Televisión: «Narcos»

pablo

Teresa Suárez

Sebastián Marroquín, nombre adoptado por el hijo mayor de Pablo Escobar (cuando se enteró por una periodista de la muerte de su padre juró para todo el país, en vivo y en directo, vengar su muerte: “Voy a matar a todos esos hijos de puta (pronúnciese higoepuutá). Yo solo los mato”, palabras que, según asegura, le costaron a él, a su madre y a su hermana el exilio en Argentina y tener que cambiarse de nombre), en una reciente entrevista criticó fuertemente Narcos por imprecisa, tergiversar la verdad, ofrecer una imagen de su madre que no es cierta y achacar a su padre crímenes que nunca cometió.

Para tratarse de una serie que rezuma muerte hasta en los títulos de crédito, el capítulo cuarto de la segunda temporada consigue dejarte paralizado. Las muertes de un informante, apenas un niño, la de uno de los hombres de confianza del jefe del Cartel de Medellín y la de un militar, a cual más salvaje y violenta, deja patente, por si a alguien le quedaba alguna duda, que cuando entras en el mundo del narcotráfico jamás lo abandonas salvo que sea con los pies por delante.

Dos temporadas (la primera centrada en el ascenso del capo colombiano y la segunda una crónica, escrita en rojo sangre, de su caída) en las que Pablo Escobar, también conocido como el Patrón del Mal, y sus acólitos, el Coronel Carrillo como Jefe del Bloque de Búsqueda, los agentes de la DEA Javier Peña y Steve Murphy, que ayudaron a derribar a Escobar en la vida real (ambos han trabajado como consultores en la serie) y los muertos que se cuentan por docenas en cada capítulo, nos han introducido de lleno en las calles de Medellín para darnos a conocer los entresijos de un comercio cruento, el del tráfico del polvo blanco, que diferentes manifestaciones culturales, como los narcocorridos, han contribuido a embellecer y mitificar.

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¿Será por los kilos y kilos de cocaína? ¿Será por el recurso sistemático a la violencia hasta convertirla en una forma de vida? ¿Será por la permanente exposición a esa codicia que nunca se ve satisfecha aunque los dólares te salgan por las orejas? ¿Será por la desfachatez con que los protagonistas (sean delincuentes, policías o políticos) califican de daño colateral el sacrificio de inocentes, el pueblo llano, como un mal menor en aras de un bien mayor que no suele ser otro que su propio beneficio y supervivencia? ¿O será por el empeño de todos ellos en aferrarse a su familia como forma de mantenerse anclados a la cordura? No sé cuál es la causa, pero les aseguro que Narcos, narrada en primera persona por la pastosa voz (¡me encanta su doblaje!) del agente Murphy, otro héroe más con pies de barro, es un espectáculo tremendamente adictivo.

Por su fantástica banda sonora (presidida por la canción Tuyo de Rodrigo Amarante), su muy cuidada ambientación, espectacular fotografía, curioso vocabulario (malparido, gonorrea, huevon, sapo, poner a chupar gladiolo) y porque cuenta una historia conocida de una manera original y entretenida, Narcos es una serie que todo adicto a lo negro y criminal debería ver.

“Pase lo que pase, asegúrate de seguir siendo tu mismo cuando todo esto acabe”, le pide su mujer al agente Murphy….

¡Difícil encargo!

 

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