Teresa Suárez
Si viviera en la actualidad puede que Jack The Ripper, uno de los asesinos seriales más famosos de la historia, envalentonado por sus hazañas (después de tantas muertes e hipótesis sobre el salvajismo de los crímenes, su identidad continua siendo un misterio) y animado por la facilidad en el transporte decidiera ampliar horizontes convirtiendo en su zona de confort (aquella cercana al domicilio o lugar de trabajo del criminal, donde éste suele actuar porque le resulta familiar, le ofrece seguridad y nada más cometer el delito puede esconderse tranquilamente) a toda Europa.
Tanto si fuese un médico perteneciente a la clase alta, según se sospechó en su día, que viaja en Business con British Airways, como si se tratase de un carnicero o matarife de más baja extracción social que viaja con la aerolínea británica de bajo coste EasyJet, en lo referente a su equipaje de mano tendría más problemas por las dimensiones del frasco de champú o gomina que por el trofeo (algo perteneciente a la víctima que puede ir desde una foto, joya o prenda de ropa hasta alguna parte de su cuerpo) que su condición de asesino en serie no le impediría declarar pero sí abandonar (es lo que le permite rememorar el crimen y volver a experimentar la satisfacción sexual que el mismo comporta) y que en su caso, dada su especialización criminológica, esa que le proporciono nombre y notoriedad (Mary Ann Nichols, la primera, fue encontrada en la madrugada del viernes 31 de agosto de 1888 en Whitechapel, presentaba dos cortes en la garganta, y su abdomen estaba parcialmente desgarrado por una herida en forma irregular hecha con algún cuchillo), no sería otro que las tripas del cadáver.
¿No me creen? Pues pregunten a los funcionarios del aeropuerto de Graz (Austria) que hace unos días detuvieron a una mujer marroquí que transportaba las entrañas de su esposo en una maleta. Según el periódico local Kleine Zeitung, los intestinos aparecieron envueltos cuidadosamente en dos bolsas de plástico.
Durante el interrogatorio, la mujer relató a los agentes que sospechaba que su marido, muerto durante una operación en Marruecos, había sido envenenado por lo que quería que le realizaran un examen toxicológico a los órganos de su esposo. Hasta el lugar se desplazó un medico quien, ante la ausencia del resto del cuerpo del finado, señaló la imposibilidad de realizar una investigación concluyente.
El asunto terminó con los intestinos del husband almacenados para futuras investigaciones forenses y la pasajera en libertad porque, según afirmó la policía, no había violado ninguna ley.
¿Y ya está? Pues yo tengo un montón de preguntas:
¿Cómo consiguió las tripas?
¿Se las dio el médico forense que practicó la autopsia o se las extrajo ella directamente?
¿Qué hizo con el resto del cuerpo?
Si tenemos en cuenta que el diagnostico fue fallecimiento por obstrucción intestinal (que puede ser completa o parcial y ocurre cuando la comida o las heces no pueden salir del intestino) ya ni me quiero plantear quién y cómo las envolvió y si antes las limpiaron.
¡Buff!
Por cierto ¿se han dado cuenta de la cantidad de expresiones y frases hechas que contienen la palabra tripas? Veamos: «echar las tripas», vomitar a lo bruto; «hacer de tripas corazón», disimular el miedo o sobreponerse a las adversidades; «revolver las tripas», producir asco; «qué tripa se te ha roto», que quieres ahora; «tener malas tripas», ser cruel o sanguinario…
Como este año se celebra el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, quiero terminar hablándoles de un suculento manjar manchego, una de las estrellas de la cocina tradicional de la gastronomía de la provincia de Cuenca que probablemente saboreó Don Quijote en su periplo por La Mancha y que, como no, también tiene que ver con las tripas (aunque no humanas en este caso): los zarajos (en Madrid se conocen como gallinejas).
El ingrediente principal de esta delicia son tripas de cordero que se van enrollando en ramas de sarmiento. La carne tiene que estar perfectamente limpia y para que el plato sea de lo más sabroso, es recomendable que las tripas sean de cordero lechal:
Se dice que los conquenses
ponen arte y desparpajo
no solo en hacer zarajos,
si no al comérselos luego,
porque tripas abrazadas
al cuerpo de unos sarmientos
si no supieras comerlos
con habilidad y tiento,
en vez de comer zarajos
morderás solo el sarmiento.
De la receta eres dueño,
tienes talento de sobra,
así pues, no te quite el sueño
poner manos a la obra.
¡Desde aquí animo a todos a que los prueben!
No sé por qué será, pero tengo la sensación de que esta entrada me ha quedado una miaja friki y pelín gore.
Delicia gastronómica los zarajos conquenses!!!
Sí que lo son!
Por cierto hay un error, en Madrid a los zarajos se les llama zarajos y las gallinejas, que es otra cosa, gallinejas. Las gallinejas son parte del intestino del cordero pero no se enrollan entre dos sarmientos. Además la elaboración de ambos productos no puede ser más distante. Los zarajos se suelen hacer a la sartén, a la parrilla, a cualquier cosa que ofrezca calor mientras que las gallinejas se hacen sobre buena cantidad de aceite. Por cierto para probarlas y ver la diferencia hay sitios en Madrid donde se pueden degustar durante todo el año, recomiendo un sitio en la Glorieta de Embajadores llamado como no, «Las gallinejas», si no se encuentra guiénse por el olor.
Pues eso, tripas por allí, tripas por allá…No obstante, gracias por la aclaración.