Se conoce como “seis grados de separación” a la hipótesis que intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces), algo que se ve representado en la popular frase «el mundo es un pañuelo». Fuente: Wikipedia.
Seis grados que, desde que proliferan por doquier redes sociales de diverso pelaje, creo que han quedado reducidos a no más de cuatro.
Cuatro grados que, en determinadas circunstancias o ambientes, podemos fijar, sin temor a equivocarnos, en tan solo dos.
Circunstancias o ambientes como los que Jordi Ledesma retrata en su segunda novela, El diablo en cada esquina. Un retrato con poco color, más bien en blanco y negro, más bien en negro muy oscuro, que tiene como protagonistas a cuatro individuos aparentemente inconexos pero con un importante vínculo que los une trágicamente: la maldad y la ambición, ya sean innatas o sobrevenidas.
Innatas en Jorge Solís, policía corrupto hasta las cachas que ve como sus mordidas aumentan conforme va ascendiendo en el escalafón policial. O en Santiago, una auténtica máquina de matar, un born to kill que vio en la violencia pagada un buen modo de vivir, su única opción de ganarse el pan en realidad.
Sobrevenidas, impelida por la necesidad de sobrevivir a determinadas situaciones en Esteban, hijo tardío y consentido, llegado a una familia de carpinteros venidos a más y con dos hermanos mayores en condición de légitimos herederos del negocio, lo que le deja en una posición cómoda de bon vivant, al menos cómoda hasta que las deudas adquiridas comiencen a exceder sus posibilidades de pago. O en Dulce, prostituta colombiana, Humberta de nacimiento y engañada de cría por vecino y hermano, obligada a emigrar a Barcelona con la sana intención de comenzar una nueva vida.
Por encima de ellos, el capo argentino que maneja los hilos -o parte de ellos, que en este cruel negociado siempre hay alguien por encima de quien se considera en la cúspide-, el tipo sin escrúpulos -poco aconsejables en el mundo en que se mueven todos estos personajes- que regala la vida y la muerte con un simple movimiento de su pulgar.
Con todos estos elementos compone Ledesma una novela brutal, violenta, exenta de la menor floritura estilística, de descripciones innecesarias porque los personajes describen los ambientes con su solo transitar por ellos. Frases cortas como latigazos, excelentes líneas de diálogo para dar como resultado una novela contundente que, estoy seguro de ello, habría firmado con sumo placer un maestro como lo fue Pérez Merinero.
El diablo en cada esquinaJordi Ledesma
Alrevés
Pingback: Bussejant entre llibres: 7 recomanacions per Sant Jordi de la mà de 7 revistes literàries | el gargot
Pingback: Reseña: “Lo que nos queda de la muerte”, de Jordi Ledesma | Revista Calibre .38