Moby Dick, una lectura en clave criminal
De ésta me excomulga la comunidad negra y facinerosa.
Probablemente los puristas de las letras tachen de anatema las palabras que a continuación voy a escribir.
No me importa. ¡Soy brava y bizarra, como la que más, cuando la ocasión lo merece!
Por tanto afirmo, sostengo y defiendo, que Moby Dick narra la vida de un asesino, pero no uno cualquiera, sino un nuevo ejemplar mezcla del denominado misionero (categoría que goza de especial prestigio dentro de la tipología de delincuentes) y el hedonista.
El asesino misionero se considera un elegido divino. Cree tener una misión de limpieza moral que lo trasciende. Por haberse sentido amenazado en algún momento de su vida, suele descargar su venganza (exagerando las ofensas recibidas, si es que éstas existieron) sobre los integrantes de ciertos grupos. Está convencido de que sus víctimas merecen la muerte.
Al hedonista le excitan los desafíos. El homicidio representa para él un goce adictivo. Se deleita pensando en la agonía que experimentará la víctima y alarga el momento de la muerte para regodearse en su sufrimiento. Es habitual que en la comisión de su delito introduzca elementos rituales y que extraiga órganos de los cadáveres, a manera de trofeos (la pata del Capitán Ahab está hecha con la mandíbula de un cachalote), con los que busca reproducir el placer sentido en el instante de matar.
Al combinar el ADN de ambos nace un criminal transgénico que la magistral pluma de Herman Melville logró ocultar bajo la apariencia de antihéroe atormentado. Un hombre solitario, oscuro y malvado, que exhibe su discapacidad física como prueba muda e irrefutable que alimenta y justifica su sed de venganza.
Considero que Moby Dick (para muchos la narración de una batalla) es la historia de un maltratador que, como antídoto ante posibles deserciones de su particular cruzada vengativa, acumula en la recamara una buena dosis del temor que su leyenda inspira en los hombres de mar. Un acosador de la peor calaña. Un manipulador que en su afán de control y dominación no duda en emplear, cual Charles Manson, todas sus dotes de persuasión para granjearse el apoyo incondicional de una tripulación que, abducida por el ladino y contundente discurso de Ahab, termina sintiendo como propios sus irracionales deseos de revancha.
Puede que en la superficie de este barco narrativo, de babor a estribor y de proa a popa, Moby Dick sea una novela de aventuras dedicada al mar, pero bajo la cubierta, en la bodega, se transforma en un “estudio en rojo sangre” sobre la naturaleza del mal. Desde el puente, manteniendo el equilibrio sobre su pierna de marfil, el Capitán arenga fieramente a la tripulación y a ésta le entran unas ganas locas no ya de cazar sino de asesinar, ciegos ante el hecho de que no es la ballena blanca la encarnación del mal sino Ahab quien, con tal de cumplir su misión, no dudará en sacrificar tantas vidas humanas como sean necesarias.
En todo delito hay dos tipos de sujetos: los que intervienen en la ejecución del mismo (activo o delincuente) y aquellos en quienes recae el daño o peligro derivado de la conducta delictiva (pasivo o víctima u ofendido). ¿Quién es quién en Moby Dick?
Los sujetos activos o delincuentes se dividen, a su vez, en varias categorías entre las cuales, la de autor intelectual (el que planea el delito) e instigador (amenaza u obliga a otro a delinquir) las ostenta Ahab, la de encubridor (oculta la verdad del delito) Starbuck, Stubb y Flask, sus tres oficiales, la de cómplice (auxilia o presta medios para la realización del delito) el resto de la tripulación y la de autor material del crimen todos ellos en conjunto.
Las víctimas se clasifican en sujeto pasivo del delito (quien ve lesionada su salud, integridad, libertad, patrimonio, incluso su vida, con la realización del mismo), condición que ostenta toda la tripulación, y sujeto pasivo del daño (sufre directamente la conducta delictiva) que en este caso recae, exclusivamente, sobre Moby Dick a quien su furibundo perseguidor, en su delirio, atribuye cualidades humanas, como la crueldad o la inteligencia, pero que es tan solo un descomunal cachalote blanco que se defiende cuando le atacan.
A bordo del Pequod, ese barco cargado de violencia y desaliento, zarandeados por el oleaje y sacudidos por la furia del autor, Moby Dick es un largo viaje por el lado oscuro del alma humana.
El final solo podía ser naufragio y muerte.
Moby Dick
Alianza Editorial
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Querida amiga y compañera.
