¿Otra vez 1952?
¿Me persigue ese año? No hace mucho tuve entre manos la novela Don de lenguas, de Rosa Ribas y Sabine Hofmann, que también se desarrollaba en España en esa fecha.
¿Por qué ese año?, me pregunto. ¿Sucedió entonces algo que se me escapa y que lo hace particularmente interesante desde el punto de vista literario? Pues quizás no. Quizás sea suficiente que, más de una década después del fin de la guerra, la represión franquista estaba en su apogeo, existía la pena de muerte, a garrote vil, ni más ni menos. En la Sierra Morena profunda mandaban, como en todas partes, los caciques y había hambre y mucha pobreza. Los hombres trabajaban de sustanciero, piconero, calero, arriero, jifero o estañador, bebían demasiado y la violencia estaba siempre presente, cotidiana, casera.
Y, sin embargo, pesar de tanta oscuridad, de todo lo duro y lo amargo, el ambiente del relato es acogedor porque se adorna con comparaciones vistosas y coloridas, al estilo de los clásicos norteamericanos, incluso con arrebatos poéticos, con la lluvia como telón de fondo recurrente de los escenarios criminales y, sobre todo, con ese humor negro tan típico español: los guardias civiles se pasan la novela con una carroña a cuestas, una mano cortada, muerta, cadáver, envuelta en un pañuelo, que pasa de bolsillo en bolsillo, se queda olvidada sobre los muebles, los niños la cogen y juegan con ella a perseguirse y asustarse.
¿Otra vez Holmes y Watson?
Pues sí, porque Holmes y Watson no se acaban nunca, se metamorfosean y se metamorfosearán hasta el infinito, si es que no son ellos mismos una metamorfosis de Quijote y Sancho.
He aquí pues, otra vez, al sargento Carmelo Holmes Domínguez y al guardia Benito Watson Viedma. Domínguez es intuitivo y supersticioso; cree en las premoniciones y en el refranero español. Sus métodos de trabajo son singulares, porque sus ojos de gato loco, uno negro y otro azul, ven lo que nadie más puede ver. Es extravagante y huraño y posee las justas dosis de indolencia y sarcasmo para soportar su época. A falta de otros aditamentos químicos, suele masticar ramitas de yerbabuena e hinojo.
Benito Viedma, en cambio, es racional e ilustrado, de buena familia, estudiado, leído, aficionado a las novelas de crímenes, apasionado de Conan Doyle, Christie y Simenon. Idealista perdido, sueña con ser escritor y cree en el poder redentor de la cultura: el fin de la ignorancia traerá la salvación al mundo.
¿Otra vez Vigata?
El caso de la mano perdida se desarrolla en la localidad de San Honorata, e inevitablemente esa terminación en –ta y ese territorio a la vez imaginado y localizado nos hacen pensar en el microcosmos surrealista y ensimismado del comisario Montalbano, con su simpleza socarrona o socarronería simple, en su puesto de policía solo con hombres a cual más chusco y peculiar.
Pero no solo nos hace pensar en la Vigata literaria, sino también en la televisiva, por esa forma rápida, acelerada, de sucederse y encadenarse los capítulos y las escenas, de manera que alguien hace una pregunta en un lugar y un momento determinados y alguien la contesta en otro lugar, otro momento y otro capítulo.
También trae ecos televisivos la forma de hablar de los personajes, tan alejada a veces de la España de 1952 y más cercana al sociolecto del doblaje de las series americanas. Así, los guardias, tras cualquier percance, se preguntan unos a otros “¿Estás bien? ¿Va todo bien?”, dicen “querida” al dirigirse a sus esposas y exclaman “¡Bingo!” cuando encuentran algo que buscaban con ahínco. Además, los disparos suenan “¡Bang!”, como en los tebeos yanquis.
Por no hablar de esa escena de “CSI Jaén”, con un muerto descuartizado, descompuesto y recompuesto sobre la mesa de una morgue de pueblo, ante el cual el médico suelta tecnicismos como “excoriación, contusión, fractura del piso posterior del cráneo”, en vez de referirse simplemente a cardenales y heridas.
¿Otra vez una saga de guardias civiles?
Pues sí. Y bienvenida sea. Tras los ya clásicos Bevilacqua y Chamorro, sumados a una completita lista de polis hispanos de todos los cuerpos y fuerzas de seguridad, nacionales y autonómicos, damos la bienvenida a Carmelo Domínguez y sus hombres y a sus próximas aventuras, que encontrarás en el blog La mirada azul y negra.
Además de una saga literaria, me voy a poner premonitoria, como Domínguez, y voy a ver en el futuro una simpática peli o una buena serie de televisión, con mucho humor y muy negra. O sea, de las que nos gustan.
El caso de la mano perdidaFernando Roye
Sinerrata
La tengo en lista y creo que me acabas de confirmar el acierto en la elección. Yo también estoy ahora con la guardia civil, otra saga, a seguir, espero, la del cabo Souto Holmes (este también es un Holmes metarfoseado).
Saludos!
Hola. Pues yo tengo pendiente a Souto Holmes, hallazgo antroponímico donde los haya. Hablaremos.
La apunto. El ambiente de Don de Lenguas de Rosa Ribas me privó, pero es más rural y caciquil el escenario de El gran frio de la misma autora, pero como no he leído éste no te sabría decir cuales escenarios y tiempos coinciden más con la obra de Ribas. https://todonegro.wordpress.com/2014/11/04/el-gran-frio-rosa-ribas-2014/
Un saludo.
Hola. Te digo casi lo mismo de antes: que también tengo pendiente de ller «El gran frío». Nunca llegaremos a leerlo todo, ¿verdad?
24 horas al día no serían suficientes. La lista es interminable y no para de crecer, y algunos van quedándose únicamente en la lista. Una lástima.
Es una lástima, pero no queda otra que reisgnarse: nunca leeremos todos los libros ni veremos todas las pleis ni escucharemos toda la música. Por eso hay que seleccionar.
Pues si no la lees es una verdadera lástima
Hola, Interrobang. Si te refieres a «El gran frío», tranquilo, que la leeré.
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