«Oración sangrienta en Vallekas», de Alejandro M. Gallo, por Enrique Bienzobas

Enrique Bienzobas

A Agbonavbare,
portero del Rayo y
luchador por la igualdad
de las personas.

 

Somos del Puente Vallecas,
no nos metemos con nadie,
quien se meta con nosotros.
¡Aúpa!
Nos cagamos en su padre.

 

oracic3b3n-sangrienta-en-vallekasNi Egas ni Kas, Vallekas

Escribo bajo los efectos de la impresión causada por la lectura, terminada hace unos instantes, de la Oración…

Oración sangrienta en Vallekas es de esas historias que a cualquier lector de historias le gusta que le escriban, que le cuenten, que le hagan vivirlas. Como aquellas que, de jóvenes, nos trasladaban al Lejano Oeste de la mano de Marcial Lafuente Estefanía o de Zane Grey y en las que, en medio de la tensión provocada por su lectura (la lucha entre los “buenos” y los “malos”), uno intuía, como así ocurría al final, que el chico mataba o, en su defecto, encarcelaba, a los malos y se casaba con la chica. Recuerdo que era casi insoportable para mi mantener la tensión de forma continuada y, para no hacer trampa y leer las últimas páginas, cerraba la novela y comenzaba una nueva lectura, generalmente era un tebeo o repasaba alguna otra lectura dejada entre los libros de texto, esos que detestábamos y que nos costaba abrir. Yo, desde luego, los abría muy poco.

En esa fiebre me he visto de nuevo gratamente envuelto. No he parado, salvo para comer, dormir y alguna que otra cosa más, desde que empecé su lectura hasta ahora que la he terminado. Bueno, si que la he interrumpido en alguna ocasión debido a algún auto-compromiso que adquiero por que sí.

He vivido treinta años en Vallecas (la “k” empezó a sustituir a la “c” poco antes de empezar aquello que se ha llamado eufemísticamente “transición”), además he trabajado veintiocho años en Vallecas. Conozco Vallekas. Y entiendo perfectamente a Ramalho cuando dice, a través del narrador, aquello de que necesitaba el lazo con el barrio, con sus amigos, para sentir a dónde pertenecía. El barrio crea una serie de fidelidades que no las puede fabricar ninguna institución del orden que sea. Barrio significa juegos, peleas, amistad, solidaridad, guateques, amores… Barrio significa pertenecer a un grupo social, el tuyo. Eso sí, no debemos engañarnos: un día encontré una pintada en el barrio de Tetuán, Madrid. Decía “¡Barrio o muerte!”. Eso ya no es barrio, eso es integrismo sociológico, cuando la personalidad queda absorbida, no subsumida, por otra instancia que uno no ha contribuido a crear. El barrio existe antes de uno, pero uno lo va construyendo en unión de los suyos, mientras se va haciendo a sí mismo, y el barrio, después de uno, ya no es el mismo. Eso es el barrio. Eso es para mi Vallekas.

Ramalho casi llega a sentir lo mismo. Pero cuando lo lee un vallekano siente que le falta un toque. Lo mismo le faltaba a Ramón Fortuna (Elvira Lindo: El otro barrio, 1998). En cambio, ante un cuadro de Benjamín Palencia de la época de la Escuela de Vallecas -pongamos Niños de Vallecas, entre surrealista e influencias de El Greco- uno siente que están cerca las reflexiones de Miguel Hernández cuando decía aquello de “La vida de los hombres suele ser retorcida como las raíces de los tomillos, pero hay muy pocos que al final de esa lucha huelan tan profunda y limpiamente como éste…” (reflexiones leídas por Alberto Sánchez Pérez, escultor fundador, junto con Palencia, de la primera Escuela de Vallecas, Palabras de un escultor, Valencia, 1975). Con todo, Ramalho, el justiciero, siente Vallekas, al menos como ideal. Pero creo que el alma de Vallekas la lleva consigo el Coronel, hecha en la Avenida de la Albufera, en el Vancouver (¡qué raro que no salga el Hebe, ese lugar emblemático de Vallekas desde 1984!), en el Bulevar, en el campo del Rayo junto a los Bukaneros, con el portero antirracista Wilfred Agbonavbare, en San Carlos Borromeo…, y, ¿por qué no? en el Valle de Arán. Sí, el alma de Vallekas traspasa fronteras porque los vallekanos no las sentimos, ni queremos reconocerlas, por muchas asambleas que allí nos hayan instalado. Al menos para algunos vallekanos.