Ya va siendo tarde para compartir en torno a una copa de ron lo que veo son aficiones comunes y amores literarios compartidos. No seré yo quien decrete excomunión para vuecencia y menos aún si defiende la vertiente criminal de un libro y un autor que forman parte de mi triunvirato de cabecera . Comparto que Ahab es un criminal y no de menor rango. En Melville el criminal se convierte en héroe y el héroe en criminal. Batterbly suscita piedad pero no deja de ser un personaje inquietante, y que decir de Benito Cereno al que una lectura atenta -como la que usted realiza con Moby Dick- debiera colocar en un cadalso como negrero y asesino antes de ser considerado un pobre capitán de un barco gobernado por amotinados. Esta doble moral entre el héroe y en criminal que Melville ya no se molesta en disimular en ” El embaucador” es la que nos debe hacer reflexionar sobre quien es ,en nuestra sociedad, el verdadero criminal y quien la victima,¿ no son las victimas del embaucador los auténticos opresores y el embaucador el héroe ?. Le confesare que yo siempre me sentí Moby Dick….y que son muchos los Ahabs de nuestra sociedad. ¿Como quienes? Como diría Batterbly: ” Prefiero no decirlo..” Pasaria horas hablando de Melville, de Hawthorne, de Poe o de Lovercraft….Nueva Inglaterra siempre se merece un sueño , un recuerdo al pobre Coffin y una singladura en busca de un cachalote blanco. Un fuerte abrazo compañera.
Hola Juan Mari:
Gracias por tus palabras porque viniendo de ti (aunque no nos conocemos personalmente, se sabe mucho de alguien por lo que escribe, pero sobre todo por lo que lee) han añadido una especie de sello de calidad a las mías. Herman Melville no se encuentra entre mis escritores favoritos. No conozco los otros libros que citas (en casa tengo «Benito Cereno» y ya lo he puesto en mi lista de pendientes), y confieso que leer «Moby Dick» me exigió mucho esfuerzo. De hecho más de una vez, estuve a punto de abandonar su lectura. Pero no lo hice.
Como romántica empedernida (aunque no lo parezca), aficionada al terror y a lo negro y criminal, siempre me gustaron Poe y Lovecraft. No he leído nada de Hawthorne, aunque si he visto «La letra escarlata», película dirigida por Roland Joffé y protagonizada por Demi Moore y Gary Oldman, basada en la novela homónima de Nathaniel.
No fumo, ni bebo, pero se puede hablar de cualquier cosa frente a una humeante taza de café (al que sí soy adicta) porque siempre invita a las confesiones.
Por cierto, no dices quienes son los otros dos miembros de tu triunvirato de cabecera. Yo solía escoger autores pero, con el paso del tiempo, prefiero elegir obras concretas: “Crimen y castigo” de Dostoievski, “Los miserables” de Víctor Hugo y “La montaña mágica” de Thomas Mann.
¡Otro abrazo para ti!
Ya que te preguntas amiga a quienes añadiria a dicho triumvirato criminal no ortodoxo sobre el crimen, la culpa y la victima te doy mis dos nombres para que saques conclusiones: Stevenson y Dostoievski…y un tercero si cabe :Stoker. No hablo de obras canonicas de la novela negra, sino aquellas en las que los conceptos del crimen y el criminal son diseccionados de la manera mas bella y literaria que un lector pueda imaginar. Locuras de juventus en todo caso. Mas saludos!!!
Bueno, también tuve un triunvirato en mis años jóvenes. Moby Dick fue un vértice, La isla del tesoro fue otro y El lazarillo de Torres el tercero.
No soy el más indicado para proceder a una excomunión, entre otras cosas porque no me gustan, soy amante de la libertad en el sentido más libertario que se pueda pensar, no en el de David Ricardo y demás discípulos suyos.
Ma ha gustado esa lectura de Ahab como asesino, que lo fue sin duda. Pero nunca había leído la novela en esa clave. Lo cual dice que siempre se pueden (y se deben) ampliar horizontes, por eso he disfrutado del artículo.
Cualquier amante de la literatura, sea criminal o no, no puede hacer oídos (ojos en este caso) sordos (ciegos en este caso) a todos aquellos autores que mencionas. Imposible de rechazar.
No se, puede que me anime a escribir sobre otra novela que me impactó también de joven, me refiero a Huckleberry Finn, no en vano al pobre Jim le perseguían por un crimen que nunca cometió. Claro que no se si Ricardo lo aceptaría.
Hermoso artículo, Teresa.
¿Huck negro criminal? Venga.
Hola Enrique, gracias por tus palabras. Los amantes de la literatura clásica estamos conectados y se nota. Insiste con Ricardo, como jefe de la banda se hace el duro pero, en el fondo, es un cachico de pan y siempre sabe apreciar un buen artículo. Un abrazo y felices lecturas.
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