La semana de James Sallis: “¡Joder, si no es negro!”

Jokin Ibáñez

“¡Joder, si no es negro!”, exclamé cuando lo vi por vez primera. Era en una Semana Negra de Gijón, quizá en 2008, y tenía delante a uno de los autores que más había leído en aquel tiempo.

Por aquella época se publicaban, y yo las leía, un par de series de forma paralela: la de Easy Rawlins de Walter Mosley, por un lado, y la de Lew Griffin de James Sallis, por el otro. Como ambos protagonistas eran negros y también lo es Mosley, entendí que Sallis también lo era. A ello ayudaba la mala calidad de las fotografías de las solapas de sus libros, que por entonces publicaba Poliedro, y la también mala calidad de su propia página web. Las fotos eran oscuras y me llevaron a creer que también era oscura la piel de nuestro autor, a pesar de lo afilado de su nariz.

Si a eso se añadía que estudió en New Orleans, había pasado su niñez junto al río Mississippi y era oriundo de Arkansas, tenía todos los billetes en el sorteo.

Pero la realidad es otra. Y no me importa.

No sé ni cómo ni cuándo cayó en mis manos la primera novela de Sallis, El tejedor (The Long-Legged Fly. 1992), pero lo que sí tuve claro, desde el principio, fue que era un gran escritor negro (desde el punto de vista de género, del género negro, of course).

Quedó claro, también, desde ese mismo momento, que no es un autor fácil, que es un autor que exige y necesita, por parte del lector, atención a lo narrado, atención a todo lo que cuenta, que lo que explica en un momento determinado debe comprenderse en otro delimitado muchos años más tarde en el transcurso de la novela. Vamos, que no se va por las ramas en ningún momento. Si podemos decir que Alfred Hitchcock no filmó nunca una secuencia de más, también podremos decir que James Sallis tampoco escribió una palabra de más.

El primer personaje que conocimos, Lew Griffin, es negro, es detective y llegará a ser, en su devenir novelístico, profesor de universidad y escritor a su vez. Casi toda su historia se publicó en castellano por aquella época (entre los años 2004 y 2008 aproximadamente). Faltó por traducirse la sexta novela de la serie y, como ocurre tantas veces, nos quedamos huérfanos de Griffin (aquí, el lector inteligente puede sustituir el apellido Griffin por el de su personaje favorito).

Las historias de este hombre negro (que, como dijo Juan Carlos Galindo hace unos años, es negro en un tiempo y en un lugar en el que serlo no era precisamente la mejor opción en los Estados Unidos de América) son dramas en búsqueda de una verdad que aclare, o intente aclarar, lo que es la justicia. Son historias oscuras, tristes, de tipos solitarios, alcohólicos, redimidos por su amor a la escritura, a la literatura.

Enlaza este escenario con otros grandes del género negro, admirados por James Sallis, como son Chester Himes, David Goodis y Jim Thompson, a los que dedicó en 1993 un ensayo, Difficult Lives: Jim Thompson-David Goodis-Chester Himes, traducido aquí como Vidas difíciles. Incluso dedicó un estudio biográfico a Chester Himes, Chester Himes. A Life. 2001, del que desconozco traducción alguna.

Las historias que nos cuentan la vida de Lew Griffin son las siguientes:

El tejedor (The Long-Legged Fly, 1992)
Mariposa de noche (Moth, 1993)
El avispón negro (Black Hornet, 1994)
El ojo del grillo (Eye of the Cricket, 1997)
Moscardón azul (Blue Bottle, 1998)
Ghost of a Flea, 2000

A través de ellas recorreremos unos USA en unos años convulsos, las décadas de los sesenta, setenta, ochenta y noventa, en distintos arcos narrativos, con saltos temporales, adelante y atrás, incluso dentro de la misma novela. Ya hemos dicho que son novelas tristes y oscuras, pero siempre queda abierta una puerta a la esperanza, porque Sallis es un hombre alegre y con ganas de futuro, un retratista de su sociedad, de la misma forma que sus admirados escritores ya citados. Este es el valor del autor.

Y pelea por lo que considera justo. Es de sobra conocido (por lo menos en los Estados Unidos) su acción, o acciones, de denuncia contra la actitud gubernamental tras el paso del huracán Katrina por New Orleans, ciudad que abandonó definitivamente para instalarse en Phoenix, donde ejerce de profesor, además de seguir con sus demás aficiones como músico (toca el banjo, entre otros instrumentos) de bluegrass y jazz.

Y ejemplo del afán de superación es la historia de Griffin. Un detective alcohólico (¿les suena?) que abandona su afición por el alcohol, es padre, fue marido, y es novio y amante, y enamorado perdido de la literatura, llegando a ser novelista y profesor universitario (esto ya seguro que no les suena a los lectores de género, no es algo corriente).

