El rincón oscuro. La peste noir

Jesús Lens

Es la serie del momento. Una serie monumental, inédita hasta ahora en el audiovisual español, y me da mucha rabia que el debate filológico sobre la actualización del castellano utilizado por los personajes y la cuestión del acento sevillano desvíen la atención de lo realmente importante: lo extraordinaria que es La peste.

Sevilla. Siglo XVI. Una de las ciudades más importantes del mundo, puerto de entrada y salida de las naves que viajan a las Indias, naves cuyas sentinas vienen cargadas de oro y de frutas y verduras nuevas, diferentes y desconocidas -como esos tomates “venenosos” a los que alude el personaje de Paco León– y de animales exóticos. Y de otros no tan exóticos. Como las ratas. Esas ratas que contagian la peste negra, una de las grandes amenazas para la salud de las decenas de miles de personas que se arraciman en torno a las puertas de la ciudad.

La peste es una serie soberbia que, por supuesto, tiene fallos y errores. Como los tienen Juego de tronos, Westworld o cualquier otra de sus series favoritas. Pero no veo yo a los internautas flagelándose públicamente por cada error detectado. Y, desde luego, quienes dejen de ver la serie de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos por la cuestión del acento o del lenguaje… ¡no saben lo que se pierden!

La peste es una serie histórica que utiliza los recursos del género negro para mostrarnos la parte menos visible y más oculta de una Sevilla que, entonces y ahora, no es solo pulcra, hermosa y bella, como bien apunta Juan Ignacio Carmona, catedrático de Historia Moderna y autor del libro La peste en Sevilla.

En una entrevista publicada por ABC, a la pregunta de si la serie refleja bien la Sevilla de la época responde, sin atisbo de duda: “Sí porque ha puesto de manifiesto una ciudad sucia, de precariedad, de hambre, de condiciones de vida verdaderamente lamentables… en otras palabras, una Sevilla real, no la Sevilla idealizada del siglo XVI. Que no crea la gente que lo que está viendo en la serie es una exageración tremendista ni tenebrista. Hay que desmitificar esa Sevilla imperial y esplendorosa del siglo XVI”.

Es a esa Sevilla, turbia, oscura y en la que la peste empieza a hacer sus estragos, a la que regresa Mateo Núñez para cumplir una promesa: llevarse lejos a Valerio Huertas, hijo de un amigo recientemente fallecido. Pero la cosa se complica y ambos personajes se verán inmersos en la investigación de unos extraños crímenes con pinta de ser rituales.

Y, fíjense ustedes, por ahí es por donde más adolece la serie, para mi gusto: en una trama que, por momentos, me resulta complicada de seguir a la vez que difícil de creer. Lo que de forma castiza llamaríamos “cogida por los pelos”. Ya conocemos la teoría del McGuffin de Hitchcock, pero me parece muy superior el continente de La peste que su hilo argumental.

Lo interesante de la investigación de Mateo y Valerio son los escenarios por los que transitan, de las mancebías a las tabernas y mesones, pasando por los arrabales y el puerto. Y los suntuosos palacios, también. Y los callejones más recónditos e intrincados del barrio de Santa Cruz, cercanos a la Catedral.

Y están los dos grandes personajes de La peste, en un nivel muy superior a los demás: el complejo y poliédrico inquisidor interpretado por Manolo Solo, cuya actuación es soberbia; y la viuda Teresa Pinelo, igualmente bien interpretada por Patricia López Arnaiz, que nos permite abordar el debate del papel de la mujer en aquella España de entonces.

No han faltado críticas a este personaje, por hacer un forzado y anacrónico ejercicio de empoderamiento de la mujer, bastante difícil de creer. Y, sin embargo, todo lo que cuenta la serie sobre Teresa Pinelo ha pasado, una y mil veces, en la historia del mundo: mujeres que han tratado de rebelarse contra el papel que la sociedad del momento les tiene reservado… y las consecuencias de dicha insumisión.

Una buena e inteligente serie histórica como La peste, además de describir los entresijos de la sociedad sevillana del siglo XVI, conecta con la situación actual de la España de la corrupción rampante que denuncian Alberto Iglesias y Rafael Cobos a través del arribista y aprovechado Luis de Zúñiga, interpretado por un sorprendentemente mediocre y poco creíble Paco León, la verdad sea dicha. Aunque tiene frases memorables: “al principio era dinero. Después ya no sé lo que era”. O, como señala otro de los personajes: “la auténtica peste es la ignorancia. Eso es lo que verdaderamente acabará con el hombre”.

En ese contexto, la problemática de la mujer y el personaje de Teresa Pinelo, a la que todos los hombres quieren controlar y tutelar en sus actividades artísticas y empresariales, resultan de lo más pertinente.

No permitan que los árboles dialécticos y filológicos les impidan ver ese suntuoso bosque que, aun podrido por las pústulas y las fiebres provocadas por la peste, resulta tan atractivo como estimulante.

@jesus_lens

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  1. Pingback: SOBRE LA PESTE: RUPTURA DE UN IMAGINARIO

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