Me alegra leer que la Iglesia actúa como una verdadera organización mafiosa, aunque más fuerte la calificó Jesús Reyero y que luego, ante la denuncia del Obispado de Toledo, el juzgado de instrucción nº 2 la sobreseyó afirmando que hablar de la Iglesia como organización criminal no es delito. Y me alegra que alguien se atreva a afirmarlo con el nuevo Papa, aureolado por todos los de esa “izquierda” que no sabe ni a donde va, y que parece no puede con la curia vaticana, con La Entidad, como afirma el Coronel. Y a lo que Ramalho grita bien fuerte: en este mundo he visto hambre y miseria, muerte y desolación, guerras y niños que pedían un trozo de pan, niñas que se prostituían por un kilo de patatas. A su lado, opulentos señores con un crucifijo por bandera que firmaban arbitrarias sentencias de muerte para luego ir a orar. Y nunca vi a Dios al lado de los desfavorecidos. Sin duda nos recuerda a la canción de Atahualpa Yupanqui, Preguntintas sobre Dios, “Un día pregunté yo: ¿abuelo, dónde está Dios?…” Y nos recuerda a Ernesto Cardenal y la Teología de la Liberación y a los curas guerrilleros, nunca a los obispos bendiciendo tanques y armas de destrucción masiva. Eso sí, nunca podremos ver a Dios porque no no se puede ver una entidad inexistente, creada por aquellos mandamases para sojuzgar a los débiles.

Ese es el tema de la Oración… que reza Ramalho: la defensa de los pobres frente al Vaticano (con Papa “progre” o reaccionario), frente a la mafia, frente a los que no dudan en asesinar para defender sus intereses, o sea, la existencia de los pobres. Como le dice Luci: siempre al lado de los pobres.

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Alejandro M. Gallo. Foto: BiblioAsturias

No he leído Morir bajo dos banderas. Y no la he leído porque no me apetece morir bajo ninguna bandera, excepto la negra. Y la negra, tengo entendido, no figuraba entre esas dos banderas. Para mi no existen las banderas, el trapo negro (con tibias y calaveras o sin calaveras y tibias) es el único trapo con el que uno se puede vestir, el único que puede representar a la humanidad. Lo demás es una patraña, un embuste, un cometarros capitalista. Con todo sigo a Alejandro desde casi el principio, desde aquellos tiempos cuando Leroux fue asesinado en Madrid. Desde antes de que el Club de Lectura de Novela Negra de Seco empezara a leer sus novelas. Por cierto, dicho Club pertenece al barrio de las Adelfas, distrito de Retiro, no a Vallecas, nunca ha estado enclavado en Vallecas. Es más, en una ocasión quise extender sus conversaciones a un bar situado en la calle de los robles, continuación del Bulevar, pero solo hubo un intento al que acudí yo solo. Nadie más quiso cruzar el Arroyo del Abronigal, llamado, eufemísticamente, M-30. Y en eso quedó el intento. Al poco fue lo del bosque de Katyn. Y todo se complicó. Sí he leído las historias de Ramalho. ¡Ah, Ramalho el justiciero! Se sitúen en Vallekas o en Asturias, o en León, o en Nueva Numancia.

Varios problemas sacuden Vallekas. Un tal Cero, que se dedica a liquidar a altos ejecutivos financieros imputados en algún caso de corrupción, cuando la “justicia” solo carga contra los pobres, el justiciero anónimo carga contra los poderosos. Un degenerado que secuestra menores para uso privado. La muerte del Padre Brawn, homenaje a Chesterton, aunque nada tenía que ver con la Teología de la Liberación, son cosas de el Coronel. En medio de todo ello un tal Kike, el okupa, también llamado el Apóstata, adjetivo que a mi me gusta más: el Flecha, Marie, el Poeta, Luci, Paula, y las calles, plazas, bulevares, gentes, bares, ateneos… de Vallekas. Frente a ellos un magnate de los negocios de comunicación, un magnate de los negocios del alma, el Vaticano; unos sicarios de dichos magnates; taxistas, gitanos que no lo son tanto… Todo un mundo, un universo encerrado entre Vallekas, Astorga/El Vaticano y El Escorial.

Una historia de héroes que, cuando la justicia sucumbe al capitalismo, deciden actuar por su cuenta. En Ramalho-el Coronel está encerrado El Guerrero del Antifaz, Corto Maltés, Dick Tracy, Mafalda, V de Vendetta… Y el lector suspira cada vez que pasa una nueva página. La tensión no disminuye desde la primera hasta la última. Y eso que poco a poco se van suministrando pistas. Y mientras el barrio surge tras la resaca, la lluvia, la noche… Y Cero, cual Vendetta, actúa en nombre de los pobres; y el lector se sumerge en la vida que circula a su alrededor.

Una historia épica de gentes normales, de alegorías de la vida misma. El Cid, Roldán, don Quijote, Sancho, Holmes, Marlowe, el Agente de la Continental, Falstaff… Todos se dan cita en Vallekas, en las afueras del Universo. Mi barrio.

Tal vez el título es lo que menos me ha gustado.

 

Oración sangrienta en Vallekas
Alejandro M. Gallo
Reino de Cordelia
 

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