Mención aparte merece la descripción de los tipos secundarios que pululan por New Orleans, así como las correspondientes a esta ciudad. Ciudad mestiza, no solo de blancos y negros, ciudad yanqui, francesa, antillana, española, … mixtura total en edificios y personajes.

Como dijo Rosa Mora, ¡Conozcan a Lew Griffin! Y no se arrepentirán, seguro.

La pena, como siempre, es no poder degustar la serie completa. Los intereses del mercado, el número de ventas y el comportamiento de las editoriales lastran a ciertos autores del gusto del que esto suscribe. Escapa del control editorial el ser leído (¡es algo tan subjetivo!) por una mayoría y cobrar royalties. En aquella entrevista que, en Gijón, le realizó Paco Ignacio Taibo II, Sallis desconocía los manejos que su, por aquel entonces, editorial realizaba con sus obras. Unos meses antes, había recibido uno de sus libros un premio, algo así como la mejor portada de novela negra que era, por supuesto, obra de editor y diseñador, sin intervención alguna de Sallis. Pero el autor del libro original lo desconocía, así como algún otro premio recibido por entonces.

El autor no lo reconoce. Nadie se lo pregunta. Pero tengo en las meninges una cuestión: ¿Por qué Drive?

Soy un ferviente defensor de Lew Griffin. Esas historias, herederas de esos tres gigantes citados anteriormente y tan caros a Sallis, se sumergen en abismos alcohólicos, solitarios, existencialistas y exploran el alma de su protagonista (en Mariposa de noche toma como excusa la búsqueda de la hija de una antigua amiga para retornar y sumergirse en su propio pasado). Guardo un hermoso recuerdo de su lectura. Hermoso y emocionado.

Por eso, cuando apareció Drive (Drive, 2005) corrí raudo a la librería más cercana.

Breve como es la novela, salí decepcionado. Era otro Sallis. Personaje similar a Griffin en las vicisitudes infantiles, pero no me pareció encontrar más similitudes. No había psicología. La taché de comercial.

Y en eso llegó la peli. Había vendido la novela a Hollywood. Me pareció bien. Si no vendemos todas las obras, vendamos alguna para poder escribir lo que nos gusta. Es una buena propuesta. Lo hacen cineastas, escritores, pintores, etc.

Quizá la película nos trajera más traducciones de la obra de Sallis. Quizá.

Pero apenas un par de novelas.

El regreso de Driver (Driven, 2012) quiso reverdecer laureles, pero me pareció igual de sosa que su precuela. Quizá, el fallo se encuentra en el uso de una tercera persona narrativa que no encontró la profundidad que Sallis imprimió a su serie anterior. Algo fallido que, dicen, vendió mucho. El mismo James Sallis nos relata en alguna entrevista cómo corrió a escribir el título y las primeras páginas del libro como respuesta a la insistencia periodística y cinematográfica (pero en sentido contrario, según él) y también cómo el origen de ambas se encuentra en el homenaje que quiso rendir a las obras pulp de su juventud, algo refrendado en el lenguaje seco y duro que utiliza.

Pero fue Drive quien lanzó al estrellato a Sallis. Habrá que aprovecharse.

Los nuevos tiempos lograron la reedición de tres novelas de Griffin y la aparición de una nueva. Después, el silencio.

La agonía del asesino (The Killer is Dying, 2011) es esa última novela que apareció por aquí. Como si me hubiera oído, James Sallis emplea tres voces narrativas. Tres mejor que una. Me parece el mejor acierto de la novela. Esas tres voces de tres personajes distintos se mezclan, se uniformizan de tal manera que el resultado es perfecto. Las motivaciones vitales del autor vuelven a aparecer, algo íntimo, interior aparece en cada personaje. Y no nos importa la trama. Nos basta con identificarnos con los personajes. Y sufrir con ellos. Ha vuelto un gran narrador.

Todavía recuerdo aquella entrevista de la Semana Negra de Gijón. La tengo muy presente. Mientras esperaba a que empezara la misma (iba retrasada) se me acercó un amigo, que por entonces editaba una revista digital dedicada a nuestro género favorito, y me informó de las causas del retraso. La persona que debía entrevistarlo no había llegado, no recuerdo por qué causa. Y como yo era un fan ferviente de James Sallis, ¿podía subir a hacerle la entrevista? El pánico escénico me atropelló. Muy nervioso me negué. Pero recuerdo la entrevista perfectamente.

No me arrepiento. Pero seguro que si vuelve a ocurrir, le haría la entrevista.

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