Reseña: «Falcó», de Arturo Pérez-Reverte

Teresa Suárez

Esta es una reseña que no empieza con la novela de la que habla, sino mucho antes…

Solía comprar El País los domingos. Periódico aparte, el suplemento dominical me atraía como la miel a las moscas. El colorido de sus páginas, las cartas de los lectores, los maravillosos reportajes y los columnistas encabezados por Maruja Torres y su sección de opinión Perdonen que no me levante, mi favorita, desde la cual lo mismo me trasladaba al maravilloso Hollywood y los grandes divos y divas del cine, que me hacía partirme de risa con esa facilidad tan suya para encontrar epítetos incuestionables a personajes públicos de todo pelaje, especialmente del mundo de la política que siempre te lo ponen fácil, y narrar episodios cotidianos con esa brutal sinceridad que entre la hipocresía imperante en este nuestro país siempre es de agradecer.

Eran otros tiempos. Ella fue despedida, El País no es lo que era y yo, aunque aún suelo hojearlo en Internet, hace tiempo que dejé de comprarlo.

Pero siempre recordaré dos cosas. La primera, aquel apartado denominado Léxico-Séxico, una particular academia de la lengua que se publicaba los viernes, en el que un lector proponía una palabra (mezcla de un término corriente y otro de carácter sexual) y el resto, de una semana para otra, enviaba definiciones para dicho vocablo. Participe varias veces porque me parecía una forma graciosa y original de poner a prueba el ingenio de los lectores. Mi definición de PENELIZACIÓN (para otros un castigo largo y duro, gatillazo o castigo al pene por capullo), nueve meses fuera de juego por la primera falta, me permitió convertirme en la mejor de la semana. ¡Cuánta ilusión me hizo! La segunda, las fotografías de dos personas que despertaron en mí emociones parecidas: Carlos Castilla del Pino y Arturo Pérez Reverte.

Arturo Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte

En una entrevista, publicada en El País Semanal en septiembre de 2002, Arcadi Espada pregunta (en relación a la muerte de varios de sus hijos) al célebre neurólogo y psiquiatra: “¿Cómo soportó eso? Da la sensación de que usted, ante el máximo dolor de su vida, se hubiera puesto una…” Sin dejarle terminar la pregunta, Castilla del Pino respondió: “No. No ha sido el máximo dolor de mi vida, ya que estamos hablando con claridad [Se lo repito ha sido otra forma de gran dolor] Usted habla de dolor… Pero si yo le digo que determinados fracaso me han afectado más… Es decir, a mi me ha afectado más, mucho más en mi vida, el no haber obtenido la cátedra de psiquiatría en el año 1960, que la circunstancia de la muerte del hijo”. La valentía o temeridad de la que hizo gala para expresar en voz alta esos sentimientos, tan contrarios a la sagrada y única idea de familia enarbolada por la conservadora sociedad española, me sobrecogió.

Pero fueron sus ojos, al igual que me ocurrió con Pérez Reverte, lo que más me impactó. Ambos, cargados con una tristeza pesada y profunda, miraban desde un lugar de acceso reservado: una lucidez descarnada que la mayoría no podríamos soportar. Parecía que los dos, uno desde el estudio y la práctica clínica y el otro desde su labor como reportero de guerra a lo largo de 21 años, habían llegado al mismo punto: un fatalismo sobre la naturaleza de la condición humana que producía unas irrefrenables ganas de llorar.

Aquello me llevó a leer Pretérito Imperfecto y Casa del Olivo, los dos libros de memorias de Castilla del Pino, y a sumergirme en la obra de Pérez Reverte. Castilla del Pino fue lo que esperaba, incluso mucho más. Su ensayo Teoría de los sentimientos, de momento fuera de mi alcance, reposa sobre la estantería a la espera de una capacidad de comprensión y análisis que tal vez nunca llegue a adquirir. Arturo, sin embargo, me defraudó. En la crítica que escribí sobre la obra de teatro El pintor de batallas, basada en la novela del mismo título y dirigida por Antonio Álamo, lo explicaba así: “Con la obra de teatro me ha ocurrido exactamente lo mismo que con la novela: me ha dejado completamente fría. ¿Esto es malo? Cuando lo que estás contando son las atrocidades de las que es capaz el ser humano desprovisto de un sistema de reglas que sujete su condición de monstruo por naturaleza, y tratando de plantear dilemas morales que hagan tambalear tu conciencia, entiendo que sí, que esa ausencia de emoción es mala, es muy mala”.

