados Unidos), dos hermanos, Will y Julie Purcell, piden permiso a su padre Tom para ir a ver el nuevo cachorro de un amigo. El padre accede, advirtiéndoles de que deben volver a casa antes de las cinco, y los chicos salen con sus bicicletas. Tom pierde la noción del tiempo trasteando en el motor de su coche, actividad genuinamente americana, y cuando se da cuenta ha anochecido y sus hijos no han regresado. Inmediatamente denuncia la desaparición.

La policía local pide ayuda a la Policía Estatal de Arkansas y el caso es asignado a los detectives Wayne Hays (Mahershala Ali), afroamericano, y su compañero  Roland West (Stephen Dorff), blanco. La investigación de lo ocurrido con los niños Purcell se prolongará a lo largo de varias décadas afectando, seriamente, a la vida profesional y personal de ambos agentes.

Carreteras infinitas que parecen no llevar a ningún lugar, desolados paisajes, desarraigo, gente derrotada, desencanto, crimen y violencia. Universo Pizzolatto.

Huyendo de la segunda, que tan malas críticas recibió, esta tercera temporada imita a la primera no solo en la ambientación y en su separación en varias líneas temporales, sino en que busca recrear la relación atormentada entre dos policías muy diferentes, en cuanto a métodos y forma de entender la vida, que están condenados a entenderse y trabajar juntos.

Empañada por la sospecha de un racismo latente, la amistad entre el detective Hays y el detective West pasa por numerosos altibajos durante los años que ambos dedican al caso Purcell. Una investigación que hasta en dos ocasiones, en ambas tras un suceso violento que acaba con la vida de una o varias personas, sus jefes se empeñan en cerrar en contra de la opinión de ambos policías.

Por cómo está contada esta tercera temporada exige más esfuerzo al telespectador. Los saltos en el tiempo, numerosos en cada capítulo (la misma persona que peina canas en una escena, en la siguiente tiene diez años menos y en la otra aparece muerta), aturden y complican el seguimiento de la trama.

A mí me irritaban bastante, no voy a negarlo, hasta que, hablando con otro seguidor de la serie, me hizo plantearme una posibilidad que ni se me había pasado por la cabeza. ¿Y si, más allá de la singularidad, ese narrar embarullado tiene otro objetivo? ¿Y si lo que pretende es poner en imágenes el pensamiento errático propio de una persona que padece una enfermedad degenerativa (a la que nunca llega a ponerse nombre) cuyo síntoma principal es la perdida de recuerdos, los vacíos en la memoria?

Si asumes esa posibilidad tu percepción cambia automáticamente y lo que creías defecto pasa a convertirse en originalidad, en un experimento novedoso que, pese al ruido inicial que te ensordece, acaba llevándote a una conclusión argumental bien trazada y planificada.

Como si de un videojuego invertido se tratara, la serie nos obliga a empezar por el nivel más elevado y si consigues pasarlo, empiezas a descender escalones hasta que las capas narrativas convergen en una única línea argumental y, por fin, te hacen totalmente accesible la historia.

Aunque no es la que más me ha gustado, True Detective III tiene buenas interpretaciones, buena fotografía y buena música.

Ustedes deciden.

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