Aunque no fuera consciente de ello (y si lo hubiera sido probablemente le habría importado un carajo), por esa decepción Arturo me debía una.

Y cuando ya había perdido toda esperanza de cobrar mi deuda, llegó él…

caratula-falcoFalcó.

“La mujer que iba a morir hablaba desde hacía diez minutos en el vagón de primera clase”. ¡Contundente comienzo!

Durante el otoño de 1936, Lorenzo Falcó, agente del Grupo Lucero, operaciones especiales, del Servicio Nacional de Información y Operaciones (SNIO), debe llegar hasta Alicante, zona roja, para llevar a cabo una misión que puede cambiar el curso de la historia en España.

La atmosfera derrotista, un antihéroe como protagonista, la borrosa frontera entre buenos y malos, mujeres fatales que solo ejercen como tales de puertas a dentro y una sociedad convulsa que, entre la lucha cuerpo a cuerpo y la delación, camina hacia la destrucción del orden social conocido… ¿Género? Bélico, de aventuras o de espionaje, como prefieran, pero se encuadre en el que se encuadre, deberá llevar bien visible una merecedora etiqueta negra.

Una novela reposada en barrica de roble, con un toque distintivo y personal, cuyo complejo sabor (dulce en ocasiones, ácido en otras y la mayoría amargo) hará las delicias de los amantes de lo criminal. Desde la primera página, Falcó desprende aroma a clásico.

Este agente patrio de treinta y siete años, rostro anguloso y pícara sonrisa, que huele a Varón Dandy, viste smoking cuando la ocasión lo requiere y, en cumplimiento de su labor de borrador de objetos, hechos y personas, recorre el mundo desde los lugares más infernales a los más elegantes, recuerda mucho a 007 el espía más famoso al servicio de Su Graciosa Majestad, y al igual que James enamora. Los dos gozan de gran éxito entre las mujeres e incluso beben lo mismo, vodka y martini, solo que Bond lo toma agitado no mezclado y Falcó lo prefiere con un chorro de vermut y unas gotas de naranja, aunque “desde el Alzamiento Nacional, por razones patrióticas o simple prudencia, el orujo gallego sustituye al vodka como ingrediente” (¡que no se diga coño!).

Uniformes, correajes, pistolas al cinto, conspiraciones, mentiras, traiciones, sexo como forma de aferrarte a la vida cuando la muerte te rodea, y sangre. Sangre que “resultaba pegajosa y se adhería a los dedos y a la memoria (…) No era fácil internarse en el crimen (…) había que ser de una pasta adecuada. Aunque era mucho lo que podía lograrse con motivaciones, hábito y paciencia, no todos los seres humanos nacían asesinos”.

Falcó, puro entretenimiento, también es, en su cara oculta, un Cuento de guerra. Bajo la apariencia de espía descreído al servicio de sí mismo (ni Dios, ni Patria ni Rey, solo una vida para vivirla de la mejor manera posible), Falcó (Reverte) es el fantasma de las guerras pasadas, presentes y futuras, que se cuela en nuestro hogares y nuestras apacibles vidas para mostrarnos como la barbarie, la crueldad y la sinrazón son comunes a todos los conflictos bélicos, los hermanan.

Nos obliga a mirar de frente a la guerra y a sus protagonistas: los que ordenan matar, los que matan, los que denuncian, los que huyen, los que callan y las víctimas inocentes.

¡Llanto por toda una generación perdida!

Arturo, estamos en paz.

 

Falcó

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Alfaguara

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4 comentarios en “Reseña: «Falcó», de Arturo Pérez-Reverte

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  3. Lo que más me fastidia de la Literatura y el Cine sobre la Guerra Civil es la equidistancia. Que si todos fueron iguales y tal y cual Pascual. Pues no, lo siento. Como lector de Hugh Thomas (historiador del tema y no cuentista, como otros) las cosas no fueron así. Y sigo fastidiándome, ¿dónde puedo encontrar una novela que refleje con ese mismo realismo aquella catástrofe? ¿En las mesas de novedades del Corte Inglés o por ahí, junto a novelas como «Falcó» que es más de lo mismo? Pues no. Tengo que encontrarla en Amazon. ¡Gracias Jeff Bezos por distribuir lo que en España está todavía prohibido! Os invito a leer https://www.amazon.com/Tercera-Republica-Spanish-Eduardo-Alvar/dp/1535381116/ref=sr_1_2?s=books&ie=UTF8&qid=1469639728&sr=1-2&keywords=La+Tercera+Rep%C3%BAblica y luego hablamos de autores consagrados como el papá de «Falcó» y otras flores

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